Baires Para Todos

Por una mesa sin grietas

Las enseñanzas de Freud sobre el “narcisismo de las pequeñas diferencias” nos ayudan a comprender los enfrentamientos de hoy.

El amor y el odio son sentimientos que suelen ser concebidas por la mayoría de las personas como dos instancias opuestas y excluyentes. Afortunadamente hay muchos matices entre ambos extremos. Lo otro ya daría más que pensar.

Es cierto que algunos tipos de amor son aislantes, exclusivos. Si estoy enamorada apasionadamente de otra persona, aspiro a la simetría, al encuentro, a la reciprocidad, lo cual, como dice Lacan no deja de ser verdaderamente un “acontecimiento milagroso” porque siempre en una relación amorosa hay dos posiciones asimétricas bien marcadas: El amante (Erastés) y el amado (Erómenos). Siempre uno de los dos, el amante, ama desesperadamente, hace más y es capaz de “dar hasta lo que no tiene por su objeto amado”. El acontecimiento milagroso se produce cuando estas posiciones se intercambian: El Erómenos se convierte en el Erastés.

Así como lo es el amor, la hostilidad también es un sentimiento prehistórico. Pero en los tiempos actuales se ve representada por la famosa “grieta” que hay en la sociedad en la que vivimos y que divide familias, amigos, parejas. La grieta es la forma que utiliza en esta década el narcisismo de las pequeñas diferencias, concepto freudiano, para manifestarse una vez más.

Freud se refirió al narcisismo “de las pequeñas diferencias” como el mecanismo fundante de la intersubjetividad social. Respecto a esto, nos dice: “No es fácil para los seres humanos evidentemente renunciar a satisfacer ésta su inclinación agresiva; no se sienten bien en esa renuncia. No debe menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural más pequeño: ofrecer un escape a la pulsión en la hostilización a los extraños. Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos con tal que otros queden fuera para manifestarles la agresión. En una ocasión me ocupé del fenómeno de que justamente comunidades vecinas y aún muy próximas en todos los aspectos se hostilizan y escarnecen: así españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc. Le di el nombre de “narcisismo de las pequeñas diferencias”.

A lo largo de todos los tiempos, siempre se trató de expulsar al Otro, a los Otros, que se advertían como diferentes: Lo distinto, lo diferente causa malestar. Por lo que a las actitudes expulsivas a todo lo que no entra en sintonía con nosotros, las podemos pensar como una manera de tratar lo inasimilable. Lo inasimilable debe ser expulsado, pero retorna como aquello familiar que se torna extraño, Freud lo denomina “siniestro”, Lacan y luego Miller “éxtimo”.

S. Freud, con una posición de hereje ante la religión, cuestiona e interroga al mandamiento: ama a tu prójimo como a ti mismo, e introduce los sentimientos hostiles con el semejante y la segregación a lo diferente. Se perciben como hostiles las partes del mundo que uno no puede incorporar, ya que el yo es autoerótico y advierte como displacientes a todo elemento de la realidad que le sea extraño.

Umberto Eco sabiamente nos dice “El amor calienta el corazón sólo hacia unas cuantas personas selectas; el odio calienta los corazones de todos los que están en tu bando, y puede movilizar a un grupo a discriminar a millones de seres: una nación, un grupo étnico, personas cuya piel tiene un color diferente al tuyo o gente que habla un idioma diferente. Un italiano racista puede odiar a todos los albanos o rumanos o gitanos…”.

La hostilidad intenta sentarse en nuestra mesa de fin de año infiltrada, y está al asecho de manifestarse ante lo que se le presente como extraño. Pero está en nosotros la decisión, de qué esperamos, si un verdadero encuentro, desde el afecto, o un desencuentro, desde la agresión. La diferencia política, económica, social, cultural, religiosa, que tengamos con el otro, difícilmente llegue a un punto de convergencia. Los discursos actuales están teñidos de certezas y fundamentalismos respetables e incuestionables.

Querer hacer entrar a alguien en razón sin razón acerca de una convicción, del tipo que sea, es un gasto de energía que no es conducente y menos aún para esta época del año donde nos elegimos por lo que nos une y no por lo que nos separa. No vale la pena. Que aceptar la diferencia sea uno de los grandes desafíos para el 2020.

Por Paula Martino – Psicoanalista