El expresidente uruguayo José Mujica sostiene que Javier Milei puede estar loco, pero que bobo no es. Siguiendo a Mujica, se podría decir que el Presidente parece demostrar la locura necesaria para no medir riesgos y la inteligencia suficiente para entender que sus debilidades pueden ser su fortaleza.
Milei sabe que el 30% que lo respaldó en las PASO y las generales sólo le alcanzó para convertirse en una minoría expectante en el Congreso. Su debilidad numérica y su carencia de estructura a nivel nacional, en lugar de amedrentarlo lo envalentona, porque entiende que lo peor que puede hacer es mostrarse débil. Aunque luego los hechos lo terminen mostrando así.
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Ese duelo entre parecer duro y serlo, tuvo esta semana un nuevo episodio. En menos de 24 horas, lo que se mostraba como inflexibilidad pasó a ser percibido como pragmatismo puro.
El jueves, Milei apareció furioso en la reunión de Gabinete, jurando que iba a dejar “sin un peso” a los gobernadores y que los iba “a fundir a todos”. El día siguiente amaneció declarando que no estaba “dispuesto a negociar nada” de la ley ómnibus.
Se le pueden criticar muchas cosas al Presidente, pero no que sea incoherente. En todo caso, …
Horas después, su ministro de Economía anunciaba que aceptarían los reclamos, que le pedían postergar el tratamiento del capítulo fiscal de la megaley.
Todavía no está claro si lo que ocurrió es señal de debilidad o un reacomodamiento para concretar luego la promesa de “fundir a todos”.
De hecho, Caputo ya lo había advertido en la semana: “Se recortarán inmediatamente las partidas provinciales si alguno de los artículos económicos es rechazado. No es una amenaza sino la confirmación de que se cumplirá con el mandato de equilibrar las cuentas fiscales”.
La pregunta es si se trata de una meditada estrategia de confrontación, producto de la debilidad inicial del Gobierno, o si es sólo la falta de capacidad para medir costos y beneficios la que lo lleva a cometer tropiezos evitables.
Contra todos. En cualquier caso, lo que sí hay es una coherencia para persistir en el mismo relato antisistema que lo llevó a ser Presidente.
De ahí que pueda terminar negociando con gobernadores o legisladores, pero ellos siempre serán parte de la “casta”. Ubicarlos en esa categoría los inhabilitaría automáticamente para realizar críticas, ya que todas estarán guiadas por la codicia, la corrupción y la impericia.
También son parte de la casta los sindicatos, los movimientos sociales y los partidos que adhirieron al paro del miércoles pasado. Para el relato oficialista, son sectores que sólo buscan defender sus espurios intereses y jamás formarán parte de “la gente de bien”. Por lo que también sus críticas estarían invalidadas desde su origen.
Además de los gobernadores, intendentes, legisladores, sindicalistas y dirigentes sociales y políticos, con la misma lógica Milei refuta con agresividad hasta la menor crítica que provenga de los medios de comunicación. Lo guiaría la idea de que aceptar una mínima voz disonante validaría a los periodistas como sujetos capaces de opinar sobre lo que les parece bien o mal. O de informar sobre lo que es real, o lo que es producto de la imaginación.
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… la duda para quienes lo votaron, y para el resto, es qué tan dolorosa es su coherencia
Lo curioso en este caso, es que, en general, los medios vienen siendo muy amigables con él. Ya sea porque entienden que hay que darle tiempo, porque pretenderán alguna contraprestación futura, por temor a enfrentarlo o, simplemente, por simpatizar con lo que hace.
Sin embargo, Milei destrata a (casi) todos por igual.
Sólo en los últimos días lo hizo con dos periodistas de La Nación (Silvia Mercado y Luisa Corradini) y con María O’Donnell, la reconocida conductora de radio Urbana.
Tanta es la contemplación mediática hacia el Presidente, que lo que en cualquier otro momento hubiera generado actos de desagravio y reclamos de los respectivos medios, esta vez pasó prácticamente desapercibido.
En ese contexto, lució más el repudio de la Fundación Led que preside Silvana Giudici. La diputada, además de ser una histórica defensora de la libertad de expresión, es una de las personas más cercanas a la principal aliada de Milei, Patricia Bullrich.
Se sabe que, antes de llegar al poder, el libertario se caracterizaba por insultar a quienes no pensaran como él.
La diferencia es que desde que fue electo Presidente, sus insultos y destratos adquirieron rango de Estado.
Normalidad. No sé si la negación del otro como sujeto capaz de opinar distinto se debe a una falta de empatía que le inhibe la capacidad de encontrar consensos, o si se trata de una (equivocada o no) estrategia política para implementar los cambios que considera necesarios.
Lo primero conduciría a los oscuros caminos de la psiquis humana, por lo que elijo creer que se trata de una maniobra planeada por los hermanos Milei y acordada con el ala política del Gobierno.
Aunque puede ser una mezcla de ambas cosas.
La estrategia de invalidar, de origen, cualquier crítica o falta de adhesión al ideario libertario, intentaría equilibrar las fuerzas de La Libertad Avanza con las del resto del arco político y social. Es una idea audaz que conlleva dos riesgos. Uno, que el “todo o nada” se convierta en caricatura si es más “nada” que “todo” y termine aglutinando defensivamente a los agredidos por el Gobierno. Otro, que la estrategia de la pelea permanente le agregue conmoción a la ya conmocionada situación socioeconómica.
Por ahora y pese al relato confrontativo presidencial, subsiste un ánimo acuerdista que cruza al PRO y a cierto radicalismo, centrismo y representantes provinciales. Ellos siguen dedicando ingentes esfuerzos a hacer de cuenta que todo esto es normal. Desde la normalidad de los cientos de artículos restantes de una megaley que intentará ser aprobada en una sola sesión, hasta los 366 artículos del DNU más revolucionario de la era democrática. Sin olvidar la normal “misión” expuesta en Davos de enfrentar al socialismo planetario o la acusación al presidente colombiano de ser un “comunista asesino”.
Lo cierto es que, por generosidad opositora, por miedo o por un mix, Javier Milei logra mantener la tensión sobre el Congreso. Lo que no es poco para un Presidente que llegó a donde está sin una alianza electoral ni de gobernabilidad.
Pura casta. Coincido con el exmandatario uruguayo sobre la inteligencia de Milei, más allá de sus derivas esotéricas. Existe un hilo conductor que une ambas características.
Para él, su relato violento no sólo es parte de una personalidad surgida de la violencia familiar y el bullying escolar, sino el tono al que lo obliga su misión divina de eliminar al Estado de la faz de la Tierra. Y es un relato que le funcionó y resultó adecuado al clima de época.
Es la inteligente coherencia entre lo que él es y lo que necesita ser. De ahí que seguirá intentando cumplir con su promesa electoral de hacer el ajuste más duro para terminar con el déficit.
Por eso no coincido con los votantes que dicen sentirse traicionados porque les había prometido que “el costo del ajuste lo va a pagar la casta”.
Milei siempre consideró casta no sólo a los políticos tradicionales. Incluye, por ejemplo, a aquellos que “viven” del Estado (cualquiera que reciba algún beneficio o asistencia pública), a quienes aceptan trabajar en empresas públicas que generan pérdida “en lugar de buscarse un empleo digno”, a los que defienden el “robo” de tarifas y servicios subsidiados, a jubilados que no aportaron lo suficiente o a los empresarios que tienen o tuvieron vínculos con el Estado.
Cuando él advertía que el ajuste lo pagaría la casta, incluía a todos ellos. No mintió sobre el tamaño del ajuste que prometía ni sobre en quiénes recaería. Que sí, son una parte sustancial de la población.
Tampoco escondió su personalidad durante la campaña. Al contrario, se mostró tal cual hoy lo vemos.
No, la incoherencia no es una crítica que se le podría hacer. En todo caso, la duda válida para quienes lo votaron y para el resto sería qué tan doloroso es que sea tan coherente.
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Por Gustavo González-Perfil