Baires Para Todos

Milagros inesperados

Es altamente probable que 2022 sea recordado, simplemente, como el año que Argentina ganó la Copa Mundial de Fútbol.

Este evento ha quedado grabado a fuego en la historia argentina y la alegría desbordante por parte del pueblo, comienza a generar interrogantes sobre si esta efervescencia puede marcar un antes y un después en el devenir social de un país, que por momentos, parece estar tocando fondo. Demasiado pronto para opinar.

Bajofondo. Sin embargo, muchas otras cosas pasaron en Argentina este año tan intenso como acelerado. Uno de los eventos más relevantes fue la firma del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional en los primeros días de marzo. Después de tres años de dimes y diretes, Martín Guzmán producía el mismo acuerdo (o tal vez peor) que podría haber firmado el día siguiente al que asumió Alberto Fernández. La impresión, mirando el evento en perspectiva fue que el convenio fue postergado intencionalmente. Después de todo, el ministro era “experto en deuda” y si hubiera resuelto el tema con la premura necesaria o aprovechando ventanas de oportunidad como la propia pandemia se hubiera quedado sin argumentos para su continuidad. Por una parte, para 2022 la popularidad del Gobierno ya había caído en picada tras la famosa foto de Fernández en la fiesta en la Quinta de Olivos en plena cuarentena por covid y entre su propio electorado el Presidente sufría por las tensiones con Cristina Kirchner, casi escalando a niveles insoportables.

Muchos se preguntan si esta efervescencia puede marcar un antes y un después en el devenir social de este país

Si hubiera podido existir un mejor acuerdo con el FMI es materia de especulación, lo que sí es materia empírica es que el Frente de Todos se partió para la votación en el Congreso, por lo que el sector fiel a Alberto Fernández debió contar con el apoyo de Juntos por el Cambio para lograr que el acuerdo tenga forma de ley. De hecho, si se observa todo lo solicitado por el Fondo (incluidas algunas leyes) se sabía que el acuerdo es y será incumplible. Lo particular es que la ruptura en un tema tan importante no generó una ruptura en el Gobierno, pero sí un lento goteo en el gabinete donde Fernández tuvo que ir entregando en episodios cada alfil propio, a veces con las excusas más pasmosas.

El infierno está encantador. Pero esto no termina, lejos de encontrado el Santo Grial como se había prometido, tras la firma del acuerdo la situación económica se empieza a desmoronar. En marzo la inflación salta dos puntos y llega al 6,7%. Las luces rojas se encendían, tampoco el dólar encuentra techo, el 4 de junio tras un cruce con Cristina Kirchner, el Presidente le pide la renuncia al ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas, y apenas un mes después renuncia Martín Guzmán. El país mira de frente al abismo y asume de urgencia Silvina Batakis, quien frente a las señales de megacrisis con el dólar paralelo volando por los aires renuncia unos veinte días después. Ya se hablaba de adelantamiento de las elecciones y renuncias de la cúpula gobernante en cascada.

No obstante, a pesar de la resistencia de Fernández, quien creía (con un poco de razón) que se le iba a licuar el poco poder que le quedaba, el 2 de agosto asume como superministro Sergio Massa, quien regenera las expectativas que estaban por el piso y logra su programa de mínima: que no vuele todo por los aires. Su proyecto: generar acuerdos sector por sector y que la inflación muestre una baja sostenida hacia marzo o abril, ahí decidirá si se sube al barco de una candidatura presidencial, frente a algunos de los potenciales oponentes de JxC, Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta.

Días de furia. En un mar económico embravecido, el 22 de agosto, los fiscales de la causa Vialidad pedían 12 años de prisión para Cristina Kirchner. Más allá de los años que llevaba el juicio, este evento causó una impresión profunda en la sociedad y despertó la furia del kirchnerismo duro, creciendo los reproches hacia Alberto Fernández. ¿Podría o tendría que haber hecho algo el Presidente para que la sangre no llegue al río? Apenas un mes después ocurre un hecho extraño e inexplicado, en la propia puerta de la casa de la vicepresidenta, convertida en un escenario político, alguien apuntó con un arma prácticamente en la cabeza de las dos veces presidenta. Se comenzó a hablar de un grupo desconocido involucrado, Los Copitos, nombre puesto por vender copos de azúcar en determinados lugares. No se habló más del tema.

Más allá de eso, el juicio por la causa Vialidad siguió su curso y el fallo del jurado que se esperaba para marzo o abril o más allá, salió el 6 diciembre. Quizás con viveza criolla aprovecharon el Mundial que había comenzado el 20 de noviembre, y que mantenía expectante a todo el país. El mismo día a la tarde, Cristina realizó un descargo en una transmisión por Youtube que duró aproximadamente cincuenta minutos, y anuncia lo inesperado: su nombre no estará en ninguna boleta en 2023. En ninguna. Sin embargo, las cuatro quintas partes de su alegato las dedicó a una noticia que había surgido días antes. Un grupo de jueces federales había viajado a Lago Escondido con funcionarios del Gobierno porteño y directivos del Grupo Clarín. La denuncia de Cristina tenía como finalidad desacreditar la imparcialidad del fuero federal, pero quedó una pregunta flotando: ¿cuál fue la finalidad del encuentro? Más allá de la respuesta banal del supuesto fanatismo del grupo por la pesca deportiva, corrieron rumores sobre otra preocupación más profunda: qué pasaría y qué planes de contingencia se podrían emplear tras la posible aplicación de un tan oculto como famoso plan de cien medidas en cien horas de un gobierno de Juntos por el Cambio en alianza con Javier Milei.   

La calle tan temida. Si realmente esta contingencia genera (legítima) preocupación en parte de la élite argentina, los acontecimientos entre el lunes 19 y el martes 20 de diciembre debería multiplicar por 100% dicha inquietud. En cuestión de horas, millones de personas salieron a la calle, esta vez no a pedir la cabeza de ningún dirigente, sino a festejar la brillante performance de la Selección Nacional en Qatar. No hay muchas experiencias para comparar semejante eclosión sin ningún mandato o direccionamiento de la dirigencia política, social o sindical. No había ni choripán, ni micros que criticar, y los intentos de Fernández para que los campeones pasen a saludar por Casa Rosada terminaron una vez más en una multitud de memes.

Una situación que parecía apagarse entre las sociedades posmodernas parece brillar con gran salud de Argentina, la movilización popular, incluso expresada en forma totalmente autónoma, inorgánica y sin vocero que exprese esos sentimientos. Mucho que pensar, poco que decir.

Por Carlos De Angelis – Perfil