La metáfora es de Bertolt Brecht: “Esta cerveza no es una cerveza, pero este hecho queda compensado por el hecho de que este puro tampoco es un puro. Si esta cerveza no fuera una cerveza y este puro fuera realmente un puro, entonces habría un problema”.
Parafraseándolo, se podría decir que Javier Milei no es un Presidente normal, pero eso queda ampliamente compensado por el hecho de que la oposición a Milei tampoco es una oposición normal. Si Milei no fuera normal y la oposición fuera normal, entonces habría un problema que se expresaría en un grave conflicto de poderes entre el Legislativo y un Ejecutivo que trata de avanzar sobre sus atribuciones.
Pero hasta hoy ese conflicto no existe. Lo que sí existe es este armónico equilibrio producto de dos anormalidades conducentes.
Normalidades diferentes. Las anormalidades de Milei siempre estuvieron a la vista y es probable que su éxito político se base en haber logrado interpretar adecuadamente las anormalidades argentinas.
El martes se verá el verdadero nivel de compromiso de los ex JxC con el Gobierno…
Anormal Milei en el sentido de ser un mandatario atípico, un outsider que sueña con aplicar un modelo anarcocapitalista inédito con transición en este minarquismo en desarrollo. Anormal por haber sido electo tras salir segundo en la elección general, obteniendo allí una cantidad minoritaria de diputados y senadores. Anormal en cuanto a ser esta suerte de rockstar que empieza a ser famoso en el mundo. Y anormal él, por ser el único jefe de Estado que cree recibir instrucciones desde el más allá, incluso de su fallecido perro Conan.
La otra anormalidad es la de una mayoría opositora que apoyó las casi cuatrocientas normas emanadas del oficialismo para modificar, en una sola súper sesión, la legislación vigente. Esta anormalidad es producto del complejo momento que atraviesa lo que fue Juntos por el Cambio tras perder dos elecciones presidenciales seguidas. La primera con Mauricio Macri y la última, con Patricia Bullrich saliendo tercera.
De aquella poderosa alianza electoral que había vencido al peronismo en 2015 quedó la fragmentación que esta semana se vio en el Congreso, unida para aprobar en general, el paquete de reformas legislativas más importante de las últimas décadas.
Desde sus largas vacaciones en el sur, el expresidente lideró ese apoyo sin fisuras a lo que consideró “una ley fundamental para comenzar un cambio en la Argentina”. En línea con su histórico apoyo a las ideas de Milei, incluso en plena campaña electoral cuando la candidata de JxC era Patricia Bullrich.
Esa firme adhesión de uno de los principales líderes opositores, derramó lógicamente sobre la bancada del PRO, cuyos legisladores defendieron la aprobación de la megaley con el mismo énfasis con el que sabían defender las iniciativas legislativas del expresidente Macri.
…Entre ellos, la pregunta es: “¿Ustedes le darían facultades extraordinarias a Milei?”
Sólo que ahora, cuando en sus discursos hablaban de “nuestro presidente”, se referían al ancarcocapitalista.
No es sencilla la posición de Macri ni la de su bancada. Calculan que el 60%/70% de su electorado está superpuesto con el de Milei (o sea, podría votar a uno u otro y podría coincidir con ideas de uno u otro). Por lo que entienden que apoyar a Milei es también hacerse eco de esa parte de sus votantes.
Pero hacerlo implica dos riesgos latentes:
1) Si le va bien a Milei, el PRO podría quedar como el furgón de cola de un exitoso mileismo; una suerte de lo que fue la minúscula UCeDé para el menemismo.
2) Si le va mal, puede pasar a ser tan responsable del fracaso como el propio libertario, con el agravante de que sería la segunda experiencia fallida en la administración del Estado.
El duelo. Hay otro motivo: creen que, a esta altura, apoyen o no a Milei, si le va mal, ellos lo sufrirían igual. Y creen que, siendo así, el eventual sucesor de Milei volvería a ser un heredero de Perón o, al menos, alguien que se haya mostrado como un adversario tanto de Milei como de Macri. Se refieren a un exmacrista como Rodríguez Larreta o a un radical como Facundo Manes.
Esa sería la lógica por la cual la oposición macrista y los exJxC adquirieron esta semana el rol de socios del oficialismo, sin serlo. Porque cuando lo quisieron ser, no lo consiguieron.
Fue cuando Macri creyó que podía domar a Milei y cogobernar, y se chocó con que la mayor virtud de Milei no es el arte de la negociación: el nuevo mandatario terminó acordando, por las suyas, sin el OK de Macri, la incorporación de la fórmula Bullrich-Petri y de Luis Caputo.
Cerca del expresidente se sostiene que él está seguro de que el PRO no tiene otra alternativa que apostar al éxito de Milei (en privado llegó a hablar de dos períodos de gobierno libertario y chocó con un importantísimo dirigente macrista). Aunque se imagina que la crisis social y la debilidad política del Gobierno, más temprano que tarde obligará a Milei a sentarse a negociar con él, y entonces sí, se formalizaría un cogobierno con división de áreas y de funcionarios.
Quizá cometa el error de subestimar a este hombre que, como dice José “Pepe” Mujica, puede estar loco, pero bobo no es.
Por lo pronto, un Presidente legislativamente débil como Milei, pudo condicionar a bloques opositores fuertes y lograr una primera y provisoria victoria política.
El próximo martes se verá si ese apoyo sigue siendo tan masivo como para aprobar una por una las centenares de reformas.
Poderes extraordinarios y poderes extrasensoriales. El principal foco de atención será la votación en la que se decida concederle a este Presidente facultades extraordinarias durante un año (prorrogable por otro más) en materia económica, financiera, tarifaria, energética y administrativa.
En estas semanas, fueron muchos los debates en el Congreso y fuera de él sobre los 664 artículos, pero en especial, sobre el primero de ellos que detalla la concesión de facultades. En cada pasillo, el interrogante se repetía: “¿Ustedes le darían facultades extraordinarias a Milei?
En este punto radicará el verdadero nivel de compromiso que el macrismo, el radicalismo y el grupo de Pichetto estarán dispuestos a tomar con la administración libertaria. Porque todo lo que durante ese año haga Milei con esas facultades extraordinarias, sin requerir la opinión del Congreso, inevitablemente también será cargado en las cuentas de cada uno de esos legisladores y de sus respectivos partidos.
Si Milei usara esos poderes discrecionales con tino, criterio y moderación, acompañando un exitoso proceso económico, entonces sólo sobrevendrá el dilema de qué rol jugará cada uno en el nuevo escenario de un Milei triunfante.
Pero si por algún motivo eso no sucediera; si el Presidente no tuviera ni tino, ni criterio ni moderación; si por alguna razón hipotética deviniera un rapto de ira, un instante de descontrol; si la situación social y económica no mejorara tan rápido como todos quisieran y eso generara tensiones adicionales; si un día decidiera aplicar esos poderes extraordinarios en función de sus otros poderes extrasensoriales y recibiera del más allá una misión que ya no requeriría de la aprobación del Parlamento…
O sea, si Milei fuera Milei, si en estos meses sucedieran cosas que lo llevaran a tomar medidas de emergencia y si esas medidas fueran dramáticamente equivocadas, entonces el costo para quienes le concedieran a Milei esos poderes excepcionales sería muy alto.
Porque sería muy alto el costo para el resto de los argentinos.
Por Gustavo González-Perfil