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Juan Manuel Abal Medina: “El regreso de Perón consolidó la identidad política del pueblo trabajador”

A los 77 años, el exsecretario general del Movimiento Nacional Peronista reflexiona sobre las condiciones en que se produjo hace 50 años la vuelta de Juan Perón al país, los principales debates de la época y la persistencia de la utopía justicialista.

El 17 de noviembre de 1972, el general Juan Domingo Perón regresó a la Argentina tras 17 años de exilio. A 50 años de aquella mítica fecha que sellaría de forma indeleble uno de los principales hitos en la historia del justicialismo, Juan Manuel Abal Medina relata en Conocer a Perón (Planeta) los detalles que hicieron posible la vuelta del líder popular. Una historia contada en primera persona por parte de quien fuera partícipe directo de los sucesos, tras convertirse en hombre de confianza del General y llegar a ser el último secretario general del Movimiento Nacional Peronista. El libro de Abal Medina reflexiona sobre las dificultades para lograr la cohesión de un movimiento amplio desde sus orígenes, en una época donde el líder estuvo forzado a actuar desde el exilio. Estas memorias también constituyen una referencia de los esfuerzos realizados para lograr la vuelta al poder a través de los cauces democráticos, en años marcados por la violencia y los condicionamientos de las Fuerzas Armadas.

– Hay un debate planteado en torno a una idea que está en el prólogo del libro, de Hernan Brienza, en el que se afirma que el mejor Perón es el que vuelve en 1972. ¿Cuál es el mejor Perón?

– Creo que es una discusión abierta. Hay un Perón del momento fundador, por llamarlo de alguna manera, de esa década de realizaciones que genera la adhesión popular. Y esa interacción entre el líder y el pueblo genera la utopía peronista que dura hasta hoy. Yo creo que el Perón del 17 de noviembre de 1972, con su regreso, consolida esta identidad política del pueblo trabajador. Aunque esas circunstancias, por motivos muy diversos, no tienen un éxito inmediato. Pero queda como un legado, esa pragmática utopía verdadera, la utopía generada por esa interacción de Perón con su pueblo.

– Brienza también señala que usted le dijo alguna vez que Perón no era un ser maquiavélico sino un hombre común que hacía política. ¿El de 1972 es un Perón más humano, a partir de la experiencia de los años?

– Son los mismos ideales enriquecidos por años de estudio, de formarse y estar en el mundo, con la sabiduría que a veces dan los años. En el caso del General fueron completando su pensamiento. Desgraciadamente faltó tiempo, faltó salud. Sobró terquedad de los sectores gorilas de la oligarquía y los militares a su servicio, que fueron los que se adueñaron en aquel entonces e hicieron imposible que la Argentina se hubiera ahorrado la tragedia que luego vivimos. Si el General hubiera podido regresar dos o tres años antes al menos, o si hubiera tenido un poco más de vida, seguramente habría sido otra nuestra historia.

– El Perón que vuelve lo hace con una salud disminuida, con un López Rega empoderado y con la convicción de que tiene una deuda muy grande con el pueblo. ¿Había un desenlace que no contemplara su vuelta a la Presidencia?

– No. Era la planificación explícita de todo lo que se hizo y la lógica política absoluta. El regreso era la victoria. La lucha de aquellos 17 años del pueblo peronista fue por el regreso del General. Logrado el regreso era inevitable todo lo demás: tarde o temprano, la Presidencia. Lamentablemente, un poco la influencia que cobran con la declinación de su salud estas figuras menores hizo que el proceso fuera más traumático de lo que debió haber sido. Debió haberse anunciado desde un principio, y quizás ese fue el error de Cámpora. Porque en esos términos aceptó su candidatura, para que fuera un breve mandato al solo efecto de limpiar el proceso y que el pueblo pudiera elegir al que verdaderamente quería elegir. Perón presidente era inevitable y era absolutamente lógico para los que tuvimos que ver con aquella etapa.

– Sin embargo, no había una orden expresa de Perón de manifestar esto en la campaña.

– El General no daba órdenes de esa manera. Había temas que era necesario delegar en la conducción táctica. Tengamos en cuenta que había planteos militares que habían logrado impedir de cualquier manera que Perón fuera el candidato. Pero luego habían agregado nuevamente la prohibición de que entrara al país, en enero de 1973, y existía el temor de que anunciarlo prematuramente pudiera cortar el proceso. Esto fue tema de discusión incluso antes del acto de cierre de la campaña en la cancha de Independiente. Yo creía que debía hacerse el anuncio en ese acto, y tenía elementos para asegurar que ya no podía detenerse ese proceso. Pero bueno, otros consideraron conveniente esperar. Y ahí comenzó a confundirse el asunto.

– En el primer encuentro con Perón usted se define como un nacionalista que, a partir de la muerte de su hermano, se declara “peronista marechaliano”. ¿En qué consiste esa definición y en qué medida la muerte de Fernando Abal Medina lo acercó a esa posición?

– La coincidencia gradual pero permanente que fuimos teniendo hacia valores similares, sobre los cuales Leopoldo Marechal tuvo una gran influencia me precipitan en esa dirección. De alguna manera, Fernando y su naciente organización Montoneros hace del “Perón vuelve” un poco el centro de su acción. Yo tomo ese “Perón vuelve” como una obligación. Creíamos cosas muy similares, y la muerte de Fernando me hace acercarme decididamente al pueblo peronista. Y como bien dice Marechal en ese bello texto “El poeta depuesto”, un nacionalista, como éramos nosotros, que conoce al pueblo, es de inmediato peronista. Ese fue mi proceso.

– Dice que fue un gran error político de algunos militantes no conocer las ideas peronistas. Considerando que el mismo Perón rechazaba la lucha armada e insistía en generar las condiciones para terminar con la proscripción, ¿los grupos más radicalizados cometieron ese error?

– Esto es una cuestión de lógica política pura y de conducción política elemental. Había un lugar en el cual la victoria estaba asegurada: era la victoria del número. Y eso eran las elecciones. Todos los demás instrumentos debían converger en hacer posible que llegáramos a las elecciones. La falta de formación doctrinaria peronista de la nueva juventud que se acerca al movimiento fue un defecto que hizo posible la captación y adopción de otras ideas que tenían su influjo en aquella época, como el imaginario de una revolución a la vuelta de la esquina, que luego vimos que no era así. Por eso le atribuyo importancia, porque creo que es otra de las causas de lo que tuvimos después.

¿Faltó una orden precisa sobre cuáles eran los cauces en los que habría de dirimirse la vuelta al poder?

– Todos los instrumentos apuntaban a lograr que llegáramos a un proceso electoral sin proscripciones, aun dentro de todos los condicionantes que nos pusieron. En ese momento el General nos envió a los distintos dirigentes a tratar de que estos temas fueran amainando. Desgraciadamente ahí cobra fuerza una idea equivocada, en la que pienso que tiene que ver el proceso de fusión en curso entre FAR y Montoneros, y que se expresa en la consigna “Montoneros y Perón. Conducción, conducción”. Eso era la negación de lo que realmente era el proceso. Pero quisiera centralizar lo sucedido en lo que fue la gran victoria del pueblo peronista. Lo que hizo el General fue lo que hizo que el peronismo exista mientras haya vida política en Argentina. El General logró lo que no había logrado ningún otro jefe popular: regresar después de semejante agresión sistemática y el intento de anular de la vida política al peronismo, y con él al pueblo trabajador.

– ¿Cómo afecta que el radicalismo no se haya pronunciado públicamente sobre los ataques al peronismo en el intento de alcanzar un acuerdo de unidad nacional?

– Sin duda afectó. Perón personificaba bastante en la figura de Balbín el acercamiento con el radicalismo. No hacía falta un pedido de perdón explícito al pueblo. El General esperaba al menos un gesto de repudio a la violencia que se había ejercido en forma tan atroz con bombas en Plaza de Mayo en 1953, y los bombardeos de 1955. Pero además en ese momento se daba un proceso interno en la UCR. Ellos iban a decidir la conducción del partido y la eventual fórmula presidencial. Y todo un sector de un antiperonismo muy marcado se había agrupado detrás de Alfonsín, que desafiaba el liderazgo de Balbín. Quizás en un momento algunos pensamos que Balbín usaba esto de pretexto. Pero luego vimos que Alfonsín hizo una muy buena elección. Esto entorpeció la política de unidad nacional, antes de otros aspectos. La posibilidad de que Balbín integrara como vice una fórmula con Perón también debía ser tratada con mucho cuidado porque el radicalismo exigía dos tercios de su convención nacional para permitir esa alianza. Y Balbín no estaba seguro de contar con ese número. Esto se dice poco, pero fue hablado exactamente así.

– ¿La utopía peronista continúa?

– Creo que sí, es la identidad política de la clase trabajadora. En la medida en que la clase trabajadora tome el protagonismo con la recuperación de las ideas centrales de la utopía congregará un peronismo unido, que yo creo que sigue siendo imbatible electoralmente, y se podrá concretar la revolución justicialista.

Entrevista: Diego Castro Romero – Página 12