Baires Para Todos

El pibe Rappi y el reino de Milei

Cómo piensan y viven los trabajadores cuya actividad hoy es sinónimo de máxima precarización

La Libertad Avanza convocó a los repartidores de plataformas a militar su boleta, asumiendo que sus propuestas representan al sector. Pero en el mundo delivery son muchos los que reclaman derechos laborales y rechazan las “ideas de la libertad” de extrema derecha.

“¡Amigos liberales! En octubre, podemos ganar las elecciones en primera vuelta, pero necesitamos tu apoyo. Si trabajás en una app de servicio y querés ayudar a nuestra campaña, ¡sumate al formulario!”. La convocatoria que hizo Ramiro Marra, el candidato de La Libertad Avanza (LLA) en la Ciudad de Buenos Aires, apuntó a una construcción difundida por estos días: “el pibe Rappi”, símbolo de precarización, ese que entró al mercado de trabajo sin conocer o acaso imaginar derecho laboral alguno, hoy se embandera con Milei. “Elige libremente” ofrecer su fuerza de trabajo sin más reglas que las del mercado. Es el abanderado de una “revolución liberal“, según avanzan semánticamente desde el espacio de extrema derecha.

Desde LLA ahora le piden a ese “pibe Rappi libertario” (al que han llevado estos días a canales de televisión) que difunda en el territorio “las ideas de la libertad”. Para eso tiene que organizarse y estar dispuesto a ceder tiempo y recursos. Militar, en fin, aunque no lo llaman así. Hay un registro on line para datos personales y laborales: Para qué aplicación prestan servicios (Rappi, PedidosYa, Uber, Didi, Cabify), cuántas horas trabajan por día, si es en moto, bici, auto. Hay una convocatoria, una invitación a repartir boletas. Como ocurre con las y los militantes de cualquier partido, pero esta vez subido al delivery. 

“El pibe Rappi de Milei” fue citado en estos días post PASO como ejemplo prototípico de una de las razones del batacazo de extrema derecha: ese trabajador que nunca conoció derecho laboral alguno, frente al que no surte efecto la admonición de “vienen por nuestros derechos”: “¿Cuáles derechos?”, podría responder, mientras pedalea para redondear un ingreso. Y más: es el que ha aprendido a “vivir en la incertidumbre” y, sobreadaptado, incorpora el discurso corporativo (“ser tu propio jefe”, “manejar tus horarios”, “ponerte tus propias metas”). 

Pero, ¿realmente la mayoría de los trabajadores de aplicaciones aceptan de buena gana las condiciones flexiblizadas de esta nueva realidad laboral? ¿Es Rappi el reino de Milei? Página/12 indagó sobre esta forma de “uberización del trabajo” que resulta una marca de época.

La básica sobre ruedas

Juan Luis González, el autor de la biografía El loco, ubica la ligazón Rappi-Milei como una clara planificación de campaña, y al consultor Mario Russo como el autor de esa estrategia, junto a la de “la casta”. “Hubo un muy buen trabajo en redes, siguiendo una dinámica donde le daban a la gente de Rappi stickers de Milei para que lleven en la mochila, y se difundían las fotos con el hashtag RappiMilei, todo eso generaba conversación”, repasa.

Compara esta convocatoria a repartir boletas con la que LLA hizo para fiscalizar en las PASO, que también fue on line, llamando a anotarse en la página milei2023.com.ar. “Pienso en lo lejos que está esta nueva forma de militancia con la idea tradicional: alguien te invita a la básica, conocés al referente territorial, van juntos al barrio… En este esquema muchas veces el que fiscaliza ni siquiera sabe a quién le está cuidando los votos a nivel local, porque ahí el conocido es Milei, y algunos más. Es un cambio de lógica muy enorme“, analiza. 

La misma comparación podría hacerse entre el trabajo tradicional y el cambio brutal que imponen las plataformas –y, más generalmente, las nuevas reglas de un mundo laboral uberizado–. Detalles como convenio colectivo, recibo de sueldo, vacaciones, aguinaldo, seguridad social, pasan a quedar fuera de registro. También la existencia de un patrón y un jefe visible (un tercero que controla el rendimiento, que impone reglas y sanciones, y que también gestiona reclamos laborales). Y  hasta de un lugar físico –o al menos un número de teléfono– al cual acudir si, por ejemplo, un viaje o una propina fue liquidada mal. Las nuevas reglas de trabajo también dependen del algoritmo. 

Esfuerzo Rappi

Maxi, que el mes que viene cumple 30, tiene unos minutos contados para charlar. Dice que en el año y medio que lleva de delivery se acostumbró a que para él no hay “jamás viernes ni sábados” y, en su caso, “elige” reservarse el domingo libre, “de acuerdo a los números, siempre que se pueda”. No se queja: dice que este trabajo le rinde “mucho más que cualquier otro” y que se lo recomienda “a cualquiera que no le tire la joda y sea pillo para organizarse”. Asegura que gana “entre 250 y 300 mil al mes”, aunque luego aclarará que llegar a bordear los 300 es algo más bien excepcional, “cuando enganchás promociones”, que son los premios que tira la empresa por metas alcanzadas, grandes cantidades de viajes cumplidos o no rechazados aunque sean lejos o poco rendidores. Es, de todos modos, una cifra superior a la que obtendría en cualquiera de los trabajos que conoce que tienen sus amigos o parientes. 

Anda en bici; un tiempo tuvo moto pero se le rompía seguido y era “más dolor de cabeza”, así que en la última rotura la vendió, “así rota, mal vendida”, lamenta. “Juntás un poco más, pero te hacés más problemas, conviene más así, menos margen pero más tranquilidad”, sacó la cuenta. Todo arreglo, multa, accidente, seguro, renovación de licencia, corría por su cuenta y no era sólo la plata, también el tiempo perdido y no trabajado: “la bici es más ecológica”, sonríe por la ironía.   

Calcula que “mete” unos cinco viajes por hora, la tarifa base es 250 pesos, “pero varía mucho, por las promociones o por cómo rankeás, o por las distancias”, describe, y se queja porque comprobó que la aplicación calcula el pago de las distancias en línea recta, “pero es un trazado imaginario, vos en la calle doblás, hay mano y contramano, esquivás parques, vías, lo justo sería que te tome el cálculo del recorrido más corto por Google Maps”, razona. Si quisiera trasladar este reclamo a algún representante de la app, no podría: “Tu diálogo es con la aplicación, tómalo o déjalo. Pero rápido”, concluye. 

En la maximización del tiempo y el esfuerzo radica el éxito de este delivery que ha sumado experiencia y tenacidad para encarar una compleja trama de cálculos diaria para elegir las zonas de Capital en las que “reserva turnos” para salir (“así rinde más”, explica), según día y franja horaria. En total trabaja unas diez horas diarias –a veces doce, cuando hay promociones–, seis días a la semana. Del trabajo le gusta “casi todo”, menos “la inseguridad, porque estás expuesto a todo”. Sabe de lo que habla: hace poco sufrió un robo “feo, y además del cagazo me sacaron todo, hasta la mochila”. También la mochila de delivery está a cargo de los trabajadores. El se compró otra usada en Marketplace. Le salió 7.000 pesos.

Maxi dice que “ni en pedo repartiría boletas del Peluca”; “para eso reparto volantes míos”, razona. No le gusta Milei, no le gusta ninguno, pero lo que menos le gustan son “los planeros”, que en su relato están en sus exactas antípodas, y que encima dificultan el tránsito. Dice que en el rubro “hay mucho venezolano de Rappi”, y que “esos son los que bancan a Milei, están fanáticos, se piensan que les van a llover dólares”. Aunque se lo vengan a pedir, él no se mete en política, está orgulloso de su esfuerzo y de sus logros, nadie le regaló nada. Le hubiera gustado ser mecánico dental, como alguna vez imaginó. No se dio, pero así está bien.  

Cambia, todo cambia rápido

Las apps son ante todo meritocráticas: el trabajador que más horas de reparto mete, más viajes hace, más veloz es, más imposiciones está dispuesto a aceptar, es premiado con más pedidos, y un pago mayor por cada uno. En PedidosYa hay un ranking del 1 al 8; en Rappi se puede puede ascender a nivel Bronce, Plata y Diamante, según resultados. 

La vigilancia es autoimpuesta, de acuerdo a métricas que la aplicación tira en tiempo real: “tasa de aceptación de pedidos”, “tasa de finalización”, “satisfacción del usuario”, etc. “No tenés un jefe que está viendo si lo hacés bien y rápido. Pero no te quiero ver descendiendo al ‘nivel Alerta’, que es cuando medís para atrás, porque entonces ni te conviene salir”, resume Alejo, un delivery full time que también se exige una férrea disciplina para cumplir sus metas, pero que, a diferencia de Maxi, asegura que “llegar a los premios por rendimiento que te tira la aplicación es humanamente imposible”.

Es como un videojuego, el sistema te bloquea si detecta que demorás de más en entregar los pedidos, o que rechazás demasiados. Te desconecta, te penaliza dejando de darte trabajo. Lo mismo si algún cliente se queja por soporte. Y al revés, te va dando medallas que te dan mejores condiciones si vas sorteando obstáculos. Por eso la gente nos ve a veces sacados o apurados por demás, incluso a costa de nuestra propia seguridad. Es que si no, ¡no te rinde!”, resume Alejo. 

Sin patrón visible, el sistema resulta una efectiva forma de vigilar y castigar: los repartidores detectaron que cuando asistían a las marchas que se organizaron para pedir trabajar en blanco,o a la toma del local de PedidosYa que se hizo a principios de 2019, cuando la empresa echó a quinientos empleados, eran “bloqueados”: dejaban de llegarles viajes. La geolocalización delataba su participación sindical. Los que siguieron yendo empezaron a tomar la precaución de apagar el teléfono para reunirse a manifestar, o simplemente ir al local tomado a conversar sobre la situación con otros compañeros. 

De origen colombiano y con un modelo de negocios que se extiende por el mundo bajo un difuso marco laboral y tributario que no los obliga a mantener un vínculo laboral con sus repartidores, estas empresas explotaron en la pandemia. Como también explotó un hábito aspiracional burgués: pedir ser asistido para recibir todo tipo de productos a domicilio, aunque sea posible ir a buscarlo como antaño. 

Gol libertario en la provincia

En abril de este año, el debate por la regularización de las apps de delivery llegó a la Legislatura bonaerense, a instancias de un proyecto del senador Omar Plaini, que en su letra era más bien modesto:proponía crear un registro de trabajadores de estas apps en la provincia, consignando horarios de conexión y desconexión, mientras que dejaba como sugerencia a futuro la incorporación de derechos. Fue suficiente, sin embargo, para que las empresas reaccionaran notificando a los trabajadores que, de aprobarse, la ley pondría en peligro sus fuentes de trabajo, e iniciara un intenso lobby en las cámaras.

Pero, sobre todo, para que se habilitara el show libertario, con Nahuel Sotelo (que asumió como diputado por la lista de José Luis Espert y devino hombre de Milei) entrando teatralmente a las sesiones con la mochila de PedidosYa. La militancia contra la ley se volvió bandera. Las redes fueron terreno para multiplicar el mensaje “contra la casta política que quiere hacernos entrar en las arcaicas normas laborales que han destruido los ingresos en Argentina”.

Lo que sucedió es digno de estudio: mientras se trataba la ley en comisiones, un grupo de trabajadores de delivery protagonizó una concentración contra una norma que buscaba alguna forma de protección para ellos mismos (la mínima, un registro de su existencia). Diversas fuentes señalan que las apps fogonearon la libre iniciativa de los manifestantes con recompensas monetarias que efectivizaron por las apps como “won the incentive” (ganó el incentivo). Más allá de que esto haya sido así, lo notable es el modo en que esta acción terminó instalando a “los pibes Rappi de Milei”, por un lado, y al “avance estatista”, por el otro. Con muy poco, la derecha extrema marcó la cancha. 

¿Todos con Milei?

Pero esa no fue la única concentración que hubo: unos días después otro grupo de motoqueros se reunió para manifestarse en contra de los que estaban en contra de las regulaciones. A pesar de que fue mayor en concurrencia, esta nueva marcha no trascendió. “El mensaje que les vendieron a esos pibes es que iban a perder esa posibilidad de elegir cuándo, cómo y cuánto trabajar; ese concepto de la libertad es el que Milei explota. Cuando la única libertad que tienen es la de pegarse un palo con la moto y que nadie se haga cargo”, lamenta Marcelo Pariente, secretario general de la Asociación Sindical de Motociclistas, Mensajeros y Servicios (ASIMM), que fue la que movilizó la segunda marcha. 

“Marra comete un error al hablar representando a los trabajadores, él no puede asumir ser poratavoz de la actividad de delivery por plataformas”, critica Pariente. “Es mentira que los trabajadores son libres de elegir, agarran lo que pueden, lo que hay dada la situación tan difícil. Ni siquiera tenemos la libertad de elegir cuándo tomar un viaje, porque si rechazás muchos te penalizan. O sea, tenés la libertad de agarrar lo que te dan, y si no, jodete”. 

Aunque el gremio de Paredes –cuya personería abarca a “trabajadores que realicen la distribución de pequeña y mediana paquetería y sustancias alimenticias en un tiempo inferior a 24 horas, es decir, mensajerías no sólo por plataformas– insiste en que hay que interpretar las plataformas como una herramienta digital, no como una nueva actividad (“nosotros seguimos saliendo a la calle y mojándonos bajo la lluvia, como antes”, compara), reconocen la gran transformación que hubo en el mercado de la logística. “Nosotros entendemos que el modelo cambió, nos juntamos con los abogados de la empresa para ofrecerles armar un nuevo convenio colectivo de trabajo, que contemple esta nueva realidad de plataformas. Pero si el Estado no los obliga, es imposible avanzar”, critica Paredes, y apunta que el estudio que representa a las plataformas es el de Daniel Funes de Rioja, el titular de la UIA

Rappi + Uber

En PedidosYa se logró una serie de blanqueos de trabajadores, pero también eso es capítulo pasado: De unos 2000 empleados en relación de dependencia que llegó a haber en 2018, hoy sólo quedan 33. Ejercen una suerte de resistencia simbólica, porque en los hechos cobran la mitad que sus compañeros monotributistas. 

“El básico nos está quedando en 97.000 pesos, cuando deberían ser 180.000, pero como no sale en el boletín oficial, la empresa se escuda en que no está homologado y no lo paga. Y el Ministerio de trabajo no hace nada. Sólo te queda firmar el recibo de sueldo digital en disconforme porque no tenés ni oficina para ir a quejarte, ¿y qué vas a hacer, romper tu teléfono?”, plantea Ricardo, delegado en PedidosYa. Por las noches él trabaja con Uber, alquilando un auto, para completar su sueldo

Esclavos Ya

El Sindicato de Base de Trabajadores de Reparto por Aplicación (Sitrarepa) es el primero que engloba específicamente a la actividad en plataformas. Surgió en la pandemia, “cuando estábamos solos en la calle, pidiendo elementos de sanitización, armando postas solidarias para prestarnos alcohol en gel o tirar una zapatilla en la plaza para cargar el teléfono”, recuerda Belén D., secretaria de este sindicato. 

“Nuestro trabajo es a destajo, nuestro ingreso es por orden realizada, y el sistema de métricas nos obliga al máximo rendimiento constante. Acá no hay ninguna libertad, acá hay trabajo esclavo, hay un retroceso de un siglo. Estamos dando la pelea por plenos derechos laborales para los trabajadores de plataformas, es mentira que no se puede”. 

El hecho de ser, para muchos y muchas, el primer trabajo, agrava el problema: “Vos les hablás de ley de contrato de trabajo y de asociaciones sindicales y les estás abriendo un mundo que ni siquiera sabían que existía. Son pibes que sólo conocen el trabajo precarizado. Y no sólo los pibes: la situación lamentable que vivimos ha hecho que nos acostumbremos a agachar la cabeza y a aceptar trabajo que nos dan, el que hay”, describe la repartidora.  

Belén analiza que “el sindicalismo tradicional no está dando respuesta al problema de la precarización laboral“. Y lo hace en un marco más amplio que el de las plataformas: “Muchos compañeros vienen de otros rubros también muy precarizados, maestranza, gastronomía, seguridad, estamos hablando de convenios colectivos malísimos. Cuando a esos compañeros les decís que hay que pelear por derechos, te dicen: ¿Cuáles derechos?”. 

Y apunta un dato sintómatico: “es automático que cuando empezás a hablar de derechos, la primera pregunta es: ‘¿y qué hacemos si cuando ganamos esos derechos las empresas se quieren ir?’ Ahí ves que el avance discursivo de la derecha es tremendo. La reivindicación que hacen del modelo de plataforma, busca promover un modelo de esclavitud. La libertad que buscan es la de sus ganancias sin límite”.

Por Karina Micheletto-Página/12