Melisa Anderson, oriunda de Cañada de Gómez, Santa Fe recorría con un amigo la ciudad de Lugano, Suiza, en busca de un buen empleo. Lo que no sabían era que ese día era feriado. Igual, no volvió con las manos vacías
Melisa Anderson nació el 19 de enero de 1991 en Cañada de Gómez, un pueblito de la provincia de Santa Fe, cerca de Rosario, y a pesar de estar hace varias temporadas viviendo en Europa, mantiene la tonada aunque ella reniega, “Cuando vuelvo a Cañada todos me dicen, ‘Ahora tenés acento tano’, y yo digo que no”. Por más de que su apellido es suizo-alemán, no estaba en su plan original terminar viviendo en Suiza, “re loco”. Se crió junto a sus padres y dos hermanos, “Yo soy la más grande de tres”. Terminó la secundaria en Cañada y se fue a estudiar a Rosario toda la carrera de actuación. Luego tocó ir a probar suerte a la gran ciudad: “Me fui a Buenos Aires; viví casi cinco años, estudié comedia musical en la Fundación de Julio Bocca y en la escuela de Juan Rodó; seguí haciendo teatro, danza, canto, todo lo que tenga que ver con el arte”.
La santafesina empezó a conseguir sus primeros trabajos en aquello que la apasionaba y, justo cuando todo parecía encaminarse, tomó un giro drástico: “En el 2016 decidí que me iba de la Argentina pero por un hecho muy particular: cuando vivía en Buenos Aires me robaron tres veces en el curso de dos meses, en la calle, y eso fue el determinante”. Así, a los 25 años, Meli se sintió expulsada por los peligros de su país. “No quiero más tener que sobrevivir a esto”, dijo. Y agregó: “Tenía otra conciencia y me agarró mucho miedo de repente”. Vendió todo lo que tenía: “mesas, sillas, televisión, un silloncito que tenía un cajón… Me acuerdo de todos los muebles que tenía”, cuenta con melancolía. Dejó el departamento que alquilaba por el Obelisco, en pleno microcentro porteño, “Volví a Cañada para ahorrar un poco de plata y estar con mi familia, y el mismo año ya me vine la primera vez para Europa de viaje”.
En sus años en Buenos Aires Melisa estudió comedia musical
Fue más a conocer y “tantear” la situación. “Me ayudaron mucho mis viejos en ese momento, pero ya después cuando dije, ‘Me quedo, es por acá’, me las arreglé sola”. Luego de esa visita experimental de tres meses, en 2017 partió a vivir a Europa sin un plan claro pero definitivo: quedarse. El primer destino fue Cesena, una ciudad en la Emilia-Romaña, en la región norte de Italia. “Obtengo la ciudadanía; empiezo a trabajar y estuve casi cinco años en Cesena haciendo de todo”. País nuevo, vida nueva. Se hizo amigos y hasta se puso de novia con un “tano”. Todo parecía marchar sobre ruedas y, de repente, el tsunami: su pareja de casi un año y medio terminó abruptamente. “Una relación muy traumática, con un final de terror”, articula marcando la “r” con la bronca del maremoto, “porque yo estaba en Italia sola alquilando un departamento con él, los gastos eran a mitad. Mi trabajo no era estable; hacía changas, cuidar niños, me llamaban para eventos, etcétera. De repente, me deja en una evolución de muy poco tiempo, en una situación de total vulnerabilidad; y sobre todo de pobreza porque me encontré que vivía al día, contando las monedas para decir, ‘esto lo separó para el alquiler, esto para comer, esto para el teléfono’, y dije, ‘¿qué hago?’”, relata con una angustia que dan ganas de abrazarla. Dije, ‘Tengo que empezar de nuevo de cero’. Fue una de las veces en estos siete años que estoy acá, que pensé, ‘Me vuelvo a la Argentina’”. Siempre hay un momento bisagra que, si se tiene fe y fortaleza, es para bien. Meli logró silenciar a sus temores y de a poco se fue rearmando, “Esto no me puede hacer quebrar lo que yo tanto quise, lo que tanto busqué”, se prometió a sí misma.
Rápida de reacción, decidió volver a vivir en casa de una familia: “Tuve que renunciar al departamento. En el primer año que estuve en Cesena, había hecho lo que se llama “Ragazza alla pari”, que es como una niñera dentro de casa. Entonces me había quedado el contacto, y a ellos les venía bien”, narra pronunciando un perfecto italiano. En ese momento de turbulencia lo que necesitaba era volver a sentir el calor de una familia, “Y mientras tanto haciendo el duelo de esta relación”. Pero como si estar lejos de sus raíces y ser dejada no hubiera sido suficiente, su película de terror cobró una nueva secuela: la pandemia. “Me vi afectada por lo que fueron el cierre de los gimnasios, donde trabajaba, que fue una de las primeras cosas que cerraron en Italia”. Uno se pregunta por qué no hizo lo obvio y volvió a su hogar en Cañada: “Tenía un pasaje para volver a Argentina que fue cancelado tres veces. Los que estábamos de este lado tuvimos que ver cómo nos cancelaban totalmente el pasaje porque los aeropuertos estaban cerrados”. Tampoco viene de una familia adinerada, “No es que ahora si llamo y les digo, ‘Me tengo que volver mañana’, me pueden pagar un pasaje de 1000 euros, no. Mis padres son docentes, mi mamá jubilada y mi papá se jubila este año, así que súper trabajadores. Obviamente que el primer año me ayudaron a modo de regalo, pero después ya sola”.
Señorita Anderson, cuándo hacemos la entrevista? Soy Miki (skate y remera roja)
Después de la tormenta todo se fue acomodando: en Italia terminó el aislamiento y, en agosto de 2021, Meli juntó las piezas de su corazón roto, además de volver a armar su bolsito y se mudó más al norte de la bota, a un pueblito de 275 habitantes. “Cambié absolutamente de vida: Pigra es limítrofe con Suiza, muy cerca de Lugano, donde tenía viviendo a Nacho, mi amigo de toda la vida, que me propuso acompañarme a buscar laburo en Suiza”, cuenta la santafesina, explicando que es muy común allá vivir en un país “más barato” y acceder a otro con mejor sueldo, y agrega, “empezó todo por una cuestión económica”.
Un amor por un trabajo
Tal como sugirió el amigo, Meli preparó el currículum, imprimió un pilón y fue en su búsqueda laboral, sin saber lo que el destino se traía entre manos. Nacho la acompañó: “Agarramos el auto, nos fuimos para Lugano que era a 40 minutos de donde estábamos. Sólo que llegamos el 1ro. de agosto, día que se festeja la Fiesta Nacional Suiza -se celebra con arengas políticas, hogueras en las montañas, fuegos artificiales y lampiones-, entonces estaban absolutamente casi todos los negocios y restaurantes cerrados”, recuerda con la frustración de aquel día. Los currículums habían quedado casi intactos en sus manos y Nacho, para animar a su amiga, le prometió regresar. “Cuando nos estábamos yendo tomamos una avenida principal y desde el auto veo un chico que iba en skate con un amigo, y le digo a Nacho, ‘Mirá que lindo ese de remera roja que está yendo en stake’”. Y Nacho, el mejor compañero que Meli podría haber tenido, ingenioso chilló, “¡Tirale un curriculum!”.
La pareja viaja por el mundo y él ya visitó la Argentina
“Yo soy mucho más reservado pero lo hago por amor”, son las primeras palabras que emite Michele Bossi -aquel skateboard hoy argentinizado por su novia-, pero claramente en su tonada italiana, suena seductor. “Soy el Miguel italiano”, traduce el nativo de Milán, ciudad donde estudió Ciencias y Tecnología alimentarias y vivió hasta que llegó el Covid-19, “Y me mude definitivo aquí a Suiza. No me gusta mucho la ciudad; desde los 19, en el invierno, siempre trabajé como instructor de esquí en Suiza, y en el verano soy cocinero en restaurantes”. Su única relación importante fue a los 24 años con una instructora de esquí con quien vivió un año y medio, “fue a la única que dije que era mi novia”, pero la relación se terminó cuando cada uno tomó rumbos diferentes.
El 31 de julio de 2021 Michele condujo casi tres horas desde su casa en Engadina a Lugano, dos ciudades contiguas de Suiza. “Un amigo hizo ahí su fiesta de 30 años porque al otro día todos teníamos libre”, explica él y sigue, “Cuando veo desde un auto una chica que miraba”, cuenta con la mayor concentración posible para expresarse en español, “Pero seguíamos yendo yo con el skateboard y ellos en el carro. Y, de repente, nos tiró ese papel pero como no entendimos para quién era, yo le dije, ‘Mira, tu tienes novia así que lo agarro yo’”.
Cuando Michele le mandó su primer mensaje de texto, se sintió en las nubes
No había mucho tiempo, “Fue sin pensarlo: agarré el currículum, lo doblé -no sé cómo tuve la idea de doblarlo para que volara un poco más-, y llegando a la esquina pude tirárselo”, relata Meli lo que parece una escena salida de una comedia romántica de Hollywood, “Lo lancé y dije, ‘Total estoy en Suiza’, ¡no podía pasar nada malo!”. Un acto de locura nunca viene nada mal. Y esa misma noche alguien le escribió para pedirle una entrevista laboral: “Recibí un mensaje de texto, ni siquiera de WhatsApp, porque no tenía Internet él. Y eso fue muy gracioso, muy original, ahí fue cuando ya me conquistó porque me escribió: ‘Señorita Anderson, ¿cuándo tenemos la entrevista de trabajo?, todo en italiano”.
Meli se sintió en las nubes, “no lo podía creer”, declara, “Tenía todos mis datos, toda mi información en un papel, o sea, tenía todo”, comenta otorgándole a Michele en ese “todo” el poder del reencuentro, “y yo no tenía nada de él”. Sin mucho histeriqueo contestó, “¡Cuando quieras!”. Una vez concertada “la entrevista de trabajo”, el “entrevistador” manejó tres horas para ver a la chica del currículum, esta vez desde su casa en Engadina, Suiza, hasta el desolado pueblo de Pigra en Italia. “Cerca de donde vivía ella está mi abuelo en el verano”, argumenta el italiano, queriendo decir que si no resultaba favorable, tenía un plan B: “Si manejaba tanto para un encuentro de dos minutos, al menos lo visitaba a Dario”, se justificaba mandando al frente al nono.
Michele y Melisa en una pista de esquí en los Alpes suizos
La cita estaba marcada y nuevamente Nacho entró en juego: “No me sentí muy segura, entonces le dije a mi amigo que lo invitemos a cenar a su casa, así no estaba sola”, dice Meli que enseguida reconoce, “Ahí arrugué”. El apuesto skater llegó y su segunda primera impresión fue diferente, recuerda ella, “Llegó así nomás, con la camisa del trabajo, con olor a leche”, se ríen con cara de asco, y ahí se enteró que “su empleador” trabajaba en una fábrica de queso y yogur. Y aunque la situación de por sí era “extraña”, algo parecido al amor comenzó a fluir, “Me acuerdo que nos mirábamos y nos reíamos”. Para romper el hielo Michele propuso, “Puedo hacer una ensalada”. Y Meli, que no sabía que él era cocinero, quedó extasiada.“Preparó una ensalada con manzana, un mix extrañísimo que fue la primera cosa que me cocinó”, puntea enamorada una simple receta que describe su alucinación precoz. Cuando la escena parecía segura, Nacho comprendió que sobraba y con un generoso: “Me voy un rato a escuchar música a la pieza”, le dejó vía libre a su amiga. Michele hablaba un poquito de español pero, como Meli ya era fluida con la lengua extranjera, charlaban en italiano. Aunque en un momento las palabras ya no fueron necesarias y ellos se comunicaron con el único idioma que no precisa maestros: se besaron.
“Ahora tengo que tener yo un currículum tuyo con más detalles de tu vida”, pidió ella. Y así, la relación se fue moldeando a la distancia hasta que finalmente, luego de todo un invierno de idas y venidas, en 2022 Meli decidió mudarse a Engadina, Suiza, donde viven juntos hace dos años. La santafesina, además del amor de Michele, encontró trabajo en un rental de esquí en invierno y bicicletas en verano. Los Anderson y los Bossi se conocieron este enero en Milán y dieron el visto bueno a sus hijos.
Michele y Melisa confirmaron eso de que los opuestos se atraen
“La vida acá es distinta porque estamos a 1800 metros de altura, es un valle, estamos rodeados de montaña, no es la vida social de una ciudad. Nuestra vida es muy tranquila como pareja”, confirman. Y justamente esa calma es lo que cautivó a Meli, “Me enamoró su tranquilidad, fue lo primero que percibí”, se sincera y se apura a aclarar entre risas, “Yo no soy tranquila para nada, y él es muy sereno. No existen verdaderos problemas; es eso, me transmitió una calma y una serenidad tremenda desde el momento cero, y me sentí siempre muy tranquila. Nunca tuve miedo ni inseguridad de decir, ‘Me puede pasar algo malo con este chico’. Eso”, reafirma. Y confirmando la teoría que dice que “los opuestos se atraen”. Michele se pliega: “A mí me gusta un poquito el contrario de lo que dijo ella; me falta locura en mi vida, y me gusta mucho lo distintos que somos”, se expone el tano y, aunque le cuesta abrirse, habla con cariño de su novia, “Ella es muy de hacer regalos, es muy buena, le gusta hablar con la gente. A mí no”, confiesa. Y agrega: “Así logramos el equilibrio”. Y continúan con el juego de las coincidencias: “Al principio yo limpiaba la casa con reggaeton, bailando con música a full, y él me miraba raro… ¡Ahora es Miki quien pone la música latina a todo volumen!”, revela ella, y él apoya la moción, “¡Me gusta la cumbia villera!”, y descubriendo su tatuaje en honor a la cultura de su mujer, declara, “Tengo una empanada”. De hecho la primera vez que estuvo en Argentina hizo un challenge: probaba cuatro empanadas diferentes por día.
Ahora lo que sigue es viajar, seguir proyectando su familia y, sobre todo, acompañarse.
Por Cynthia Serebrinsky-Infobae