Baires Para Todos

Medio siglo sin el viejo

Apuntes críticos sobre el estadista más influyente de la Argentina contemporánea

Según la mitología griega, Cronos supo de Gea que estaba destinado a ser derrocado por uno de sus propios hijos, como él había derrotado a su padre. Por ello, aunque fue padre con Rea de los dioses Deméter, Hera, Hades, Hestia y Poseidón, se los tragaba tan pronto como nacían.

En un momento histórico en que el peronismo se presenta ante la sociedad “en modo crisálida” – al decir de Axel Kiciloff, frente al desafío de entonar una nueva canción -, el propósito de este artículo consiste en revisar al menos tres presupuestos bastante controversiales para su militancia, y muy especialmente para la no peronista.

El primero de ellos intenta ajustar cuentas con la recurrente tendencia de muchos adultos mayores del campo popular que alcanzaron a vivir parte de aquella experiencia histórica y atesoran una memoria tan generosa al respecto que termina por idealizar al primer y segundo gobierno de Perón prácticamente como a una Edad Dorada que es preciso reeditar. 

El segundo, a la luz de la deriva movimientista actual, pretende repensar el momento en que la radicalización gradual de la resistencia popular contra los gobiernos de facto que antecedieron al tercer mandato del Gral. Perón propició condiciones para intentar perforar un techo doctrinario cimentado en la conciliación de clases y trascenderlo ensayando una perspectiva revolucionaria.

Y el tercero,  abrevando en testimonios de algunos protagonistas de la época como Juan Carlos Dante Gullo, José Ber Gelbard u Oscar Alende, que tuvieron oportunidad de alternar con Perón tras su reprimenda pública a la generación militante a la que oportunamente llamara “juventud maravillosa” – sin eximir al anciano líder de responsabilidades atinentes a una tragedia que comenzó en vida suya y se agravó a partir de su deceso -, procura asomarse a un período sumamente oscuro para el movimiento que despuntara el 17 de octubre de 1945, y cuya dirigencia hasta ahora ha cubierto con un manto de silencio.

1 – El peronismo más allá de su leyenda

Debería constituir un lugar común para el pensamiento crítico admitir que la Argentina como dilema resulta impensable sin el peronismo y su creador.

Fenómeno propio del Siglo XX al fin, surgido tras la Segunda Guerra Mundial, en paralelo con otros movimientos nacionales del mundo periférico, supo aprovechar las mieles de posguerra edificando un Estado de Bienestar que dejaría una marca indeleble en la historia del país.

Mucha agua ha pasado bajo los puentes desde su momento fundacional, y – trágicamente – no siempre ha sido agua.

Aquel paradigma industrialista y metalmecánico que signó su origen dio paso al financiero e informático, y las Sociedades del Disciplinamiento – en Nuestra América caracterizadas por la Doctrina de la Seguridad Nacional y los Terrorismos de Estado – dieron paso después a las Sociedades del Control, donde el poder se ejerce desde el mercado, la Justicia y los medios, en un contexto global regido, además, por la transición hegemónica entre las grandes potencias, en el marco de una crisis civilizatoria que, de la mano del ideal moderno del progreso ilimitado, ha puesto en jaque el futuro de la vida en el planeta. 

Mal que le pese a muchos de sus detractores por derecha y por izquierda, muchos de esos tópicos fueron oportunamente considerados por Juan Domingo Perón Sosa, nacido en el último quinquenio del Siglo XIX en el pueblo bonaerense de Lobos, y devenido político, militar y escritor argentino, tres veces presidente, fundador del peronismo, única persona en ser elegida tres veces Primer Mandatario de su país y primera en ser electa por sufragio universal masculino y femenino. 

Transitando la segunda década del Siglo XXI, su figura y legado aún resultan insoslayables a la hora de interpretar la realidad nacional de esta amplia extensión geopolítica del Cono Sur denominada Argentina. 

Repasando algunas de sus preocupaciones principales, diremos que la reforma de la economía fue un verdadero desafío para quien el pueblo – testigo y beneficiario de sus gobiernos – no dudó en bautizar como el Primer Trabajador”, que después del triunfo electoral del 24 de febrero de 1946, asumió – el 4 de junio de ese año – la Presidencia de la República. 

A partir de entonces, la redistribución del ingreso en favor de la pequeña y mediana industria del país, se convirtió en la base de la política mercadointernista que el susodicho ejecutó. La reforma financiera de 1946, el I.A.P.I. (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio) que desde entonces funcionó como ente autárquico monopolizando el comercio exterior argentino y derivando las ganancias obtenidas de la venta de productos agropecuarios hacia el sector industrial, permitieron al Estado planificador liderado por Perón actuar sobre el diagnóstico elaborado por el Consejo Nacional de Posguerra respecto de la realidad socioeconómica del país.

Ahora que, al menos en Occidente, no parece estar de moda la intervención estatal, vale la pena señalar que China – la potencia que viene prevaleciendo en la pulseada global -, cuyo expansionismo se verifica más en términos comerciales que de coloniaje, posee un Estado planificador, y no deja de crecer, según opinión unánime incluso de quienes no consideran a su modelo de sociedad digno de imitación. 

La necesidad de transformar “una economía al servicio del capital” en otra dispuesta a colocar el capital al servicio de la economía, para revertir su connotación “colonial”, llevó a Perón a planificar y proclamar la “independencia económica” con la firma consagratoria de un acta en la histórica Casa de la Independencia Argentina, en Tucumán, el 9 de julio de 1947. Lo simbólico del acto signó esos hechos, que condujeron a la nacionalización de nuestra economía. 

Con la “recuperación económica los ferrocarriles son argentinos. Los teléfonos son argentinos. El gas es del Estado”, recuerda El Manual del Peronista y uno de los tantos libros de lectura para primer grado superior aprobados por el Ministerio de Educación de la Nación en 1952. “Los argentinos tenemos, gracias a Perón, el honor de poseer una poderosa Flota Mercante de Ultramar (…) Las comunicaciones favorecen el desarrollo de la cultura, promueven la Economía y el intercambio y contribuyen a la Defensa Nacional. Perón nacionalizó durante el Primer Plan, todas las comunicaciones”, informa el Segundo Plan Quinquenal, en su versión para niños cursantes del quinto y sexto grados de la escuela primaria, presupuesto calificado como demagógico por parte de los opositores al régimen en gestación. 

El propósito de “dar unidad a la educación del pueblo argentino, formando su conciencia histórica, fijando los objetivos mediatos e inmediatos y exaltando la voluntad ferviente de servir a Dios, a la patria y a la humanidad”, como expresó Perón en mayo de 1949, alimentó los mensajes de un discurso cargado de simbolismos que envuelven en un halo mítico varias de las reformas económicas que llevó adelante el Estado nacionalista y popular que lideró. 

La difusión de la “doctrina de independencia económica” se convirtió en un objetivo en sí mismo y se insistió desde el poder en que “la economía ha de orientarse con un amplio espíritu de justicia distributiva. Enseñando a respetar el capital, como que él es trabajo acumulado, pero enseñando también que él no puede ser nunca factor de opresión y esclavitud nacional o internacional”.

La pendular “tercera posición”, la redistribución del ingreso, la justicia social, la soberanía política y la independencia económica, como principios que dan sustento a la doctrina peronista, se difundieron una y otra vez por diversos medios de comunicación y aprendizaje, para convalidar y – a veces – sobrevaluar realizaciones, para reforzar lealtades y generar consenso, reclamando sacrificios cuando las circunstancias así lo exigían.

A ningún análisis riguroso escapará que el peronismo naciente canalizó identidades políticas preexistentes en el seno del pueblo trabajador – que venían luchando por trascender los límites impuestos por la partidocracia de entonces – hacia la conciliación de clases, tensionando las posibilidades del Estado Benefactor hasta la frontera de lo humanitariamente posible dentro del sistema capitalista.

Si como el Presidente Perón afirmara – con un lenguaje sencillo, directo y que se identificaba con el común de la gente – “con orgullo de argentino y de peronista”, las realizaciones de su gobierno permitieron “levantar sobre sus estructuras el edificio de la realidad política y de la realidad social”, cómo no revalorizar (sobre todo en el contexto presente) la repatriación de la deuda externa, la adquisición por parte del Estado Nacional de los servicios públicos y la redistribución del ingreso a través del crédito en favor de la producción industrial y agraria en el marco de un dinámico mercado consumidor interno. Es a partir de estos argumentos que Perón ha sido considerado el creador de “un sistema de economía social, y de haberlo asegurado como realidad nacional por la independencia económica”, base del pleno empleo y de la “justicia social” de la cual se beneficiaron entonces los por él revalorizados “descamisados”, a través de un discurso que, partiendo del pasado patrio, tomó a sus héroes máximos como referencia. 

Las realizaciones acompañaron tal discurso, y el pueblo se sintió protagonista y principal destinatario de ellas. Vale la pena confrontar ese enfoque discursivo y el estadístico, en relación con tres cuestiones claves del nacionalismo económico peronista: la repatriación de la deuda externa, la nacionalización de los servicios y la distribución del crédito.

1.2 – Dichos y hechos acerca de la repatriación de la deuda externa

Para un gobierno de rasgos nacionalistas y populares como el que Perón inauguró en 1946, la recuperación de la deuda externa argentina representó una singular y simbólica demostración de poder e independencia en la toma de decisiones. Dio consistencia a su “tercera posición” y se constituyó en un hecho de alta significación doctrinaria, en un componente valioso para la memoria oficial, como marco referencial al cual adscribieron sus experiencias los sectores populares.

El rescate total de nuestra deuda externa se logró en 1952. El Estado peronista destacó entonces que el país deudor de $12.500.000.000 se convertía así en acreedor por más de $ 5.000.000.000. Ese tema alimentó el discurso oficial desde tiempo atrás. Formó parte de la independencia económica consagrada en Tucumán el 9 de julio de 1947 y acompañó cada alocución presidencial desde 1946, cuando el Presidente Perón calificó a nuestro crédito como “fuerte y sano”.

A la luz de la estadística, el período 1947-51 indica una tendencia a la baja en la tasa de interés en consonancia con la estabilidad económica, una creciente emisión de títulos de la deuda pública interna que poco atrajo el interés del ahorro nacional, y una marcada disminución de la deuda externa que se saldó en 1952, con el pago de m$n 12.649.471 perteneciente a las 2 últimas cuotas semestrales del empréstito argentino-británico contenido en el Convenio Roca-Runciman (1933) Se gestó entonces una situación inédita en la historia argentina desde el préstamo Baring Brothers de 1824. 

La gran existencia de divisas en el país al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945 y el superávit de la balanza comercial entre 1946-48 (reiterado en 1953-54) se aplicaron a la repatriación de la deuda externa, en tanto se expandió la deuda interna consolidada y creció el endeudamiento total del país. 

El gobierno poco informó acerca de estas alternativas y en la memoria colectiva se grabó de modo casi indeleble el contenido del discurso oficial que rescató -una y otra vez – la trascendencia de las repatriaciones de la deuda externa, que, si bien tuvo contundencia real, colocó tras un infranqueable telón el importante incremento del endeudamiento total que vivió la Argentina peronista. En medio del cambio de rumbo de la economía nacional, a partir de 1950, ese silencio se extendió a temas tales como el acercamiento del país a los Estados Unidos, a través del Eximbank, que en 1950 acordó a la Argentina un préstamo por 125 millones de dólares destinados a saldar las deudas con los comerciantes norteamericanos. El mutismo sobre los efectos de estas medidas abarca tanto a la ley de inversiones extranjeras de 1953 como a los acuerdos firmados con la California Standard Oil.

Recién en 1955, “en tiempos de crisis universales”, el Presidente Perón aludió elípticamente a este acercamiento al capital externo, cuando en un breve párrafo del discurso inaugural de las sesiones ordinarias de la Asamblea Legislativa, el 1° de mayo, y en relación con la extracción del petróleo argentino, indicó casi como justificación del viraje que “con plena conciencia del significado y de las proyecciones del problema, entendemos que se sirve a los verdaderos intereses del país al posibilitar, dentro de las normas fundamentales de nuestra Constitución, el aporte de recursos adicionales extranjeros”. 

Como contrapartida y paradójicamente, en la memoria de los argentinos permanece grabado, más allá del cambio operado en la economía por el Estado peronista, un discurso que destacaba hasta un lustro antes un destino de grandeza para el país; aquél que recuerda que “con el dinero argentino de los bancos y con el dinero argentino que nos produjeron los buenos negocios que hicimos con la venta de nuestra producción (…) recuperamos nuestra deuda exterior (…) compramos luego los ferrocarriles, los teléfonos, los puertos, los transportes aéreos y marítimos, los seguros y reaseguros, los servicios de gas, de obras sanitarias, de elevadores de granos, innumerables usinas eléctricas del país”. 

He aquí la base argumental de muchos revisionistas que ameritan al primer gobierno peronista sobre el segundo, contexto en el que comenzaron a verificarse los límites de la conciliación de clases en el marco de un capitalismo voraz.

1.3 – Lo simbólico y lo real acerca de la nacionalización de los servicios públicos

La nacionalización de los servicios públicos fue uno de los baluartes de la plataforma electoral triunfante en los comicios nacionales del 24 de febrero de 1946, eje vertebrador de la proclamada independencia económica y un aspecto sustancial de la “lucha antimperialista” impulsada por el peronismo. Ese mismo año se iniciaron las gestiones diplomáticas y económicas para nacionalizar los ferrocarriles de propiedad británica y el 1° de mayo de 1947 – cuando caducaron las exenciones a favor de estas empresas acordadas por la “Ley Mitre” de 1907 – Perón inauguró las sesiones legislativas ordinarias dando cuenta de la culminación exitosa de las negociaciones entre el I.A.P.I. y los representantes de los ferrocarriles anglo-argentinos. 

El Presidente de la República hizo de la “reconquista de los servicios públicos” una bandera doctrinaria, un puntal en la lista de logros de su gestión y un emblema de su política nacionalista y popular de independencia económica. Su mensaje a toda la sociedad fue claro en ese sentido cuando explicitó que “no se podía dejar en manos extranjeras, un elemento tan importante para la defensa de la Nación”. Sin embargo, omitió referirse a los reiterados intentos británicos para fusionar sus empresas ferroviarias, la caída de la inversión en este rubro y los deseos empresariales por liberarse del por entonces poco redituable negocio del riel. 

Ningún discurso recoge el contenido de la nota que el 11 de marzo de 1947 el ministro Ramón Cereijo envió al titular de la cartera de Obras Públicas General (R) Juan Pistarini, donde se reconoce la difícil situación financiera de la Administración General de los Ferrocarriles del Estado, “cuyos recursos actuales resultarán insuficientes para solventar los gastos de explotación”. 

Por otra parte, el precio pagado por los ferrocarriles es materia opinable y nutrió el discurso de los opositores. Es más, en el corto plazo dio origen a diversas opiniones historiográficas sobre la cuestión. Aquéllos no retacearon calificativos para poner de relieve la escasa conveniencia económico-financiera del negocio indicando que la “ley Mitre” (número 5315 de 1907) es la que estableció el derecho de expropiación por el monto del capital reconocido más un 20%. Las devaluaciones monetarias argentinas ocurridas a ritmo más o menos sostenido desde 1935, hicieron difícil que se respetara el valor de los ferrocarriles declarado en el decenio de 1920. La inflación alteró los valores de todos los bienes de capital, a lo cual se añadió la depreciación por el uso y la vida útil de los bienes que el Estado argentino pretendía enajenar. En 1945 el Buenos Aires Herald informó que los capitales británicos invertidos en líneas ferroviarias que se explotaban en la Argentina alcanzaban a 277 millones de £; es decir, casi el doble de la suma pagada por el gobierno argentino. De todos modos, la especulación en acciones y su traspaso a manos de interesados en la venta de los ferrocarriles no pueden ignorarse.

Al momento de concretarse la transacción, la situación económico-financiera del Reino Unido era difícil. En medio de un clima próximo a la cesación de pagos, el 20 de agosto de 1947 suspendió la convertibilidad de la libra esterlina a otras monedas. La Argentina temía por sus 40 millones de £ bloqueadas y la compra de los ferrocarriles se advirtió como una operación redituable económica y políticamente para el Estado peronista. Más allá de lo equitativo o no del precio pagado por los ferrocarriles ingleses, la Argentina abonó por ellos el precio convenido haciendo uso del derecho de expropiación, pero como resultado de la libre negociación. 

La compra que insumió buena parte de las divisas argentinas atesoradas durante la Segunda Guerra Mundial, respondió a los principios de la doctrina peronista de lograr una Argentina “socialmente justa, políticamente libre y económicamente soberana”, y en ese sentido, la nacionalización de los ferrocarriles contribuyó a esos logros y se solidarizó con los principios sustentados por algunos representantes del amplio espectro político nacional como Alfredo PalaciosOsvaldo MagnascoEstanislao S. ZeballosCelestino L. Pera, y Pablo Nogués, entre otros. 

La nacionalización de otros servicios públicos: gas, teléfonos, energía; la creación en 1946 de la Dirección de Centrales Eléctricas del Estado que el Plan Quinquenal transformó en Dirección Nacional de la Energía de la cual surgieron otros entes autárquicos, consolidó la envergadura del programa de nacionalizaciones del Estado peronista, que tres años más tarde se preservaron a través del artículo 40 de la flamante Constitución Nacional de 1949. La prestación de los servicios públicos fue valorada como “una de las funciones principales del Estado, garante del bien común” y su nacionalización se percibió como una medida “aconsejada por razones políticas, como la seguridad del Estado, y por consideraciones económicas, como el acrecentamiento de la producción (…) y un instrumento de la reforma social”

Una vez más lo fáctico y lo simbólico se confrontan, a veces se oponen, y la historiografía debe navegar por ambos para elaborar, a través del juicio crítico aplicado a las fuentes, una interpretación de la realidad pasada capaz de trascender el registro que de ella tiene la memoria colectiva, que cede ante la seducción del discurso nacionalista y popular peronista, para consensuarlo u oponerse; como resultado del ejercicio impulsado desde el Estado – identificado sobre todo después de 1950 con el partido – para polarizar desde entonces a la sociedad argentina en dos bandos irreconciliables: peronistas y antiperonistas.

1.4 – Mitos y realidades en la distribución del crédito

Niño: En la Nueva Argentina, la moneda se acumula sólo en la medida que lo imponga la defensa nacional. El Gobierno la facilita a quien la requiera (…) El crédito tiene una función social: AYUDA A PRODUCIR NUEVO TRABAJO Y NUEVA RIQUEZA PARA EL BIEN COMÚN”. Así difundía el gobierno peronista los alcances de su política monetaria y crediticia y de su planificación económica. En este caso el mensaje estaba destinado a los niños que en 1953 cursaban el quinto o sexto grado de la escolaridad primaria, y a quienes – además – se les explicaban los objetivos y el significado de la planificación económica, de la organización popular, el valor del trabajo, la importancia de la previsión, de la educación, de la ciencia y la tecnología y las características del quehacer gubernativo en favor de la salud pública, la vivienda, el turismo, la acción agraria e industrial, el comercio, así como los beneficios del cooperativismo y el valor de los recursos naturales y su defensa por parte del Estado.

También en este caso – como en los anteriores – la huella que en la memoria colectiva dejó el discurso y el mensaje que encierra, resulta una de las notas de mayor persistencia en la estrategia implementada por el jefe de gobierno y líder del partido. Sus receptores se convirtieron así en verdaderos propagadores y protagonistas de la propaganda gubernamental, que acrecentó el mito de las realizaciones dirigidas a los sectores populares y a sostener el perfil nacionalista de la gestión.

La reforma financiera de 1946, que estatizó la banca y nacionalizó los depósitos, propició un sistema crediticio al servicio de la producción; capaz de asegurar la doctrinaria justicia social y promover la redistribución del ingreso en favor de la pequeña y mediana industria que producía para el mercado interno, haciendo uso – en gran medida – de materias primas nacionales. La reforma así propuesta supuso reemplazos en el elenco dirigente y cambios en la estructura de poder existente.

La diferenciación de áreas productivas para la asignación del crédito en relación con las distintas entidades bancarias marcó una primera diferencia con etapas anteriores. El Banco de la Nación Argentina tomó a su cargo el crédito agrario y comercial, el Banco de Crédito Industrial Argentino – creado en 1943 – se ocupó del préstamo dirigido a la industria, el Banco Hipotecario Nacional a financiar con garantía hipotecaria las transacciones urbano-rurales y la Caja Nacional de Ahorro Postal encauzó el revalorizado ahorro público.

En esa tónica económico-financiera, hasta 1949 el I.A.P.I. (entidad autárquica que monopolizaba el comercio exterior argentino) pudo derivar las ganancias obtenidas de una coyuntura de precios internacionales cerealeros altos y precios mínimos abonados por el Instituto al productor, en favor del crédito industrial. La intervención directa del Estado se hizo sentir y los resultados económicos del I.A.P.I. siguieron los vaivenes de la economía nacional, que en 1950 puso en práctica el cambio de rumbo y decidió la “vuelta al campo”. Entonces, el Instituto se convirtió en subsidiario de la producción agraria. A sus utilidades de 560,9 millones de m$n obtenidas en 1948, le sucedieron las pérdidas por 540,5 millones de m$n, durante la emergencia económica de 1952 y nunca se recuperó hasta su liquidación, dispuesta por decreto ley 2539 de 1955.

El crédito distribuido por el Estado nacional a través del sistema bancario nacionalizado, acompañó tanto la etapa de crecimiento y reconversión industrial de la economía argentina, como su reorientación en favor del agro a partir de los años ’50; cuando una política más liberal le otorgó un perfil diferente, más tradicional, vinculándola al agro, a la inversión externa y a la reorientación crediticia en un marco de inflación creciente y racionalización. Sólo en ese momento el Presidente Perón admitió “que el sentido de nuestra independencia económica no es aislacionista” e hizo una propuesta para que pudieran “venir a nuestro país todas las empresas extranjeras que deseen y puedan trabajar libremente y tal vez con mayor libertad que en cualquier parte del mundo”. 

Por entonces sólo se escuchaban los ecos de las palabras que pronunciara Perón ante la Asamblea Legislativa el 1° de mayo de 1948, cuando anunció que “la revolución económica que para ser completa incluye la reforma social, es el signo de nuestra hora”, y destacó el valor funcional asignado al crédito en favor de la industria, radicada de manera equitativa en las diversas regiones del país, como expresión de lo que Perón denominara el “auténtico federalismo”.

Vista la situación a la luz de los números, la cuestión se torna más compleja. En el quinquenio 1943-47 el número de establecimientos efectivamente creció de 65.803 a 101.884, cuando el discurso oficial registraba “el índice más destacado de la evolución de la potencialidad industrial del país”. No obstante, y a pesar de la prédica oficial, esos establecimientos afirmaron su tendencia a la concentración en la Capital Federal (27%), Buenos Aires (28%), Santa Fe (13%) y Córdoba (10%); es decir, en la zona tradicionalmente más desarrollada del país, como respuesta al creciente consumo interno de las zonas urbanas.

La distribución del crédito acompañó esa concentración. El censo industrial de 1954 refleja la concentración fabril geográfica y por ramas. La ciudad de Buenos Aires aportaba entonces el 64% de la producción industrial argentina, superando el 58% que registrara dos décadas antes. Los datos censales no coinciden con la información del discurso oficial que señala que “el 75% de las inversiones del Plan Quinquenal se efectuó en el interior de la República y el 25% en el Gran Buenos Aires”. Alrededor de un 50% del producido lo aportaron establecimientos fundados antes de 1930. Las grandes empresas y sociedades anónimas contribuyeron con algo más del 40% de la producción total allí radicada. Los rubros textil, metalúrgico, de la construcción, de la alimentación, del transporte y, en general, de los que se asocian a la expansión del mercado interno y la urbanización, como las papeleras, las cristalerías, usinas eléctricas, cementeras y químicas, fueron los mayores dinamizadores de la economía de los años 1930 y 1940. La confrontación entre discurso y estadística advierte que el gobierno peronista impulsó cambios, pero a su vez propició continuidades.

El crédito genuino al pequeño empresario y a las industrias de crecimiento reciente en una época de bonanza para la economía argentina – con un agro que vio decrecer su importancia – es la imagen de estos años que ha persistido en la memoria de los argentinos. Efectivamente, un análisis de los créditos acordados, indica una preferente ayuda financiera al sector textil y al metalúrgico, especialmente hasta 1950; pero sin que el crédito a los grandes y medianos productores agrarios y a las importantes empresas exportadoras de cereales (Dreyfus, Bunge y Born, La Plata Cereal Co., etc.) se viera interrumpido.

El ramo textil recibió un 25% promedio de los montos prestados entre 1948 y 1955 por el Banco Industrial.

La metalurgia y la siderurgia, dinamizadoras de la industrialización, se asociaron al sector fabril militar radicado en Córdoba; en otros casos, a la producción de máquinas textiles y – a partir de 1950 – agrícolas. También en este rubro, junto a los préstamos acordados a los pequeños y medianos talleres, se ofrecieron otros, por montos mayores, a los grandes establecimientos como Siam Di Tella, Tamet, La Cantábrica, Gurmendi y la poderosa laminadora Acindar instalada en Rosario, que recibieron préstamos del Banco Industrial y del Banco de la Nación Argentina, por sumas que oscilaron entre los 5 y los 10 millones de pesos, con destino a evolución, pago de jornales y cancelación de deudas. Para 1953 las empresas mencionadas adeudaban al Banco Industrial montos que rondaban los m$n 20.000.000 promedio.

En 1950, el cambio de rumbo de la economía argentina con un retorno a la producción agraria, cobró fuerza. “Tan importante como la industrialización del país, es la producción agropecuaria”, afirmaba el Presidente de la República el 1° de mayo de ese año; para añadir en favor de la “campaña de reactivación agraria” que “todo cuanto hemos hecho ha sido precisamente para asegurar un promisorio porvenir a la economía agropecuaria”.

El discurso oficial dio así un giro sustancial y avanzó en términos directos para descalificar las críticas opositoras y de los más altos sectores del agro, proponiéndose al mismo tiempo alentar la inversión agraria, reforzar la política de subsidios desplegada desde el I.A.P.I. a partir de los años ‘50 y reactivar la producción agropecuaria a través del crédito de habilitación rural (de bajo interés y largo plazo de reintegro) extendido a los más diversos sectores del campo argentino, completando el impulso tecnológico agrario promovido desde el Estado. De todos modos, un análisis cuidadoso de la composición de los préstamos acordados antes y después de 1950 indica que los grandes productores rurales, estancias, frigoríficos, exportadores de cereales y acopiadores también recibieron el beneficio del crédito oficial durante la etapa de promoción industrial.

Grandes y pequeños créditos dirigidos a la industria y al agro, antes y después del cambio de rumbo económico ocurrido en 1950, se registraron a través de la estadística que, confrontada con el discurso, fija precisiones con respecto a las innovaciones, pero también consigna las continuidades del nacionalismo económico puesto en práctica por el peronismo.

Después del Plan de Emergencia de 1952, el crédito bancario procuró adaptarse a las directivas presidenciales y a las del Segundo Plan Quinquenal, que intentaron mejorar la capacidad técnica de la industria, alentando al agro y reduciendo costos. Se insistió desde entonces en la “selección crediticia”. 

Una y otra vez mitos y realidades se confunden y se expresan a través de un discurso directo, reivindicatorio, que genera consensos, que rescata las realizaciones que el Estado peronista hizo efectivas hasta 1949 y cuyos ecos se prolongaron en el tiempo al calor de la propaganda oficial. El mensaje está dirigido al “auténtico pueblo argentino: al de nuestros hombres y mujeres humildes, al de nuestros ancianos y de nuestros niños, al de nuestros trabajadores; al heroico y esforzado pueblo de los descamisados para quienes reclamo la gloria y el honor de haber abierto en la historia de la humanidad el capítulo de esta Nueva Argentina”, recordó Perón en mayo de 1951. Ellos han sido los voceros y protagonistas de la construcción de la memoria oficial, que se nutrió de logros identificados en las figuras de Juan y Eva Perón, pero también de sutiles omisiones que el gobierno nacional perfiló y reforzó a través de un discurso nacionalista y popular, que impregna la vida cotidiana de los argentinos y la trasciende.

1.5 – “No hay humo sin fuego”

La repatriación de la deuda externa, la nacionalización de los servicios públicos, los alcances de la pendular tercera posición, la distribución del crédito en favor de los sectores bajos y medios de la sociedad, de los cuales la estadística da cuenta, son algunos de los valuartes más notorios del nacionalismo económico peronista sostenidos por un discurso directo y de gran difusión. Estos hechos que el discurso destaca han dejado su huella casi indeleble en la memoria colectiva, hasta conformar una homogénea y casi mítica lectura de aquella gestión gubernativa.

Pero esa no es la única lectura posible. A partir de algunas cuestiones que el discurso oficial omite y que la estadística o los documentos reservados o de escasa difusión registran, es factible reinterpretar los dichos y hechos de la economía peronista y hacerlo a la luz de una explicación más compleja y multicausal; los perfiles que asume entonces esa relectura presentan a la gestión gubernativa de 1946-55 como menos monolítica, más heterogénea, que reconoce profundos cambios pero que también asegura continuidades. El aumento de la deuda interna argentina, los alcances de la oportunidad financiera de la nacionalización de los servicios públicos y los argumentos de las empresas vendedoras, la instrumentación de operatorias crediticias dirigidas a financiar a las grandes empresas de los diferentes rubros industriales – muchos de ellos tradicionales – y a los grandes productores agrarios y comercializadores de cereales, así como el empleo de esos préstamos de bajo interés para pagar salarios, aguinaldo, vacaciones, deudas, etc.; la creciente concentración económica regional en beneficio del Gran Buenos Aires y el eje metropolitano, el crédito acordado por el Eximbank a la Argentina en 1950, la sanción de la ley de radicación de capitales extranjeros de 1953 y los acuerdos con la California Oil Co., quizás por asumir una connotación más liberal, se reducen a su mínima expresión en los discursos oficiales. La memoria colectiva parece no guardar registro de esos hechos, que – no obstante – también dejaron su huella en la sociedad y la economía del país; resultando indicadores claros de que fue el propio gobierno peronista quien después de 1950 revisó su política económica y social e introdujo significativos ajustes, que se profundizaron – pero que no se inauguraron – con la “Revolución Libertadora” de septiembre de 1955. 

Plantear estos matices de la gestión peronista a partir de la confrontación entre el discurso y los hechos no sólo es necesario, sino que resulta un ejercicio intelectual indispensable, estimulante y enriquecedor, para recorrer críticamente los laberintos del complejo pasado argentino y contribuir a matizar sus explicaciones más allá de los mitos que, con extraordinaria fuerza histórica, envuelven y – a veces – distorsionan y homogenizan la interpretación de los hechos. Conciliar lo fáctico y lo simbólico, distinguir – a la luz del juicio crítico – lo mítico y lo real que la memoria colectiva tiende a fusionar, confundir o parcializar, es – o debe ser – la función primordial del trabajo que se lleve a cabo desde cualquier perspectiva comprometida con un análisis riguroso de la historia. 

En todo caso, los mitos acompañan, pero son los hechos los que transforman efectivamente a una sociedad. 

– El pueblo trabajador superó programáticamente a Perón 

Intentar indagar en los límites que su fundador puso al peronismo para que este recorriera el camino que durante los años 60 transitaron otros movimientos de liberación nacional del mundo no alineado con las dos grandes potencias de entonces, remite necesariamente al desencuentro entre Perón y John William Cooke, quien llegó a ser su representante en Argentina durante los primeros años de exilio madrileño, tanto como integrante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas tiempo después. En esa controversia teórica se pone en evidencia nítidamente el corset ideológico que el General impuso al movimiento, y que en su ausencia contribuyó a alimentar la reacción macartista de los sectores más conservadores, contra quienes  apostaban por su transformación de cara a la construcción de un socialismo de cuño nacional, concepto que el propio líder enunciara en la famosa Actualización Política y Doctrinaria para la Toma del Poder, de la que afortunadamente deja constancia el registro documental homónimo del Grupo Cine Liberación (1971): https://www.youtube.com/watch?v=WM17R7BaiBg&t=17s

El movimiento que Cooke – ideólogo del peronismo revolucionario – alguna vez calificó como “gigante invertebrado y miope”, sin embargo se preocupó por organizar sus estructuras desde un Consejo Superior, pasando por las ramas, hasta llegar a cada Unidad Básica, e incluso, en honor a la verdad, no debería ignorarse que también tuvo un norte, contenido poco después de su irrupción en la formulación que Perón presentó el 9 de abril de 1949, en la clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía en Mendoza, bajo el nombre  de “Comunidad organizada”. Allí se hacen públicos los pilares fundamentales de la doctrina del justicialismo, que sirvieron de base para su plan de gobierno y la elaboración de la Constitución de 1949, ya en vigencia en aquel momento. 

Aquel discurso resulta un acontecimiento histórico de suma importancia. 

Recordemos que en un contexto de finalización de la Segunda Guerra Mundial en el que se tensaron las relaciones entre el imperialismo norteamericano y el comunismo soviético, Perón se plantó frente a los asistentes al congreso y a partir de allí, frente al mundo, con una tercera posición, destacando la importancia fundamental de la realización individual en el seno de una comunidad que le permita dicho crecimiento.

Es a partir de dicha formulación que su ideario se diferencia del concepto marxista de “control obrero de la producción”, proponiendo la armonía entre capital y trabajo, en un fifty fifty obrero – patronal que, a continuación de la Década Infame, resultará progresivo, hasta que el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha sindical exhiba palmariamente sus límites.

Un concepto que, en momentos de supremacía del mercado sobre el Estado, reivindica el peronismo doctrinario es el de “movilidad social ascendente”, mientras que para el pensamiento crítico el objetivo final se diferencia nítidamente de un reparto más equitativo de la riqueza, apuntando lisa y llanamente al ejercicio del poder en manos del pueblo.

La tensión entre ambos criterios atraviesa la famosa correspondencia entre Perón y Cooke, epistolario que condensa el drama de la política popular en Argentina.

En tanto ideólogo, pero a su vez hombre de acción, podría afirmarse que Cooke fue – al decir de Gramsci – un intelectual orgánico del movimiento popular.

Hijo de un cuadro radical, se trató de un hombre de alta intervención en la Cámara de Diputados durante el primer gobierno peronista, entre el ’46 y el ’55. Uno de esos personajes que el peronismo utilizaba para las grandes discusiones en la Cámara con Ricardo Balbín, con Arturo Frondizi, con la derecha radical, con toda una Argentina agro-ganadera que no se convencía de que hubiese resultado tan mal la historia y de pronto, desde el ’46 en adelante, hubiese tenido mayorías populares dirigidas por un “coronel fascista”, planteándose una serie de reivindicaciones sociales de una altura y una jerarquía como no lo iba a reconocer la historia de Nuestra América, incluida la Revolución Mexicana. Desde esa perspectiva, entonces, Cooke aparece como un personaje que comienza a interpretar al peronismo más allá de lo que el peronismo pareciera decirle a la historia. Lo reconoce como un movimiento popular, obrero, antiimperialista, así lo define y lo defiende. Cuando el peronismo es depuesto, frente a la embestida de la derecha y cierta izquierda, Cooke inmediatamente pasa a la más primitiva, desorganizada e improvisada resistencia.

El hombre, poco antes de la caída del peronismo, había sido nombrado normalizador del PJ en Capital Federal. Cae preso entonces, y es llevado a la prisión de Ushuaia junto con otros militantes que luego van a ser bastante conocidos en la historia nacional, como Héctor Cámpora o Guillermo Patricio Kelly. A continuación, consiguen escapar de esa prisión vestidos de mujer. Y logran trasladarse a Chile, anticipando un poco aquella otra fuga más cercana de los héroes de Trelew, que también estuvieron presos en el sur y se fugaron al mismo destino. Del otro lado de la Cordillera, Cooke se comunica con un Perón exiliado en Centroamérica que, dueño de una alta sensibilidad para descifrar como caudillo cuál es la persona que más le conviene en ese momento, inmediatamente lo nombra representante, delegado y casi la figura de él mismo en el “teatro de operaciones”, como solía expresar en sus cartas. Ahí Cooke adquiere un relieve muy fuerte, aún sin poder estar en Argentina, y organiza los primeros niveles de la resistencia.

Entre el ’57 y ’58, Cooke todavía no ha alcanzado un nivel de concientización definitiva acerca de lo que puede significar el peronismo. Tiene una enorme lealtad al líder, una conciencia absoluta de que Perón es una pieza fundamental en la historia. A su vez, muchas veces Perón se encuentra a la izquierda de Cooke, porque es la época del Perón más iracundo, más capacitado y capaz de plantear una resistencia por todos los medios, en todos los lugares, y del ejercicio de toda forma de violencia insurgente. Las cartas de Perón en ese momento muchas veces fueron utilizadas luego por las derechas militares o los servicios de seguridad para describir a un Perón casi guevarista. Es un Perón que está llamando a una resistencia feroz contra la dictadura militar encabezada por el General Aramburu, habiendo atravesado ya los fusilamientos de José León Suárez, además de miles de presos, destituciones y prohibiciones.

En ese período Cooke y Perón se relacionan sólidamente y comienza lo que sería la actividad del primero como delegado del segundo para una misión muy difícil, que es recuperar las fuerzas del movimiento popular desde el llano. Atrás quedaba una historia que era exactamente la inversa: el movimiento peronista se había articulado de arriba hacia abajo, a partir de una gran capacidad de maniobra de Perón desde la Secretaria de Previsión desde el golpe militar del ’43, cuando sectores militares nacionalistas lo dejaban actuar. Entonces, el peronismo se había constituido – más allá de la gesta de octubre, donde se privilegiaron las bases movilizadas – más bien verticalmente, de arriba hacia abajo, a partir de una experiencia de la relación Estado-sindicatos reformulados con el movimiento peronista como eje de la organización sindical. Así, Cooke va a ser, hasta el ’61, ’62, un crítico del sindicalismo peronista, pero va a reconocer, del ’56 en adelante, que es en su seno donde el peronismo tiene la capacidad de resistencia que no tiene en el partido.

Dicha valoración cambiaría en años posteriores y a partir de ciertas claudicaciones que están detrás de las ejecuciones de VandorRucci Coria, que a su vez son tres personajes totalmente distintos: Coria era una basura, Rucci no tanto, y Vandor era un personaje que había intentado algo que provenía de una idea interna del peronismo, la de convertirse en un partido básicamente sindical a la vieja usanza del laborismo, cosa que Cipriano Reyes ya planteaba en el ’44, ’45 y que Perón inmediatamente disuelve apenas se logra el triunfo, porque tenía otra lectura que no era la de constituir, a la manera del Partido Laborista británico por ejemplo, un partido centrado en los sindicatos. En Perón aparece – y en Cooke va a ser muy respetado eso – una idea de Movimiento que es muy nostramericana, por un lado, y muy del Siglo XIX: caudillo y masa. Eso es nuestra historia, la historia de cada una de las provincias es un caudillo a caballo y la gente que lo sigue. 

Aquel Perón está bastante subyugado por la idea de los movimientos – sobre todo el nacionalismo social italiano originario – que lo han deslumbrado en más de un elemento de sus formas organizativas. Eso también forma parte de toda una infinita discusión en cuanto a la época, en cuanto a cómo ve Perón la situación, en cuanto a cómo ve la organización de lo popular. En Perón está permanentemente la idea, que también está en Cooke, de un pueblo en armas, de una nación en armas, de una unidad en donde, si bien lo central podía ser el sindicalismo, no era la forma organizativa que él apreciaba. A su manera, disuelve el Partido Laborista, no lo deja vivir, no lo deja situarse, y cuando cae el peronismo se reabre toda la discusión acerca de cómo puede ahora el peronismo reconstituirse, desde otra perspectiva, ya no armado desde una Secretaría de Trabajo y Previsión, sino desde el llano, desde abajo, desde los que quedaron. Ahí se abre la gran discusión sobre el peronismo, aún vigente.

La izquierda tradicional va a celebrar su caída en 1955. Pero para 1959, 1960, va a advertir que algo está pasando con el peronismo, que no responde a un supuesto coronel fascista. En el ’61, ’62, se produce el apoyo al sindicalista combativo Andrés Framini. Luego vendrá toda la década del ’60, donde tiene lugar lenta y progresivamente, muy acompañado por Cooke en su pensamiento y escritura, lo que se llamaría “la nacionalización de los sectores medios”, que fue su pasaje a una línea de izquierda nacional o peronista. 

En ese planteo Cooke va a tener una incidencia fundamental, porque está habilitado desde el momento en que es el Estado el único poder que Perón reconoce en la Argentina con capacidad de actuación, de acuerdo a lo que él decidiese. Esos son los años ’57, ’58, ’59. Hasta la toma del frigorífico Lisandro de la Torre, que es un momento muy fuerte en la historia de la resistencia peronista, y no sólo peronista, ya que ahí también actúan las tendencias gremiales del comunismo. Es una toma heroica, es una toma épica, donde el peronismo demuestra sus dos almas. Por un lado, variables sindicales de lucha que son acompañadas por Cooke. Por otro lado, sectores que han pactado con Arturo Frondizi, con Rogelio Frigerio, que sienten que esa toma del frigorífico es una iniciativa manejada por comunistas. A partir de ahí, Cooke será situado dentro del propio peronismo como un comunista en su seno, dando cuenta también del drama ideológico y político existente en la interna del movimiento. Poco después de la toma del Lisandro de la Torre, deja de ser el delegado de Perón. No interrumpe su relación con él, lo sigue viendo, lo sigue visitando en el exilio. Pero lentamente se va separando de lo que sería la conducción tanto política como gremial del peronismo. 

Ya para 1960 John William Cooke va a tener una nueva referencia que va a ser decisiva en su vida: la Revolución Cubana. Establece un contacto muy sólido con su conducción, tanto con el Che como con Fidel. Vive en Cuba y ahí ensaya otro tipo de experiencia. Una transformación de tipo socialista, anticapitalista, expropiatoria. Una revolución mucho más profunda, decisiva, clasista.

El movimiento 26 de Julio de Fidel Castro es la idea del pueblo unido contra el imperialismo, un pueblo abierto, amplio, avanzando; así triunfa. Así va a conservar a sus cuadros más históricos, en donde no hay diferencia entre el castrismo de origen cristiano, religioso, humanista, y su deriva marxista, comunista. La Revolución Cubana es un movimiento popular muy amplio que muchas veces es leído desde otro determinado momento de su historia como un régimen estrictamente marxista – leninista, algo que no fue en la época en que Cooke entra en contacto con esa revolución, durante los años ’60, ’61. Ese es su momento más heroico, es la invasión imperialista en Playa Girón, la defensa del pueblo en armas, las nacionalizaciones, las expropiaciones de los medios de comunicación. Cooke vive todo eso y esa experiencia lo va radicalizando.

Ya no es tan constante su relación con Perón, pero le sigue escribiendo, ahora desde La Habana. Hay dos cartas que merecen particular atención, una de 1961 y otra de 1962, donde ya no como delegado, ya no como responsable de nada, ya viviendo en Cuba y viniendo cada tanto a la Argentina en plena época del Gobierno de Frondizi, Cooke le pide a Perón que, ya como peronista revolucionario, asuma un liderazgo de corte socialista, que se inspire en Cuba, dado que es tiempo de revolución. Le plantea – algo muy interesante, sobre todo para la izquierda peronista que se va a alimentar de su pensamiento – que el peronismo entre 1946 y 1955 tuvo muchísimo de ese obrerismo, de ese antiimperialismo, de esa lucha denodada contra los sectores de la reacción y la incomprensión de muchas izquierdas. Y que entonces la Revolución Cubana es como un modelo nuevo, más bien ligado a experiencias de otro tipo, de una violencia guerrillera. En La Habana se da cita, en todos esos años, cuanto movimiento de liberación armado e insurreccional habita el mundo, por lo cual Cooke tiene la posibilidad de encontrarse con todos los movimientos de liberación africanos, con los asiáticos, con el movimiento de liberación de Nuestra América, sobre todo la guerrilla venezolana, la guatemalteca, la peruana y los embriones de lo que serían luego las guerrillas uruguayas y argentinas. Desde esa perspectiva, entonces, le dedica esas dos cartas donde aparece ya el drama entre el caudillo y el cuadro revolucionario: Cooke trata de convencerlo de que asuma una nueva experiencia, una nueva edad del peronismo. Y se va radicalizando, anticipando en esa variable todo lo que van a ser las vanguardias de la izquierda peronista. Trabaja ese diálogo, ese momento, planteando que el movimiento tiene que avanzar en su conjunto como una presencia democrático-popular-antiimperialista, en donde se reúna lo bueno, lo regular, lo malo y hasta lo muy malo. Sumar todas las cosas. Desde esa perspectiva, entonces, se constituye en el primer intelectual que le discute al peronismo y al propio líder cuál puede ser el sentido de ese movimiento en la historia argentina. Así, va a plantearse que, fracasada la primera edad de la revolución, recuperando todos los valores de lo que fue el período 1946-1955, se necesita un nuevo momento ideológico político que le dé al peronismo el pasaje hacia una idea socialista más acabada y definida. 

Por eso resultará tan importante Cooke en la formación teórico política y la creación de la Fuerzas Armadas Peronistas y de Montoneros, ya que su pensamiento permanentemente está coagulando y reuniendo experiencia peronista, pueblo peronista, clase obrera peronista, sindicalismo peronista y pasaje hacia la revolución social. A esta altura de nuestra argumentación vale la pena señalar que el peronismo no contó con muchos grandes e importantes teóricos. Tuvo un fuertísimo pensamiento intelectual: el del propio Perón, que efectivamente fue un cuadro político e intelectual de envergadura. Y el otro gran cuadro político e intelectual de envergadura además de Perón fue, indudablemente, Cooke. Después hay otras variables. Está Jauretche, está Scalabrini Ortiz, está Hernández Arregui, está Puiggrós, pero son otras perspectivas que trabajan en otros terrenos también de grandes aportes en otras instancias, pero no el aporte político e intelectual de un cuadro que quiere construir una idea de vanguardia política para llevar adelante la revolución socialista a partir del peronismo. En ese sentido, Cooke es decisivo en la historia de las ideas y marca una impronta tan fuerte que hoy mismo tiene una vigencia fundamental.

Es más, Cooke hereda quizá uno de los temas más fundamentales, más míticos de la historia de la revolución: la discusión por el partido o el sindicato, que es el dilema entre la lucha obrera o la lucha política. Ese dilema atraviesa la revolución desde 1848 en adelante, va a atravesar todo el momento más esplendoroso del marxismo internacional que se da en la Segunda Internacional con Karl KautskyRosa Luxemburgo y Lenin, que es la permanente problemática que plantea la relación de lo político con lo sindical. Se trata de un tema liminar en la historia de la revolución, que cuenta con miles de libros, por lo menos. Allí permanentemente se debate eso que Lenin traduce tan claramente como el pasaje de lo tradeunionista, o sea, de una simple reivindicación sindical, salarial, económica, acotada, circunscripta a la propia debilidad y limitación de ese sujeto super explotado – esa “última mercancía”, como diría Marx, “la más miserable de todas” y que por eso va a hacer la revolución – al partido revolucionario. En ese sentido, Marx tiene una altísima capacidad dialéctica: es el momento más oscuro y más recóndito de lo social lo que tiene adentro la iluminación para hacer la revolución. Eso es el Marx del ’48. Lenin a eso le agrega el hecho de que el pasaje de este sector sindicalizado, de este sector gremializado, de estos trabajadores organizados es decisivo para una política revolucionaria que, sin embargo, no gesta el trabajador, ni la clase obrera, sino que la realizan los grupos burgueses ilustrados en el campo de la conciencia definitiva de cómo se produce políticamente el cambio social, el cambio del sistema. Ahí aparece claramente esa mirada de Lenin que tanto va a ser discutida, que tanto va a ser repetida y tanto éxito va a tener en la Rusia de 1917 y que luego va a ser tantas veces discutida en el sentido de cuál es la relación más adecuada entre política, partido, movimiento obrero, sindicalismo y revolución.

Cooke se mete de lleno en esa problemática, pero a partir de una inscripción muy particular, dado que el peronismo reúne todas las miserias y todas las posibilidades porque es la historia real, no la del anaquel de la biblioteca. Es la historia de la gente haciendo la política. No es un decálogo del programa de Gotha, sino que son argentinos con un líder muy lejano, con una capacidad muy escasa de organización, frente a un poder de la derecha argentina que es uno de los poderes más despóticos, asesinos y miserables de Nuestra América, tanto en el ’55, como en el ’56, como en el ’76, y como en el 2024. Al lado de nuestra derecha, las otras derechas son angelicales. Frente a eso, el peronismo de muchísimas maneras trató de organizarse sabiendo que no le estaba permitido ni siquiera silbar la Marcha. A partir de dicha perspectiva, Cooke piensa cuál es la relación más adecuada de un movimiento enclenque, de un movimiento que a nivel de partido político no tiene la menor fuerza, nunca la tuvo, el propio Perón no quiso que la tuviese. Que a nivel de movimiento sindical se manejó muy bien en la década de gobierno a partir de un gran apoyo y a partir de una constitución burocrática muy fuerte que no le sirvió para nada al momento de la defensa, de una resistencia que se fue gestando sí básicamente en los sectores sindicales, pero también en los sectores que pasaron a llamarse territoriales. O como diría Gustavo Rearte, “la resistencia de las cocinas peronistas”, es decir, la resistencia de los barrios obreros y populares que escuchaban las cintas grabadas de Perón. Desde esa perspectiva, desde esa suerte de nada y con todos los altibajos humanos, la única política popular inició su camino hacia no se sabe muy bien dónde.

Dice Cooke en 1959: “la CGT tiene una estructura que, sin ser extraordinariamente revolucionaria, puede tomar forma de movimiento. El origen del fenómeno está en la debilidad del Partido Justicialista. Gracias a la Ley de Asociaciones Profesionales, los trabajadores serán los únicos que ahora tendrán un poder político real y electivo. La única fuerza real temida por el gobierno y capaz de presionarlo. ¿En qué medida acatarán y lucharán por los fines del movimiento y no exclusivamente por sus intereses de clase?”.

En una negociación con Frondizi, el “poder burgués”, como se decía en aquella época, entrega la Ley de Asociaciones Profesionales. Eso, visto desde una posición radicalizada como la tenía el propio peronismo, era leído como “ahora que tienen legalidad, van a entregarse”. Y algo de eso sucedió. Pero al mismo tiempo, la fortaleza está dada por esa Ley de Asociaciones Profesionales.

Y ahí aparece Cooke, preguntándose en qué medida luchará y acatará la CGT ahora los fines del Movimiento y no exclusivamente sus intereses de clase. Es decir, lo que plantea Cooke es algo natural, por un lado, pero por otro lado bastante complicado, ya que apunta a no ser ni una cosa ni la otra, sino un movimiento en manos obreras. Esto es importante de tener en cuenta porque muchos años después Roberto Quieto y Mario Firmenich van a pensar muy parecido, en los mismos términos que pensaba Cooke. Es decir: el Movimiento, para pegar un salto hacia la revolución, tiene que estar en manos obreras, pero sin dejar de ser un movimiento nacional. Lo último que podría suceder, o lo peor que podría suceder para Cooke, es que se queden como laborismo o que se transformen en partido marxista-leninista.

Dice Cooke: “la organicidad que ahora se requiere se logrará verticalmente, de arriba hacia abajo. Los dirigentes sindicales tienen muchas fallas, pero también los méritos principales: son representativos. No es admisible que los gremialistas que hicieron posible la coyuntura favorable desaparezcan de la conducción del movimiento”. Hay otra cosa interesante que dice y a la que la izquierda nunca le prestó mucha atención: los dirigentes sindicales son representativos, todos son muy representativos. Barrionuevo es un dirigente sindical representativo. Coria lo era, Rucci lo era. Con sus guardaespaldas, sus mafiosos, sus incapacidades de permitir que se organicen listas opositoras. Eso lo sabemos largamente. Pero no podemos quitarle esa condición, porque si no no entendemos realmente su capacidad de representación. Aún los sectores sindicales más cuestionables tienen una alta capacidad de representación. Esto es muy importante. Lo dice Cooke desde una tarea muy concreta, de estar hablando con ellos, de estar en la resistencia. Aquí aparece progresivamente en la historia y en el propio Cooke el gran drama del peronismo: tiene bases revolucionarias y un líder que, si no termina de decidirse por un lenguaje revolucionario definitivo, lo contiene potencialmente. Pero tiene en el medio – y acá empieza el gran equívoco – una suerte de dirigencia que traiciona al pueblo y al líder. Esto hablando casi de lo que podría ser la lectura de la FAP, del Peronismo de Base. El líder y las bases son los únicos que se salvan y en el medio hay una infinita cantidad de traidores.

¿Qué le exigimos al sindicalismo? ¿Qué le solicitamos a un movimiento nacional que se plantea una estrategia de articulación de clases? La izquierda peronista entonces se va alimentando de una época, del propio peronismo, de la propia lucha obrera, de la propia lucha cubana, de la propia lucha vietnamita, y va planteándose una lectura donde el gremialismo aparece como el gran cáncer, como lo que no puede ser superado. Hasta llegar al extremo de pensar que toda lucha gremial, que toda lucha sindical está condenada absolutamente a ser una actividad de simple negociación entre capital y trabajo: Estas eran las discusiones entre la CGT y la CGT de los Argentinos desde 1968 en adelante, con Raimundo Ongaro a la cabeza. Una experiencia donde entró mucha gente peronista de izquierda y de izquierda no peronista y que formaba parte del debate donde se discutía qué significaba la idea de sindicalismo de liberación. Acaso un equívoco de la izquierda, exigirle al sindicalismo una capacidad, una lógica, una actuación y unos resultados revolucionarios que el sindicalismo no está capacitado para llevar adelante. Porque su propia lógica decisiva, clave, es la negociación, en el mejor sentido de la palabra. A continuación, el movimiento político en la Argentina se dividió en tres instancias. Augusto Vandor quiso encabezar una, que es el Partido Laborista. El peronismo, con Cooke a la cabeza, otra, que siguió, porque incluso después de la gran reyerta entre Perón y los Montoneros en el ’73, ’74 está latente esta discusión acerca de hacia dónde orientar el movimiento, más aún cuando Perón muere. Esa línea era que la clase obrera sindicalizada, organizada, “columna vertebral” según John William Cooke, tenía en el peronismo el momento político por excelencia. La tercera lectura es que la clase obrera necesitaba un partido. Desde esas tres perspectivas podríamos decir se da todo el debate sobre lo sindical y lo gremial en la Argentina. 

Dice Cooke en 1959 a Perón: “sería una utopía pretender (…) que la clase obrera haga una huelga general revolucionaria a su manera mientras el movimiento político no haya avanzado más y se haya puesto en una línea paralela al movimiento gremial”. Acá Cooke está planteando que el movimiento gremial está anticipándose al movimiento político. Que la lucha obrera está por encima de la propia ideología del movimiento, que está por encima de las propias decisiones de Perón. Pero que sería imposible eso que fue el mito de todo un tiempo de la resistencia, que era la huelga general revolucionaria hacia la insurrección. Una huelga que se prolongase en el tiempo y que, de distintas maneras, fuese corroyendo de tal forma el poder burgués, el poder oligárquico, el poder del régimen, el poder gorila, el poder antiperonista que, finalmente, se transformara en una insurrección que debiera estar organizada, preparada, con sus cuadros, con sus políticas, con sus formas de lucha armada. Podría decirse que la lucha obrera insurreccional era básicamente una concepción luxemburguista. Pero Cooke advierte un momento fuerte que no va a ser único en la historia argentina, donde el movimiento gremial está por encima del movimiento político. Es decir, hay una instancia gremial de lucha que está por encima de las circunstancias políticas que se están viviendo.

Muchas veces sucedió en la Argentina esta circunstancia – acaso esta misma que vivimos en 2024 se le asemeje, aunque con otros matices -, recordemos lo que fue el Cordobazo, SITRAC-SITRAM: ahí hay un momento gremial peronista y no peronista que está muy por encima de todo lo que políticamente podía ser, en principio, el Partido Justicialista o el movimiento y todo el resto de los partidos. Y ahí ya Cooke plantea el drama de ese momento. Porque también en el Cordobazo se vivió esto que venía como un eco fantasmal del ’59, donde, según él, si el Cordobazo se extendía un poco más, si la huelga se prolongaba en un segundo Cordobazo, si se aguantaba un poco más, si Tucumán se adhería, si Mendoza se agregaba, o el Conurbano, aparecía también la idea de una insurrección que, por ejemplo, llevó adelante en muchos sentidos el maoísmo. Hubo numerosos sectores de jóvenes peronistas que no planteaban la lucha armada sino la huelga general y la insurrección. Al menos hasta 1973. El de Jorge Eduardo Rulli fue uno de ellos.

Cooke escribe a Perón: “el Partido Justicialista puede ser el camino para que la corrupción penetre en el Movimiento. No nos olvidemos que las mismas acechanzas se ciernen sobre nuestro movimiento obrero”. Acá aparece una mística cierta: que el peronismo se pudra por dentro, se corrompa por dentro e implosione incapacitándose para ser lo que tenía que ser, que era la revolución. Agrega Cooke, a partir de la huelga del Lisandro de La Torre, que también fue una huelga que generó expectativas insurreccionales: “subyace una desubicación de lo sindical, ya que se le exige, por una parte, la segregación de una política resolutiva de la cuestión del poder que su realidad por sí sola no promueve, aunque contradictoriamente o por otra parte es el espacio privilegiado en la generación de climas insurrecionalistas antisistema”. Aquí se expresa la contradicción que tuvo permanentemente el Movimiento como política pensada desde la Revolución, o sea, desde su izquierda con el sindicalismo. Era el momento más esperanzador, era el momento más organizado, era el momento obrero, era el momento proletario, era el momento trabajador, era el momento de la conciencia fuerte, era el momento de la mayor lealtad peronista al líder, pero, al mismo tiempo, era el momento que planteaba claramente un límite: la revolución no era posible desde una lucha revolucionaria con la idea de huelga general insurreccional. Ahí, en la conciencia de esa imposibilidad, nace lo que van a ser las vanguardias armadas peronistas. O sea que van a suplir lo que sindicalmente hubiese sido laborismo o tradeunionismo y a suplantar también lo que el partido no ofrecía, porque era considerado una “cueva de burgueses”. Apañado por el propio Perón, que apañaba a todos.

También dice Cooke: “el sindicalismo ya no es únicamente la cohesión en el alumbramiento y estructuración del movimiento político. Sería en 1959 para una renovada generación de cuadros políticos que protagonizó la resistencia en permanente punto de ruptura potencial con que se intenta proponer al movimiento en el proceso”. O sea, el permanente momento de ruptura potencial. A eso agreguémosle que, así como el sindicalismo peronista tuvo momentos burocráticos de una miseria política e ideológica muy fuerte, también hay que pensar que la resistencia peronista y las juventudes peronistas se alimentaron básicamente de los sectores sindicales y gremiales de izquierda que le proveyeron lugares, sindicatos, aparato, cuadros, dinero, impresoras, todo aquello que necesitaba la izquierda peronista para gestar sus instancias revolucionarias. O sea, esa también es la historia del gremialismo y del sindicalismo de la Argentina.

De ahí el subtítulo escogido para este segundo apartado de nuestro desarrollo, dado que, por entonces, los programas obreros de La Falda (1957), Huerta Grande (1962), la CGT de los Argentinos (1968), y hasta el de los 26 puntos (1986) formulado durante la conducción cegetista a cargo de Saúl Ubaldini, algunos con mayor radicalidad que otros, trascendieron holgadamente aquel ya remoto 50% de reparto obrero – patronal formulado por el peronismo originario. Para confirmarlo bastará con citar apenas tres propuestas de semejante ideario, pertenecientes al primer ejemplo anteriormente citado, y que más temprano que tarde resulta esperable que el movimiento obrero organizado rescate:

·         “Para la independencia económica”:

·         a) Comercio exterior: monopolio estatal, defensa de la renta nacional, diversificación de los mercados internacionales, denuncia de los tratados lesivos, planificación de la comercialización teniendo en cuenta el desarrollo interno, integración económica latinoamericana.

·         b) En el orden interno: alto consumo interno y altos salarios, desarrollo de la industria liviana, consolidación de la industria pesada, nacionalización de las fuentes de energía, nacionalización de los frigoríficos extranjeros, integración de las economías regionales, control estatal del crédito, expropiación del latifundio y promoción del cooperativismo agrario.

·         “Para la justicia social”: control obrero de la producción y distribución, salario mínimo vital y móvil, previsión social integral, reformas de la legislación laboral, organismo estatal con participación obrera para fiscalizar las conquistas sociales, estabilidad absoluta en los contratos de trabajo, fuero sindical.

·         “Para la soberanía política”: gran plan político-económico-social con participación sindical, fortalecimiento del Estado popular con el fin de destruir a la oligarquía y sus aliados extranjeros, entendimiento integral de las naciones latinoamericanas, acción interna que reemplace el federalismo “liberal y falso”, libertad para elegir y ser elegido sin limitaciones, solidaridad con las luchas de liberación nacional.

En consecuencia, estructurar al peronismo, sostiene Cooke, significa integrar una conducción revolucionaria. Lo incuestionable, lo representativo es el modelo histórico con que las masas instauraron en la Argentina su momento político, el movimiento nacional. Eso es lo innegociable. El movimiento nacional es la marca con que la Argentina popular hizo su historia. El movimiento popular es casi un papel calcado de la historia Patria. Eso no se puede mover, opina Cooke. Eso es historia argentina, creación auténtica. Desde esa perspectiva, se habla y se conversa. El movimiento es un bloque popular que se ratifica aún más gráficamente, según Cooke, en la proscripción y en la resistencia. Ahí hay una idea también mística: Jesús necesitó llegar y ser crucificado para que el cristianismo existiese. Es decir, el peronismo necesitó la proscripción, los fusilamientos, la sangre derramada, el sufrimiento y la cárcel para poder ensayar convertirse en aquello que no hubiese podido ser por mero arbitrio de su creador, o sea, revolucionario. 

Es una idea interesante porque también implica todo ese fondo de martirio con que luego las vanguardias se autoconvocaron y se autoextinguieron. El modelo no es el sindicalismo, dice Cooke; no es el partido político clásico, no es ya la forma combinada de estas dos instancias con la cual se pensó orgánicamente la alianza clase trabajadora/sectores de la burguesía nacional. Tampoco es el partido acotado de los intereses proletarios. He aquí el sueño de Cooke, que progresivamente va perdiendo hasta que en el ’68 termina hablando con las nuevas juventudes que no vienen del peronismo, con los sectores del catolicismo, de la facción social católica, Fernando Luis Abal MedinaGustavo Ramus, los cordobeses: “sólo la presencia de una superconducción revolucionaria pensada en el espacio que ocupa el líder de masas puede constituir una conducción revolucionaria no segregada falsamente por lo gremial ni impedida por los políticos ni, en términos globales, sepultada por lo burocrático. Los sindicatos, aunque juegan en la práctica un papel revolucionario, no son órganos revolucionarios. En un momento en que el régimen se vea en peligro inminente disolverá los sindicatos. Porque hay dirigentes gremiales que negocian con los gobiernos para no perder el sindicato porque no hay una línea partidaria, entonces, hay que mantener el sindicato porque nadie tendría en cuenta esto y más bien los eliminarán de cualquier oposición política”.

Esto es interesante, porque en los ’70 en el PRT-ERP se dio esta discusión. Llegó un momento en que la conducción del ERP estaba básicamente en manos de lo que Mario Roberto Santucho y esa conducción llamaban “pequeño-burgueses”. Es decir, en manos de sectores medios, ilustrados, concientizados, marxistas, absolutamente comprometidos e integrados a una causa que defendía el Ejército Revolucionario del Pueblo. Santucho mandó a una revisión fundamental de esta cuestión y a una reformulación: tomaron a los obreros – que eran bastantes – que tenía el PRT y los llevaron a la conducción del ERP, pensando que, en ese traspaso, el ERP se iba a transformar en el ejército de la clase obrera. Esto que puede sonar mecanicista, forma parte de un drama que es cómo constituir políticamente una revolución obrera, cómo constituir una revolución proletaria, que era lo que contaba. Entonces, desde esa perspectiva el drama también atraviesa instancias no peronistas. Santucho interviene toda la regional Buenos Aires y la proletariza. Es decir, saca a las conducciones de origen pequeño-burgués y la lleva a una conducción obrera. Efectivamente, el asalto al cuartel de Monte Chingolo se da con una conducción cuyo ochenta por ciento es una conducción obrera. No son estudiantes de Filosofía y Letras – que también hicieron lo suyo en ese tiempo -, sino que son conducciones obreras las que deciden el asalto a Monte Chingolo. Lo cual, lejos de hablar mal de los obreros, conduce progresivamente al eterno interrogante sobre la conciencia revolucionaria de la clase obrera, de dónde proviene, cómo se genera.

Frente a esto, aparece lo otro que dice Cooke, que la única resistencia que tuvo el peronismo en dieciocho años, que le garantizó sobrevivencia y gestar sus formas de izquierda, fue la lucha que generó el sindicalismo de liberación gestando variables en donde uno podía reconocerse junto al pueblo trabajador.

Dice Cooke una vez más: “la negociación gremial y la defensa explícita de lo gremial como institución no admite una lectura sobre el eje ‘leales y traidores’. Aunque soy conciente de la etapa del integracionismo sindical, del progresivo acuerdo Estado/empresarios/sindicatos mayores y de la consolidación del aparato gremial desde sus ópticas, la forma particularmente claudicatoria que conlleva esta institucionalización de los límites sindicales no es lo determinante de los análisis”. Con esto ya está hablando de un vandorismo absolutamente fuerte, organizado y que va a disputar con Perón. 

En tales circunstancias emerge una figura insoslayable, la de Roberto Carri, que se va a meter en la discusión con Cooke y va a decir: “el reformismo de los dirigentes sindicales es sólo un aspecto de la cuestión. Si no hubiesen actuado de esa manera, fácilmente podrían haber sido desplazados por Perón y el movimiento sindical no hubiese tenido la envergadura y el arraigo popular que realmente tuvo y que, pese a las sucesivas derrotas, todavía tiene. Mientras no exista un organismo que reemplace a los sindicatos, estos mantendrán su papel como vanguardia del movimiento popular”.

Entonces, ¿dónde se equivocó la izquierda revolucionaria leyendo lo que es un sindicalismo de masas?

Acaso en su lectura sobre la encrucijada que se abría en 1973. En la expectativa inercial – concebida como continuidad de la resistencia al régimen – de que Perón “pisara el acelerador” y convocara a las organizaciones armadas a irrumpir en los cuarteles, sustituyendo a las FFAA convencionales por un ejército que respondiera al ideal sanmartiniano de “pueblo en armas”, tal vez resida una de las claves a revisar. 

En tanto que, para gran parte del pueblo, era el momento del peronismo, era el momento de Perón y de un proceso democrático popular reformista. En tal caso, el dilema residiría en la lectura del sujeto a privilegiar, el protagonista por excelencia de la transformación, que – al menos entonces – era el trabajador, el obrero.

Lamentablemente para el destino nacional, un ideólogo de la dimensión de Cooke muere en el ’68, antes de la tragedia mayor. Lo único que alcanza a plantear, en todo caso, es que no hay que olvidarse del movimiento, no hacer un laborismo, no hacer un marxismo-leninismo y que la conducción del movimiento no sea una conducción obrerista, sino que tenga obreros pero que sea una conducción revolucionaria. 

Desde esa perspectiva, el aporte de John William Cooke es prácticamente único, porque está metido en el corazón de la militancia, metido como cuadro político en una organización de avanzada como fue la resistencia peronista que él comandó, discutiendo con los cubanos, con los cuadros de Montoneros, y con los cuadros de las FAP. Está discutiendo a fondo con Perón, ya que le sigue escribiendo hasta el ’67, reclamándole que vaya a La Habana, que desde Cuba va a ganar una perspectiva completamente diferente de lo que es la lucha, contándole cómo es la revolución cubana a lo largo de los ’60. O sea, Cooke es un cuadro intelectual pensando la revolución y actuando en cada momento la posibilidad de la revolución. A pesar de que es un gran teórico intelectual, es un tipo de pensamiento y de acción, de militancia y de crítica que afortunadamente escribió sus Informes para las bases en 1966, cuando asume el Gral. Juan Carlos Onganía, libro donde ya anuncia que posiblemente haya necesidad de violencia para desplazar a la dictadura. Y en su último libro, Historia y Peronismo, de 1967, arriesga ideas de avanzada en referencia al drama del peronismo hasta nuestros días.

3 – Perón puso freno al comunismo,

pero aproximándose como nadie a la Justicia Social

Constituye un lugar común para gran parte de la militancia popular, peronista y no, que el último Perón fue el peor de todos. Ese que al cabo de la Matanza de Ezeiza fustigó a lxs jóvenes que pelearon por su retorno, el que los volvió a rigorear durante el último Día del Trabajador que hubo de presidir, el que pasó a retiro a un general leal como Jorge Carcagno reemplazándolo por otro tan reaccionario como Leandro Anaya, el que rehabilitó al frente de la Policía Federal al comisario represor Alberto Villar, el que vigilanteó a la periodista Ana Guzetti cuando esta lo interpeló acerca de la escalada de violencia paraestatal, el que desoyó el pedido de auxilio del entonces gobernador cordobés Ricardo Obregón Cano durante el levantamiento policial – denominado “Navarrazo” – que finalmente lo depuso, o creyó con imperdonable omnipotencia que teniéndolo cerca podría controlar al siniestro José López Rega, abriendo así la Caja de Pandora que asoló a una generación y, a la postre, al pueblo que la engendró.

Aun así, y sin poner en tela de juicio ninguna de semejantes evidencias, existen claroscuros dignos de revisión respecto a las responsabilidades a atribuir al anciano líder, en referencia a la debacle posterior que oscureció a la Nación – parte de cuya génesis es detectable antes de su muerte -, y cuyas severas consecuencias históricas aún estamos lejos de conjurar.

Si existe un debate pendiente respecto a la encrucijada que le tocó afrontar a ese último Perón, es el de hasta dónde fue capaz de llegar a la hora de poner límite a la generación que garantizó su retorno al país y más tarde le exigió ser consecuente con sus arengas de exilio. Y si alguien ha estudiado a fondo un fenómeno por entonces tan decisivo como el del origen y decurso de la tenebrosa Alianza Anticomunista Argentina – organización integrada por elementos marginales de las fuerzas de seguridad y conspicuos exponentes de la derecha peronista, que se ocupó de hacer el trabajo de depuración ideológica hasta que los golpistas de 1976 centralizaron el mando represivo -, ese es el militante de la resistencia peronista y ex dirigente montonero Gonzalo Leónidas Chaves, tanto en su calidad de investigador como de víctima de su accionar, ya que en 1974, la citada banda parapolicial asesinó en La Plata a su papá y a su hermano Rolando.

Una de sus conclusiones, sostiene que el ex secretario personal de Perón y posterior Ministro de Bienestar Social José López Rega fue “un asesino serial, pero nunca el jefe máximo de la Triple A”.

Hijo de un suboficial del Ejército que participó del incruento levantamiento militar del 9 de junio de 1956 encabezado por el general Juan José Valle, y que – como Julio Troxler – logró sobrevivir a la impiadosa represión que incluyó una treintena de fusilamientos, pero fue asesinado 18 años después bajo un gobierno peronista, Chaves postula que las escuadras de sicarios de la Triple A siempre estuvieron bajo el control operacional de los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas. 

El compañero respalda su tesis señalando que “se suponía que ellos eran el Estado Mayor de la Triple A, pero después de que López Rega, el comisario Juan Ramón Morales, el inspector Rodolfo Eduardo Almirón y el suboficial Miguel Ángel Rovira se fueran del país, el 28 de julio de 1975, la organización siguió funcionando hasta el último día de democracia (…) Y es que la creación de la Triple A fue parte de la doctrina militar francesa. Está en los manuales de los militares argentinos que fueron adoctrinados en Francia y en las clases de los militares franceses que vinieron a la Argentina”.

Chaves señala que una de las cosas que más llaman la atención de la Triple A es que entre sus víctimas no hay ningún jefe guerrillero, para explicar que “su misión era otra: ir por la retaguardia. Porque la doctrina francesa postula que no hay que ir tras de los combatientes sino golpear a la retaguardia, sacarle el agua al pez (…) Por eso las víctimas de la Triple A fueron dirigentes políticos, sindicales o sociales. Peronistas o de izquierda, siempre con representación social”.

Y agrega que dicha organización “no tenía un jefe nacional. En cada provincia tenía una conformación distinta. En la Provincia de Buenos Aires estaba integrada mayoritariamente por personal retirado de las policías federal y bonaerense y de las fuerzas armadas, que contaba con la colaboración de grupos de ultraderecha del peronismo, porque tuvieron la picardía de trabajar por líneas internas adentro del movimiento (…) en Córdoba, el Comando Libertadores de América estuvo en su mayoría integrado por oficiales del Ejército en actividad, y por policías, también en actividad (…) en Tucumán, el accionar primario de la Triple A dejó de existir cuando comienza el Operativo Independencia, porque se incorporó a esa estructura”.

“¿Qué unificaba a estos grupos?” – se pregunta retóricamente – “Una doctrina y la provisión de recursos para operar (…) La doctrina militar francesa dice que el arma más importante en la lucha contra la subversión es la información. Por eso todo el accionar de la Triple A estuvo dirigido por la inteligencia de las Fuerzas Armadas, que ponía los objetivos”.

La Doctrina de la Seguridad Nacional la importó el general (Juan Carlos) Onganía (dictador entre 1966 y 1970) ya en 1964. Luego ambas se fusionaron, pero la base fue francesa. Como explica el general Martín Balza, a esa base se le añadió después el aporte de los Estados Unidos”, amplía, afirmando que la doctrina francesa ya se puso en ejecución durante el gobierno de Arturo Frondizi con el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado), que en los años 1960 y 1961 reprimió huelgas y protestas populares sometiendo a los activistas a tribunales militares. 

Sus primeros difusores llegaron en 1957. Los trajo, tras el derrocamiento de Perón, el presidente de facto General Pedro Eugenio Aramburu, y fueron los tenientes coroneles Patrice de Naurois y Pierre Badie”.

De hecho, las primeras desapariciones forzadas de que se tiene constancia, por ejemplo, la del obrero metalúrgico Felipe Vallese y la del militante Ángel “Tacuarita” Brandazza, tuvieron lugar antes de 1976, concretamente en 1962 y 1972 respectivamente.

Un detalle sumamente significativo que aporta Chaves consiste en que el coronel Horacio Ballester, fundador del Centro de MIlitares por la Democracia (Cemida) reconoció que en el año 1958 él y otros oficiales que habían viajado a Francia implementaron dos planes en las fuerzas armadas y de seguridad: Hierro y Hierro Forjado.

Hierro propagó la doctrina y Hierro Forjado cuadriculó el país, estableciendo zonas, subzonas y áreas. Es decir que lo sustancial de lo que se aplicó a partir de marzo de 1976 ya se había aplicado durante el Plan Conintes. Básicamente, se trata de la misma planificación”, puntualiza.

Los escuadrones de la muerte ya se habían hecho en Argelia. También existieron en Brasil, no se inventaron en Argentina”, insiste.

Contra la teoría que atribuye la jefatura de la Triple A a López Rega, lo que – siempre según Chaves – contribuye a difuminar el papel determinante que tuvieron las Fuerzas Armadas, este afirma que “fue, sí, una especie de coordinador general, pero sólo en la Capital y Gran Buenos Aires”.

Entre los ejemplos que ofrece el investigador platense para respaldar su hipótesis de que la Triple A siempre estuvo controlada por los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas, hay algunos productos de su observación directa.

Se trata de acciones de Terrorismo de Estado inmediatamente previas al golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976.

El 13 de enero de 1976 en Propulsora Siderúrgica, lo que después sería Siderca, en Ensenada, fueron secuestrados dos delegados, Salvador “El Pampa” Deláturi, de 32 años y Juan Carlos Scafide, de 28, supervisor, militante del Partido Socialista de los Trabajadores (PST)

Ambos aparecieron muertos al otro día en un arroyo de Ignacio Correa, cerca del Pozo de Arana. Deláturi hacia poco tiempo que se había ido del Partido Comunista e ingresado al PRT. Al otro día hubo asamblea en la fábrica y se decidió hacer un paro. La Coordinadora de Gremios y Comisiones Internas en Lucha de La Plata, Berisso y Ensenada llamó a un paro regional. Pararon los astilleros (Río Santiago), la Petroquímica General Mosconi, Indeco, Kaiser Aluminio, las empresas más importantes de la región.

Un día después, cinco mil trabajadores fueron al entierro de Carlitos Scafide. A la salida, camiones del Ejército los pararon, revisaron y detuvieron a algunos. Tres de estos detenidos, de los astillleros, fueron llevados a la U-9 de La Plata, la Cárcel Modelo. Fueron liberados recién el 19 de febrero. Fueron Ángel “Gogo” De Charras, de la sección montaje, Silvio Marote, de maniobras, y el técnico Alcides Méndez Paz. Inmediatamente resultaron secuestrados y desaparecidos. 

Cuando ocurrió ya estaba en ejecución el decreto de aniquilamiento (de la “subversión”, firmado por el presidente provisional Ítalo Luder – candidato presidencial justicialista luego holgadamente derrotado por Raúl Alfonsín – y sus ministros) Ya todas las fuerzas policiales y de seguridad estaban subordinadas a los militares y bajo su estricto control. El presidente de los astilleros era el capitán Enrique Carranza. Los llamó, les pidió disculpas por lo que había pasado y les dio dos meses de licencia. Marote y De Charras evitaron volver a sus casas, Méndez Paz no y esa misma noche lo secuestraron.

Ensenada era territorio de la Marina. El 19 de marzo, a menos de cinco días del golpe, secuestraron a tres trabajadores de los Astilleros, Fortunato Agustín “Nato” Andreucci, de 55 años; Jorge Pedro Gutzo, de 40, delegado, y José Luis Lucero, de 29. Al día siguiente aparecieron acribillados en Abasto, a la salida de La Plata. 

El 22 de marzo, dos días antes del golpe, un grupo fuertemente armado fue a la casa de Rodolfo Agoglia, en City Bell, dónde había – y hay – un cuartel del Ejército.

Como Agoglia, que había sido delegado interventor en la Universidad Nacional de La Plata – designado por el presidente Héctor Cámpora -, no estaba, sacaron a su hijo a la calle, un joven que militaba en la Juventud Peronista, y lo mataron delante de su familia. Después pusieron una bomba que demolió media casa y se retiraron.

Sobran ejemplos semejantes, pero este puñado permite inferir que tamaño despliegue sólo se pudo hacer gozando de un “área libre” o “zona militar” por parte de las autoridades castrenses.

En conclusión, es responsabilidad indelegable de Perón, al verse rebasado por una generación que creyó a pie juntillas en su incendiario discurso del exilio – y cuyo mérito innegable siempre consistirá en no haber resignado aquel afán transformador ni ante el propio fundador del movimiento -, haber procurado ponerle coto acaso sin dimensionar cabalmente el baño de sangre al que habilitaría su impugnación pública.

Sin embargo, aunque muchos militantes populares consideremos que en el Siglo XXI ser nacionalista revolucionario es más productivo que ser peronista, más allá de las luces y sombras de su fundador, quienes hemos matrizado nuestro pensamiento en dicho movimiento, aun derivando hacia posiciones más radicalizadas, nunca desconoceremos la enorme sintonía que este supo establecer con el sentir profundo de nuestro pueblo, elevando su dignidad al límite de lo posible según su doctrina, el sentido de realidad que dicha experiencia todavía aporta a cualquier análisis crítico, ni la vigencia que mantiene para amplias mayorías nacionales, en tanto último fenómeno político que dio respuesta efectiva a los sectores más castigados de la sociedad, constituyéndose no en único pero sí en seguro trampolín hacia la próxima alternativa transformadora que más temprano que tarde se impone gestar.

En conclusión, consideramos que el pensamiento crítico se ha venido mostrando capaz de analizar con enorme rigor los límites de Perón ante la izquierda, sin embargo, también se impone revisar con similar empeño – y la más brutal honestidad – los límites que tuvo ante la derecha. Hacer eso también Será Justicia, en esta hora que es la de su “único heredero”. –

Por Jorge Falcone-La Gomera de David

Bibliografía consultada

Noemí M. Girbal-Blacha (CONICET/ U.N.L.P./ U.N.Q.), Dichos y hechos del gobierno peronista (1946 – 1955) Fuente:www.elhistoriador.com.ar

Casullo, Nicolás, Pensamiento crítico y política 2: Cooke.

Fuente: https://sangrre.com.ar/ 

Chaves, Gonzalo, López Rega no fue el jefe de la Triple A.

Fuente: https://pajarorojo.com.ar/