Macri planteó qué haría si es reelecto. La campaña y una apelación propia de la época de los primeros inmigrantes.
Si gana, ¿cambia la política?, preguntó Mario Vargas Llosa como un guiño cómplice. La respuesta de Mauricio Macri no se hizo esperar: “Vamos a ir en la misma dirección lo más rápido posible”. Las risas aprobatorias del auditorio donde se reunía buena parte del poder económico de la Argentina hicieron recordar a aquellos primeros meses de gobierno, cuando parecía brillar con luz propia el proyecto promercado conducido por un club de CEOs que pasaba a dominar la política argentina. Asimismo, en medio de esa conversación en Parque Norte emergían como déjà vu aquellas memorables tertulias de Carlos Menem con Bernardo Neustadt en el programa Tiempo nuevo, donde con récord de audiencia se enseñaba a odiar al Estado.
Diferencias. “Soy liberal, en el sentido amplio”, ampliaba Macri en la charla con el Premio Nobel de Literatura organizada por la Fundación Libertad.
Probablemente en esos momentos se agarraban la cabeza Marcos Peña y Jaime Duran Barba, cultores de situar al PRO en la brumosa franja de la posideología.
Pero Macri tiene razón, la gran diferencia de la campaña presidencial de 2019 con la de 2015 es que no hay lugar para las ambigüedades. Cuatro años atrás, Cambiemos le presentaba a una espectral Doña Rosa una oferta electoral difusa cuyas menciones incluían la pobreza cero, la unión a los argentinos contra la grieta, que nadie perdería ningún derecho adquirido, y de paso se decía que bajar la inflación iba a ser una pavada. Las amplias clases medias urbanas eran más interpeladas en su deseo de creer que en la racionalidad de la cual se jactan.
También los optimistas –que los hay– recuerdan que Menem siguió para su reelección el mismo camino de “sinceramiento discursivo” que hoy está haciendo Macri. El riojano, en 1989, ganaba la elección a Eduardo Angeloz –47,5% contra 37,1%– con un programa de gobierno impreciso, con promesas que iban desde la revolución productiva al salariazo pasando por confiscar las estancias a los ingleses en la Patagonia. Angeloz llevaba a esa elección un programa de achicamiento estatal con su famoso “lápiz rojo”, con el que iba a recortar el gasto público, y cabe recordar que tercero terminaba Alvaro Alsogaray con su mítica UCeDé, con el 7,2%. La hiperinflación transformaría al Menem de poncho y patillas en el mejor alumno del FMI, abrazando casi en forma literal el Consenso de Washington y creando algo así como un “liberalismo popular”. En esos términos, ganaba las elecciones de 1995 contra una moderada centroizquierda comandada por José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Alvarez 49,9% contra 29,3%. Bordón, como candidato a presidente, solo triunfaba en la Ciudad de Buenos Aires, otrora baluarte del progresismo porteño.
Pero claro, la situación era completamente diferente a la actual. En 1995 la inflación sería del 1,6%, el dólar costaba un peso desde hacía unos años y los argentinos invadían las playas brasileñas. “Solo” el 17,2% de los hogares eran pobres, aunque el PBI caía 4,4%. Los datos del Indec para el cierre de 2018 mostraron un 15% más de pobres que a mediados de los 90.
Días de furia. El otro giro discursivo de Macri –bastante ensayado– consiste en mostrarse enojado: “Estoy caliente”, les diría a los integrantes de su gabinete ampliado. Esta nueva actitud responde a un reclamo de su propia base electoral, o lo que queda de ella, que ve en él un mandatario distante y que no ejerce un liderazgo en estos momentos aciagos en lo económico. No obstante, como el equipo de campaña de Macri debe saber, no es lo mismo estar enojado que decir estar enojado, hay un mar de verosimilitud de por medio. El problema es que la realidad le da la espalda al mandatario, pues mientras mostraba sus dotes cosmopolitas con Vargas Llosa y los reyes de España, el dólar subía velozmente imponiendo su capacidad de dejar sin aliento a la sociedad argentina más allá de sus posibilidades –mayormente nulas– de intervenir en el mercado cambiario. Para los argentinos, la cotización de la moneda norteamericana no es un problema económico sino un indicador de gobernabilidad. Los comunicadores amigos de la casa inmediatamente recordaron que la banda de flotación del programa del FMI llega a casi 51 pesos tratando vanamente de minimizar el hecho, pero hoy hasta los adolescentes conocen las consecuencias inflacionarias directas e indirectas de las devaluaciones.
Resignación y valor. Toda esta situación está engendrando una nueva crisis política. No son pocos los que piden que alguien pague el costo, recordando que si no hay fusible el precio lo termina pagando Macri personalmente, que es lo que efectivamente está pasando. Otros impulsan una cirugía mayor, es decir le piden al Presidente que se convierta en emérito dejando las candidaturas principales a cargo a María Eugenia Vidal y/o Horacio Rodríguez Larreta para reimpulsar una nave que está sin combustible. Pero además se está quedando sin tiempo, un cambio de marcha radical tiene muchas cuestiones por resolver, como por ejemplo los reemplazos correspondientes. Sin embargo, las encuestas que circulan sobre la provincia de Buenos Aires alarman en La Plata ya que Vidal podría perder aun cuando todavía no hay ningún candidato enfrente.
Lejos de las especulaciones, Macri no duda en pedirles a los sectores populares y medios afectados por su política económica que “tienen que aguantar”. También como complemento les dice que tienen que darse cuenta de que se están sentando las bases sólidas para el futuro. ¿A quién le habla con este discurso desesperanzador? Se dirige a una categoría de votante particular que curiosamente son numerosos: los resignados. Se trata de un grupo de personas que se han rendido ante la imposibilidad de mejorar su vida actual y que piensan que su sacrificio presente es la llave para los beneficios de sus hijos o nietos. No es inusual tratar con este tipo de subjetividad, sobre todo en personas mayores, fue una narrativa muy presente en las primeras olas inmigratorias. Los resignados hicieron propio un relato que plantea que los últimos setenta años fueron catastróficos para el país por culpa del peronismo y esta es la última oportunidad para salvarlo. De alguna forma creen que comparten las culpas con el resto de los argentinos. ¿Alcanzarán los resignados para ganar las elecciones? Es difícil verlo en la oscuridad de la noche.
*Sociólogo y encuestador – Perfil