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La matriz genocida de la represión oligárquica

Julio Argentino Roca nació en Tucumán en 1843. Después de la batalla de Caseros ( 3 de febrero de 1852), que determinó la caída del gobernador bonaerense don Juan Manuel de Rosas, su padre fue convocado a la provincia de Entre Ríos por Justo José de Urquiza, recientemente designado presidente de la Confederación Argentina.

Radicado en Concepción del Uruguay el joven Roca estudió en el Colegio de esa ciudad y a los 15 años ingresó al Regimiento 1º de Línea de Entre Ríos obteniendo el grado de Alférez de Artillería.

A los 16 años, con el grado de subteniente del Ejército de la Confederación Argentina, participó en la batalla de Cepeda, ocurrida el 23 de octubre de 1859. En esa ocasión las fuerzas confederadas, a las órdenes del general Urquiza, enfrentaron y vencieron al Ejército de la Provincia de Buenos Aires conducido por el general Bartolomé Mitre. Buenos Aires se había separado de la Confederación Argentina al no aceptar esa provincia los términos de la Constitución Nacional de 1853.

Los vencedores de Cepeda avanzaron hasta las afueras de Buenos Aires procurando negociar con las fuerzas porteñas y evitar la continuidad del conflicto. El acuerdo se concretó finalmente con el Pacto de San José de Flores, suscripto por Urquiza y Mitre, el 11 de noviembre de 1859. El Pacto determinó la reincorporación de la provincia de Buenos Aires a la Confederación Argentina.

El período de gobierno de Justo José de Urquiza llegaba a su fin y propuso como su remplazo a su ministro de Justicia, Santiago Derqui, quien asumió la presidencia de la Confederación Argentina el 5 de marzo de 1860.
El 21 de julio de 1860 se realizó en Buenos Aires una reunión masónica de la Gran Logia del Gran Oriente Argentino, presidida por su titular, Roque Pérez. La masonería, desde décadas atrás, organizaba discretamente grupos propicios a los intereses británicos. En esa oportunidad se otorgó el grado 33, el más alto de la masonería, al presidente de la Confederación Argentina, Santiago Derqui; al gobernador de la provincia de Entre Ríos y ex presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza; al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Bartolomé Mitre; a quien sería Jefe del Estado Mayor durante la Guerra de la Triple Alianza, Juan Andrés Gelly y Obes; y al Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del Estado de Buenos Aires, Domingo Faustino Sarmiento. Los dos primeros reivindicaban su condición de federales, mientras que los tres últimos adscribían a la postura unitaria. En esa reunión se encontraban los dos próximos presidentes argentinos: Mitre y Sarmiento.

No obstante el Pacto de San José de Flores y la posterior reunión en la sede de la masonería, un año después los dos ejércitos volvieron a enfrentarse el 17 de septiembre de 1861 en la batalla de Pavón, al sur de Santa Fe. A pesar de la superioridad de la fuerzas de la Confederación el general Urquiza decidió abandonar el combate y regresar a Entre Ríos. En esas circunstancias, el joven oficial de artillería, Julio Argentino Roca, de 18 años de edad, siguió al frente de su batería cuando la casi totalidad de las tropas de Urquiza ya habían abandonado el combate.

El poder económico de Buenos Aires fue determinante para la decisión de Urquiza ya que, sobornos mediantes, generó la deserción de varios altos oficiales del ejército confederado que Urquiza consideraba confiables. Con anterioridad, el 23 de octubre de 1858, agentes porteños comisionados por el ministro del interior del gobierno de Buenos Aires, Domingo Faustino Sarmiento, aliados a fuerzas unitarias sanjuaninas, tomaron prisionero al gobernador de San Juan, Nazario Benavidez, quien posteriormente fue asesinado. La muerte de Benavidez, y las defecciones de los mandos de su ejército, tal vez hayan hecho dudar a Urquiza de su seguridad personal, razón por la cual decidió regresar a su provincia.

Con el tácito acuerdo de Urquiza, Bartolomé Mitre quedó dueño del escenario nacional y al poco tiempo fue designado presidente de la República Argentina.

Una de las primeras tareas de gobierno del presidente Mitre fue organizar un ejército confiable para encarar la represión de los caudillos federales desafectos. Entre los jóvenes oficiales convocados estuvo Julio Argentino Roca, apadrinado por su tío Marcos Paz. A sus órdenes se destacó enfrentando a las montoneras de los caudillos Ángel Vicente Peñaloza y Felipe Varela. En esas circunstancias Sarmiento le escribe a Mitre su célebre carta recomendándole que “no trate de ahorrar sangre de gauchos”. Las tropas mitristas armadas con remington masacraron a las montoneras gauchas armadas con lanzas. “Lanzas contra fusiles, pobre Varela…” expresa una zamba que evoca esa situación.

En 1865, el gobierno de Mitre, en alianza con el Imperio esclavista del Brasil y la República Oriental del Uruguay declararon la guerra a la República del Paraguay. Julio Argentino Roca fue convocado, junto con su padre y dos hermanos. La Guerra de la Triple Alianza, – o Guerra de la Triple Infamia, según la historiografía revisionista -, fue una verdadera carnicería donde las tropas invasoras asesinaban a mansalva a la población civil, especialmente a los más indefensos, ancianos, mujeres y niños.

El cruento conflicto duraría cinco años, y los últimos dos años durante el gobierno del presidente Sarmiento. Roca obtuvo el grado de coronel en la batalla de Curupaytí ocurrida el 22 de septiembre de 1866. Las fuerzas aliadas fueron comandadas por Mitre que sufrió una aplastante derrota por parte del ejército paraguayo. El periodista Luis Alberto Murray solía recordar que “la única victoria de Mitre ocurrió cuando cargó contra los indefensos endecasílabos de la Divina Comedia”.

En 1871 Roca, con 28 años, fue convocado por el presidente Sarmiento para reprimir la rebelión en Entre Ríos encabezada por Ricardo López Jordán, misión que cumple a sangre y fuego, y sin tratar de ahorrar sangre de gauchos. López Jordán logró huir a Uruguay y, posteriormente, a Río Grande do Sul.
En 1874, al finalizar el mandato de Sarmiento, se realizaron elecciones en las que el Partido Liberal se enfrentó al Partido Autonomista Nacional. Mitre, candidato del Partido Liberal, fue derrotado, y Nicolás Avellaneda, candidato del autonomismo, fue proclamado nuevo presidente. Mitre desconoció el resultado y organizó una sublevación armada.

Avellaneda le encomendó la represión al coronel Roca, quien tenía a su mando tropas fogueadas en sus enfrentamientos contra las montoneras federales, el ejército paraguayo y las tropas de López Jordán. Junto con la victoria, Roca obtuvo el reconocimiento de su comprovinciano Avellaneda, y los lauros de general.

En diciembre de 1877 murió Adolfo Alsina, Ministro de Guerra del gobierno de Avellaneda, y Roca ocupó su sillón ministerial. Avellaneda, sin hipótesis de conflicto con Paraguay, – derrotado en 1870 -; sin el hostigamiento de las montoneras federales, -aniquiladas durante el gobierno de Sarmiento -; se dio a la tarea de planear la conquista de más tierras para “la civilización” en la llamada Campaña al Desierto.

Roca, un general de 35 años, con probados servicios de eficacia militar durante los gobiernos de Mitre y Sarmiento, fue designado para conducir “la Campaña”.

En un discurso pronunciado en el Congreso Nacional el 13 de septiembre de 1878, Roca planteó sus puntos de vista. “Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión ni otras armas que la lanza primitiva”.

Roca reclamó al Congreso la sanción de una ley que lo autorice a ocupar militarmente todo el territorio hasta los ríos Negro y Neuquén. El 4 de octubre de 1878 fue sancionada la Ley 947 que, en sus fundamentos, afirmaba que “la presencia del indio impide el acceso al inmigrante que quiere trabajar”. En su articulado se estableció que la línea de frontera sería fijada cuando “los indios bárbaros dela Pampa” sean desalojados o sometidos.

Meses más tarde “los últimos inventos modernos de la guerra” aportaron a que las tropas al mando de Roca lleven a cabo un nuevo genocidio. No sería el último que ejecuten esas mismas tropas al mando de ese mismo general.
El informe presentado por el mismo Ministro de Guerra en operaciones dio cuenta que más de mil “indios de lanza” fueron asesinados, más de dos mil fueron tomados prisioneros, y más de diez mil “indios de chusma” (no combatientes), mujeres y niños, fueron capturados y repartidos en Buenos Aires como peones o personal de servicio.

El diario La Nación, fundado por Bartolomé Mitre, publicó el 21 de enero de 1879, una desgarradora crónica sobre la situación de los cautivos.

“Llegan los indios prisioneros con sus familias a los cuales los trajeron caminando en su mayor parte o en carros, la desesperación, el llanto no cesa, se les quita a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano los hombres indios se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre indio se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización”.

El informe oficial de la llamada Campaña al Desierto señalaba que “era necesario conquistar real y eficazmente esas 15 000 leguas, limpiarlas de indios de un modo tan absoluto, tan incuestionable, que la más asustadiza de las asustadizas cosas del mundo, el capital destinado a vivificar las empresas de ganadería y agricultura, tuviera él mismo que tributar homenaje a la evidencia, que no experimentase recelo en lanzarse sobre las huellas del ejército expedicionario y sellar la toma de posesión por el hombre civilizado de tan dilatadas comarcas.(…) Pero se debe considerar, por una parte, que los esfuerzos que habría que hacer para transformar estos campos en valiosos elementos de riqueza y de progreso, no están fuera de proporción con las aspiraciones de una raza joven y emprendedora; por otra parte, que la superioridad intelectual, la actividad y la ilustración, que ensanchan los horizontes del porvenir y hacen brotar nuevas fuentes de producción para la humanidad, son los mejores títulos para el dominio de las tierras nuevas. Precisamente al amparo de estos principios, se han quitado éstas a la raza estéril que las ocupaba”.

Las millones de hectáreas controladas por “la civilización” fueron repartidas, mediante la suscripción de cuatro mil bonos de cuatrocientos pesos cada uno, entre los integrantes de “la raza joven y emprendedora”, Cada bonista se hizo acreedor de dos mil quinientas hectáreas.

En 1880, finalizada la Campaña del Desierto, el gobierno de Nicolás Avellaneda tocaba a su fin, aunque con un proyecto pendiente: la Federalización de la Ciudad de Buenos Aires. Al anunciarse tal intención, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Tejedor, se opuso enérgicamente. La ciudad en disputa era la capital histórica de la provincia. Tejedor consideraba que el gobierno nacional era un huésped del gobierno local, y de ninguna manera tenía potestad alguna sobre la capital provincial.

No obstante los argumentos, Roca contaba con soldados capacitados con probada experiencia en combates, y pertrechados con armas modernas. Tejedor convocó a civiles mal armados y socios del Club de Tiro. En los enfrentamientos ocurridos los días 20 y 21 de junio de 1880 en Buenos Aires y Barracas al Sur (hoy Municipio de Avellaneda) fueron masacrados entre tres y cinco mil personas: un verdadero genocidio del que nadie quiere hablar. La derrota de Tejedor fue definitiva. Bartolomé Mitre se ofreció como mediador y logró que el vicegobernador José María Moreno acepte el ofrecimiento de construir una nueva capital de la provincia de Buenos Aires ubicada a sesenta kilómetros: La Plata.

Hoy, en la ciudad de Buenos Aires, hay una avenida que recuerda a José María Moreno. Hay, también, una calle que se llama Tejedor, pero no está claro si se refiere al gobernador derrotado en 1880, o designa a quien ejerce el oficio de tejer.

Los vencedores suelen dejar su marca en plazas, parques, calles y avenidas. Barracas al Sur fue designada con el nombre del presidente Nicolás Avellaneda. Las principales avenidas de esa ciudad son Pavón (que evoca la batalla en la que Urquiza se retiró) y Mitre (el vencedor de Pavón). Por supuesto que no faltan la avenida General Roca, ni las que nombran a sus estrechos colaboradores: Teniente General Luis María Campos y General Nicolás Levalle, entre otros.

La recuperación de tierras efectuada por la Campaña al Desierto fue realizada por efectivos del Ejército, – es decir, por cuenta del Estado – , pero en un claro beneficio privado.

Antes de iniciarse la Campaña al Desierto ya se habían vendido diez millones de hectáreas a inversores rurales de la provincia de Buenos Aires. Ya finalizada la Campaña y con Roca como presidente, en 1882, varios millones de hectáreas fueron vendidas, en parcelas de cuarenta mil hectáreas cada una, a especuladores europeos en remates ocurridos en Londres y París.

En 1885 se pagó con tierras a los oficiales, suboficiales y soldados que participaron de la Campaña al Desierto. La mayoría de las parcelas otorgadas para saldar las deudas con el personal militar fueron mal vendidas por los mismos a los hacendados bonaerenses.

Más de trescientos hacendados poseían alrededor de treinta mil hectáreas cada uno.
Mediante una ley nacional se otorgó al general Roca quince mil hectáreas en reconocimiento por la labor cumplida.

Por Bernardo Maresca

*Prof. Lic. Bernardo Maresca-Militante de la Juventud Peronista 60´ y 70´-Ex Presidente del Consejo de Profesionales en Sociología (2002 – 2006)-Ex Secretario General de la Asociación Argentina de Sociología (2010 – 2016)