La historia criminal de María Bernardina de las Mercedes Bolla Aponte de Murano, conocida como “Yiya”, vuelve al centro de la escena con el estreno de una ficción que reconstruye sus estafas, sus crímenes y su figura mediática.
La figura de María Bernardina “Yiya” Murano, conocida popularmente como la “envenenadora de amigas” y considerada por muchos como la primera asesina serial argentina, vuelve al centro de la escena con el estreno de una nueva serie nacional en Flow inspirada en su vida y en los crímenes que cometió en 1979. Ese año, fue detenida acusada de asesinar con cianuro a dos amigas y a una prima en el barrio porteño de Monserrat, en una trama de deudas impagas, engaños y manipulación que conmovió al país.
La historia de Murano, nacida en 1930 en Corrientes y criada en una familia militar marcada por el poder y el autoritarismo, se instaló para siempre en el imaginario colectivo. Bastaba con que alguien dijera “Yiya” para que el público entendiera de quién se hablaba. De hecho, así la presentó la locutora Nelly Trenti en el histórico almuerzo de Mirtha Legrand: “La señora Yiya Murano. Estuvo presa, acusada de envenenar a sus amigas”. La criminal sonrió al escuchar la frase.
La trama que llega ahora a la pantalla es protagonizada por Julieta Zylberberg y Cristina Banegas, junto a Pablo Rago como el periodista que obtiene su último testimonio. La producción estrenada este jueves 13 de noviembre combina true crime, reconstrucción documental y un retrato psicológico sobre una mujer que quiso vivir rodeada de lujo, halagos, dinero fácil y prestigio social, y que no dudó en manipular, estafar y asesinar para lograrlo.
Los orígenes de Yiya Murano
Yiya Murano nació en Corrientes en 1930, bajo el nombre completo de María Bernardina de las Mercedes Bolla Aponte de Murano. Desde muy joven, quiso dejar atrás la vida provinciana y mudarse a Buenos Aires, atraída por lo que ella misma describía como los “brillos y el lujo” de la gran ciudad. Su apellido paterno, ligado a un teniente coronel del Ejército que había actuado como represor tras el golpe de Uriburu, era para ella una carga. Por eso, a los 23 años, al casarse con el abogado Antonio Murano, adoptó su apellido como una forma de desligarse de su origen y reescribir su identidad.
Quería ser una mujer burguesa y sofisticada. Aunque se recibió de maestra, nunca ejerció. En cambio, se movía por el barrio de Monserrat con tapados de piel, carteras importadas y perfumes costosos. No eran bienes fruto del trabajo familiar, sino regalos de los múltiples amantes que, según ella misma afirmó ya convertida en figura mediática, podían haber sido “unos 250”, entre ellos “deportistas, actores y hasta algún Presidente de la Nación”.
Su ambición no se agotaba en el deseo de lujo. También buscaba contactos influyentes y una vida social frenética. “Era una forma de expandirme”, contaría más tarde, cuando su fama ya estaba consolidada. A algunos amantes les pedía dinero asegurando que no le alcanzaba para las necesidades de su hijo Martín; a otros, les decía que estaba atravesando una “enfermedad terminal”. Muchos afirman que mentía y manipulaba según la ocasión.

En paralelo, empezó a construir un modo de vida basado en la usura. Les pedía dinero a amigas, vecinas y familiares, prometiendo devolverlo con intereses gracias a supuestas inversiones. En plena época de “plata dulce”, la estafa piramidal funcionó durante un tiempo. Hasta que dejó de sostenerse. Ahí es donde aparece la cara más oscura de su historia.
De estafadora a asesina: los crímenes que la convirtieron en mito
A principios de 1979, con pagarés firmados y varias acreedoras exigiendo el dinero prometido, Yiya decidió que la salida para no saldar sus deudas sería eliminar a quienes reclamaban. Entre el 11 de febrero y el 29 de marzo de ese año, asesinó a tres mujeres de su círculo íntimo, Nilda Gamba, su vecina; Lelia “Chicha” Formisano de Ayala, amiga de la familia; y Carmen Zulema “Mema” Del Giorgio, su prima segunda.
El modus operandi fue siempre el mismo, las invitaba a tomar té y comer masitas caseras o de confitería, un ritual amistoso que escondía una emboscada. El cianuro, la sustancia de olor similar a las almendras amargas que había leído decenas de veces en las novelas de Agatha Christie,uno de sus grandes pasatiempos, se convirtió en el arma elegida. Todas las víctimas sufrieron dolores agudos, náuseas y un deterioro inmediato tras la merienda.
En el caso de Nilda Gamba, Yiya convenció al médico de la cochería de firmar un certificado de muerte por “paro cardíaco no traumático”, a cambio de una “propina”. Así evitó la autopsia. Con “Chicha” Formisano ocurrió algo similar. Solo la muerte de “Mema” fue investigada a fondo, tras un episodio de dolor abdominal agudo que terminó con su internación y fallecimiento. Su cuerpo fue el primero en ser sometido a una autopsia que reveló la presencia de cianuro alcalino en las vísceras.
Ese hallazgo abrió una cadena de sospechas. El portero del edificio contó que había visto a Yiya entrar con masitas a lo de Gamba y retirarse con un paquete de sobrantes; la hija de “Mema”, Diana Venturini, encontró pagarés firmados por Murano; y la exhumación de las otras dos víctimas confirmó que también habían sido envenenadas. Por estos motivos, el 27 de abril de 1979, Murano fue detenida.
En 1982, el juez Ángel Mercado la absolvió por falta de pruebas concluyentes. Pero en 1985, la Cámara Nacional en lo Criminal anuló esa absolución y la condenó a prisión perpetua por tres homicidios calificados y estafa. Cumplió 13 años efectivos, beneficiada por la conmutación de pena y la ley del “dos por uno”.

Fama, negación y un mito que no dejó de crecer en torno a Yiya Murano
Tras recuperar la libertad en 1995, Yiya no eligió el perfil bajo. Al contrario, se convirtió en una figura pública. Dio entrevistas, participó en programas y volvió dos veces a la mesa de Mirtha Legrand. En una de esas visitas, llegó con una caja de masitas como regalo, repitiendo el gesto que la había vuelto famosa. Mirtha, incómoda, no las probó. La presentación de Nelly Trenti permaneció en la historia: “Estuvo presa, acusada de envenenar a sus amigas”. Y Yiya, siempre calculadora, sonrió.
Negó su culpabilidad hasta sus últimos días. Incluso afirmaba que si hubiera habido cianuro, un médico que practicó respiración boca a boca a una de las víctimas también habría muerto. Pero su hijo Martín, doble de riesgo y autor del libro Mi madre, Yiya Murano, aseguró que su madre le confesó que el veneno estaba “en los saquitos de té”. También sostuvo que ella intentó matarlo cuando era niño, ofreciéndole una torta envenenada. “Hasta intentó matarme”, repitió múltiples veces en entrevistas.
El vínculo entre ellos fue tormentoso. Yiya lo llevaba a encuentros con amantes diciéndole que visitarían a un “tío lejano”, y le pedía que se portara bien “para que nos hagan lindos regalos”. Martín lo observaba todo en silencio.
Convertida en celebridad, dio más de diez entrevistas al periodista Rodolfo Palacios, a quien le dijo una frase que la definía por completo: “Los asesinos nunca dicen la verdad”.
Sus años finales fueron solitarios. Vivió en geriátricos de Caballito y Belgrano, con un diagnóstico de demencia senil que le borró recuerdos. Murió en 2014, a los 83 años. Su familia decidió que su tumba en Chacarita dijera “Mercedes Bolla” para evitar vandalismos. Irónicamente, descansa en el mismo cementerio que sus víctimas.
Fuente: Perfil

