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La historia de la Reina de Cuba, la espía que Fidel Castro infiltró en el Pentágono durante 17 años

Ana Montes trabajó como analista de la Agencia de Inteligencia de Defensa de EEUU y suministró numerosos secretos oficiales a La Habana antes de ser descubierta por el FBI en 2001. Acaba de salir de prisión tras dos décadas entre rejas.

“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas. Y mi honda es la de David”. A Fidel Castro siempre le obsesionó esa frase de su admirado José Martí. El poeta y prócer de la independencia cubana la incluyó en una carta dirigida a un amigo mexicano poco antes de morir en combate en la isla. A Martí le atormentaba la idea de que Estados Unidos, ese “monstruo” en el que había vivido una temporada, extendiera su influencia en las Antillas. Tras los múltiples intentos de Washington de desestabilizar la Revolución Cubana por su alianza con la Unión Soviética, Fidel decidió enfrentarse a Goliat con una peculiar honda: la infiltración de agentes secretos en sus entrañas. Ana Montes fue durante 17 años la más eficaz de sus informantes, una sagaz analista de Inteligencia del Pentágono durante el día y conspicua colaboradora de La Habana por la noche. Según el FBI, la Reina de Cuba, como era conocida, se convirtió en una de las espías más dañinas para la seguridad norteamericana. Descubierta en 2001, fue condenada a 25 años de prisión. A sus 65 años, acaba de obtener la libertad condicional.

Diez días después de los atentados islamistas del 11-S, la seguridad nacional de Estados Unidos hacía aguas. Había que tapar agujeros por todas partes. Un directivo de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por sus siglas en inglés) llama a su despacho a una de sus mejores analistas, Ana Montes, quien está en vías de ser ascendida a una plaza como asesora de la CIA por su aquilatada experiencia. Montes cree que se trata de algo relacionado con los atentados pero cuando ve a dos agentes del FBI en la sala palidece.

“Lamento decirle que está detenida por conspiración para cometer actos de espionaje”, le recita el agente Steve McCoy. Ese día, 21 de septiembre de 2001, terminaba la doble vida que Montes había llevado desde 1985. Había llegado a ser la principal experta en las relaciones entre Washington y La Habana. Cuando abandonó esposada las instalaciones de la DIA en la capital federal, tal vez rememorara aquel lejano día de 1984 en que alguien con acento cubano se le acercó en la universidad y le hizo una proposición que ella no dudó en aceptar.

La historia de Ana Montes

Hija de padres puertorriqueños, Ana Belén Montes nació en 1957 en una base militar norteamericana en Alemania donde su padre ejercía como médico. La familia se trasladaría más tarde a Estados Unidos. Aplicada estudiante, Ana comenzó a interesarse por la política durante un viaje a la convulsa España de 1977. Allí conocería a un joven argentino que le hablaría por primera vez de la opresión que sufrían muchos países de América Latina por culpa de la política exterior de la Casa Blanca. De regreso a su país consiguió un trabajo como mecanógrafa en el Departamento de Justicia.

Poco a poco y gracias a sus aptitudes laborales, sus jefes le permitieron trabajar con documentación secreta. Se había matriculado al mismo tiempo en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Y fue allí donde fue contactada por los servicios secretos de Fidel Castro, muy atentos siempre a captar universitarios con ideales de izquierdas. Ana Montes cumplía los requisitos. Era bilingüe y había participado en algunas manifestaciones contra la intervención de la Administración de Ronald Reagan en Nicaragua. Un año después, Montes lograba una plaza en la DIA, adscrita al todopoderoso Pentágono. Ejerció primero como analista sobre Nicaragua y El Salvador y no tardó en ocuparse de todo lo relacionado con el régimen de Fidel Castro en cuestiones tanto políticas como militares.

Una espía de la Guerra Fría

Su método de trabajo era propio de las técnicas de la Guerra Fría. Durante todos los años que pasó información a La Habana no se llevó ni un solo papel de su despacho. Mientras estaba en la oficina, memorizaba los documentos clasificados que podían ser del interés de los servicios de Inteligencia cubanos. Cuando regresaba a su casa en Cleveland Park, transcribía la información en un ordenador Toshiba y la guardaba en disquetes encriptados. Escuchaba también en un aparato de radio una emisora de onda corta en la que una voz femenina cantaba una serie de números que ella anotaba y traducía a texto gracias a un programa que le habían proporcionado los cubanos. Se veía con sus contactos en restaurantes baratos para pasarles los disquetes.

Tampoco faltaba en su rutina utilizar las cabinas telefónicas para transmitir mensajes cifrados a los “buscas” de sus jefes de operaciones. Viajó a Cuba en varias ocasiones para asistir a reuniones con los responsables de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, con los que se reunía de día mientras aprovechaba las noches para citarse con los cubanos a hurtadillas. También visitó la isla alguna vez de incógnito, con todos los elementos que se le suponen a un espía clásico: pelucas, pasaportes falsos, rutas triangulares para llegar al destino…

“Fue una espía muy eficiente, tranquila y algo modesta y, por ello, devastadora para la seguridad nacional de Estados Unidos”, ha dicho a The Washington Post Jim Popkin, autor del libro Code Name Blue Wren, en el que cuenta la increíble historia de Montes y su hermana Lucy, analista del FBI (la Agencia Federal de Investigación).

Pasó inadvertida durante 17 años

El celo que siempre puso en su trabajo de agente doble le permitió a Montes pasar inadvertida durante 17 años en los que, para más inri, recibió varios reconocimientos oficiales. George Tenet, director de la CIA (la Agencia Central de Inteligencia) en 1997, le entregó un certificado especial por su excelente rendimiento. Sin embargo, su empeño en obtener información sensible despertó las sospechas de un colega de su departamento en 1996. Montes se vio obligada a pasar por el polígrafo pero superó la prueba con éxito.

“Ella está entre los espías más importantes que el gobierno de Estados Unidos ha arrestado desde la Segunda Guerra Mundial y es una de las que más daño ha causado en la historia moderna de este país”, ha declarado a BBC News Peter Lapp, uno de los agentes del FBI que llevó a cabo la investigación contra Montes y su posterior interrogatorio. Para Lapp, una de sus acciones más perniciosas fue la revelación de datos relativos a un relevante programa satelital de la Oficina Nacional de Reconocimiento. En otra ocasión, informó a los cubanos sobre la identidad de cuatro agentes norteamericanos que trabajaban en la isla.

Con el paso de los años, Ana Montes empezó a preocuparse por su futuro personal. No había renunciado a sus principios ideológicos y, de hecho, nunca cobró de los cubanos por su arriesgada labor. Pero sentía que no podría llevar nunca una vida normal, tener una pareja estable a la que confiar su secreto, ver crecer unos hijos… Tampoco podía mantener charlas confidenciales con su familia. Sus hermanos Tony y Lucy trabajaban en el FBI. Lucy era analista en Miami y en 1998 colaboró como traductora de conversaciones grabadas en el desmantelamiento de la Red Avispa (un grupo de agentes cubanos infiltrados en organizaciones del exilio en Florida). Fue un duro golpe para Cuba. De ahí surgió el célebre caso de “los cinco héroes”, los agentes cubanos que sufrieron largas condenas en suelo norteamericano y por cuya liberación Castro movilizaba a sus compatriotas en la isla cada vez que tenía ocasión.

La caída de la reina

Mientras los cubanos reducían al mínimo sus reuniones con Montes a raíz del descubrimiento de la Red Avispa, la maquinaria de la contrainteligencia estadounidense se puso en marcha. El FBI sabía desde hacía tiempo que había un topo en las agencias de seguridad. Un funcionario de la DIA, Scott Carmichael, se puso a investigar y comenzó a sospechar de Montes por su cercanía a secretos relacionados con Cuba. Fue tirando del hilo hasta que consiguió una orden para registrar su apartamento y clonar el disco duro de su Toshiba. Tras 17 años y a punto de conseguir una plaza en el consejo asesor de la CIA, Montes estaba cercada.

Era mediados de 2001 y los agentes querían cazar también a sus contactos castristas. Pero todo se precipitó tras los atentados del 11 de septiembre. Si Montes se trasladaba a la CIA podría acceder a información privilegiada sobre los planes militares de la Casa Blanca en Afganistán. Fue detenida el 21 de septiembre. Se declaró culpable, confesó algunos de sus delitos y evitó así la silla eléctrica. “Obedecí a mi conciencia antes que a la ley”, le dijo al tribunal que la sentenció en 2002 a 25 años de cárcel por conspiración para cometer espionaje. “Creo que la política de nuestro Gobierno hacia Cuba es cruel e injusta -alegó- y me sentí moralmente obligada a ayudar a que la isla se defendiera de nuestros esfuerzos por imponerle nuestros valores y nuestro sistema político”.

Un año después de la caída en desgracia de Montes, una periodista estadounidense le inquirió a Fidel Castro sobre la antigua agente doble y el líder cubano le respondió: “Una persona norteamericana noble y buena que está en contra de una injusticia, en contra de un bloqueo de más de 40 años, en contra de todos los actos terroristas que se cometieron contra Cuba, y es capaz de reaccionar de esta forma, es una persona excepcional”.

A sus 65 años, ha cumplido su condena en la cárcel pero tendrá que permanecer los próximos cinco años en régimen de libertad condicional. Abandonó la prisión federal en Fort Worth, Texas, hace una semana y se ha instalado en Puerto Rico, la tierra donde nacieron sus padres. Desde allí emitió un comunicado en el que no reniega de sus ideales: “Animo a aquellos que deseen enfocarse en mí a hacerlo en asuntos importantes, como los graves problemas que enfrenta el pueblo puertorriqueño o el embargo económico de Estados Unidos contra Cuba”. A partir de ahora espera llevar “una existencia tranquila y privada”. La Reina de Cuba ya ha enterrado para siempre la honda de David.

Por César G.Calero-Página/12