Fue director de la Biblioteca de Maestros, un personaje clave en la sociedad que nuclea a los autores y sus palabras robustecieron los golpes militares. Un amor clandestino, un hijo que lo traicionó y un suicido a la hora de una reunión de trabajo.
La noche de 1938 en la que se suicidó con cianuro Leopoldo Lugones dejó una nota que decía: “Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos”. Algo de esa intención de anonimato le salió mal a Lugones: este martes 13 de junio se celebra en la Argentina el Día del Escritor y es nada menos que porque en esa fecha pero de 1874 se produjo su nacimiento.
¿Y por qué Lugones es el escritor argentino que sirve de referencia indiscutible como para montar a su alrededor nada menos que la fecha que recuerda y homenajea a todos sus colegas? No existe una explicación certera, aunque el sitio oficial Argentina.gob.ar no duda en asegurar que se trata de “el máximo exponente de nuestra cultura”. Es el autor, entre otras obras, de La lluvia de fuego y Las fuerzas extrañas, que forman parte de la Biblioteca Leamos y pueden descargarse gratis desde Bajalibros en su versión digital.
Cabe decir que el Estado eligió recordar a Jorge Luis Borges -el tótem de la literatura manufacturada en esta parte del mundo- con el Día del Lector y no con el del Escritor, y que hay un guiño allí a eso que el autor de El Aleph se cansó de repetir: “Que otros se jacten de lo que han escrito, yo prefiero jactarme de lo que he leído”.
Pero volvamos a Lugones: el escritor cordobés fue el fundador de la Sociedad Argentina de Escritores, y tal vez en ese dato se esconda la clave de por qué una fecha vinculada a su vida se erigió como el Día del Escritor para todo el país. Además, fue el director de la Biblioteca Nacional de Maestros durante décadas, algo que sería un dato exclusivamente curricular si no fuera porque allí, en esa institución y casi en medio de un berrinche, conoció a sus 52 años a la mujer de 26 de la que se enamoró hasta el dolor absoluto (¿hasta la muerte?).
[”Las fuerzas extrañas” puede descargarse gratis desde Bajalibros clickeando acá]
Ya llegaremos allí. De Lugones hay que saber que había sido, en su juventud como militante político, un hombre cercano al socialismo. Tan cercano que fundó el diario La Montaña junto a nada menos que José Ingenieros. Sin embargo, su mirada política cambió tangencialmente cuando, en un encuentro oficial de poetas latinoamericanos en Perú, aseguró: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada… Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado, es decir, al hombre que manda por su derecho de mejo, con o sin ley, porque esta, como expresión de potencia, confúndese con su voluntad”.
La idea de que había llegado “la hora de la espada” entusiasmó a las fuerzas militares argentinas, que usaron las palabras de uno de los grandes poetas nacionales como argumentos para empujar los golpes de Estado que se apilaron después del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930. En su círculo personal e intelectual sus dichos tuvieron un costo alto: hubo quienes dejaron de hablarle, hubo quienes lo despreciaron y lo repudiaron.
Al interior de su vida privada, y un día que podría haber sido cualquier otro día en la Biblioteca de Maestros, la aparición de una mujer casi treinta años más joven que él sacudió sus cimientos para siempre. Era Emilia Santiago Cadelago, una estudiante de profesorado que debía leer una obra de Lugones y que no la encontraba en ningún lado, así que consultó por ella en la institución que el propio Lugones dirigía. Él primero creyó que todo eso le hacía perder el tiempo, sin saber que empezaba algo por lo que estaría dispuesto a perder la vida.
“El sabor de tus labios querridos permanece en mi boca con un gusto de flor, que es el tuyo, mi diamela, y hasta el vacío de mis brazos conserva todavía la suavidad de tu cintura”, le escribió Lugones a Emilia en una de las cartas que iban y venían en medio de una relación clandestina y que recién se dieron a conocer cuando una amiga de ella las publicó tras la muerte de todos los protagonistas.
Fue “Polo”, el hijo de Lugones, quien complicó los planes -que ocurrían en las sombras, pero planes al fin- de Leopoldo y de Emilia. Aunque su padre, a través de su contacto con Yrigoyen, lo había liberado de las acusaciones de abuso de menores y corrupción que lo llevarían a la cárcel tras haber dirigido un reformatorio, “Polo” fue en contra del romance de quien lo había criado.
[”La lluvia de fuego” puede descargarse gratis desde Bajalibros clickeando acá]
Antes de seguir, un dato necesario sobre la biografìa de “Polo”: encabezó el desarrollo del uso de la picana eléctrica como método de tortura durante el gobierno ilegal de José Félix Uriburu. Su rol fue tan importante -y tan claro- que lo apodaban “el torturador Lugones”. Para lograr la destrucción de la pareja que formaban su padre y Emilia, “Polo” se apersonó nada menos que en la casa de Domingo Santiago Cadelago y Emilia Moya, es decir, los padres de la amante de su progenitor. No dudó a la hora de contarles sobre el vínculo amoroso de su hija, aseguró tener grabaciones de conversaciones telefónicas y amenazó con declarar insano al propio Lugones si ellos no instaban a su hija a que terminara la relación.
Lo logró: Emilia nunca más aceptó ver a Leopoldo Lugones, que no sobrevivió a la tristeza del fin del amor, que le inventó a su secretaria que debía asistir a una reunión y que, en vez de eso, se tomó una lancha colectiva hasta un recreo del Delta del Tigre, se metió en una habitación, tomó media botella del whisky que pidió a los administradores del lugar y después se envenenó hasta la muerte.
Había publicado, antes de eso, la novela El ángel de la sombra, los libros de cuentos La guerra gaucha, Las fuerzas extrañas y Cuentos fatales, y los poemarios Las montañas del oro y Romancero, entre otros. Antes de suicidarse -y de dejar la nota en la que eximió a todos de cualquier responsabilidad- había respondido así cuando le nombraron a su hijo “Polo”: “No me hable usted de ese esbirro”.
“Polo” Lugones dirigió la antigua Penitenciaría que funcionaba en el actual Parque Las Heras. Desarrolló el uso de la picana como método de tortura.
Todo eso pasó en la vida del escritor alrededor del que el Estado argentino erigió el Día del Escritor, que se celebra este martes 13. Tal vez su figura de fundador de la Sociedad Argentina de Escritores haya terminado de ponerlo en ese lugar, como si en esa elección se nucleara la de todos los que se concentran en esa misma actividad, o quizá podamos decir, en ese mismo destino.
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O Mi amado Moreno de mi corazón, las desgarradoras cartas que María Guadalupe Cuenca de Moreno le envió su marido, el patriota argentino Mariano Moreno. Él se había embarcado rumbo a Londres… y ella no sabía que mientras escribía sus cartas el cuerpo de él ya estaba en el fondo del mar.
También hay una reflexión sobre el género policial de parte de uno de sus grandes escritores y lectores, Jorge Fernández Díaz. Y clásicos como Mujercitas, 1984, Don Quijote de la Mancha o Hamlet. Y obras que apuntan a aliviar algunos de los grandes problemas de esta era, como Cómo combatir el estrés, 60 maneras de vivir sin ansiedad y 60 claves para mejorar tu autoestima. También hay libros como 60 consejos para ser buenos padres y ¿Mito o realidad? Ocho postulados sobre nutrición que conviene revisar, de Francis Holway.
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Por René Salomé-Infobae