Baires Para Todos

Julio Chávez: “Escucho hablar a algunos políticos y digo ‘atorrante, ¿encima me retás?’”

El prestigioso actor dice estar sorprendido por “el tono de reto” de algunos dirigentes. Además asegura que es “muy fuerte ver que una población está siendo maltratada”. Su nueva obra y los planes para el futuro

El actor que consiguió los primeros esbozos de popularidad –el prestigio lo tenía desde hacía tiempo– como ese hombre recio de la película Un oso rojo, tiene como entrevistado un exquisito sentido del humor, repleto de ironía pero ameno. Y de aquel personaje interpretado con contundencia, lo diferencia la parquedad: Julio Chávez no es hombre de pocas palabras. Suena a definición incompleta. Mejor aún: Julio Chávez es hombre de palabras sensatas y precisas, profundas, abundantes en alcance y contenido. Cuando habla, dice. Y lejos de cerrarse en sus conceptos, interpelará al periodista y al lector. Ofrece una invitación a pensar.

Julio Chávez: “Escucho hablar a algunos políticos y digo ‘atorrante, ¿encima me retás?’”

Chávez acaba de estrenar Lo sagrado, en el Paseo La Plaza, obra que escribió –con Camila Mansilla–, dirige y, además, protagoniza. Lo define como un “espectáculo positivamente ambicioso”, pero advierte: “La ambición es como el colesterol: la ambición buena o mala (risas). Y a veces no se sabe muy bien cuál es la que te domina”.

—¿Cómo sos como jefe?

—Mejor que antes.

—¿En qué?

—En que puedo pensar mejor, escuchar mejor. Y tengo menos pretensión de no equivocarme. La expresión requiere decisiones. Y a veces decisiones concretas, no tibias.

—¿Si no fueras Julio Chávez, te gustaría trabajar con vos?

—No. Particularmente, no.

—¿Por qué?

—En la bolsa de lo que uno contiene, hay elementos contemporáneamente más atractivos o menos atractivos. Y en mi bolsa, y en mis intereses, llevo asuntos, preocupaciones éticas y estéticas, que no son miel de abeja. Soy un soldado de ciertos asuntos que podrían ser atractivos para alguien, pero también ser considerados inútiles en la contemporaneidad, trabajosos, y que no conllevan seguridad de éxito. Entonces estoy en un lindo momento, en contacto con aquellas cosas que me han preocupado y me preocupan. Y un poco desvinculado de otras cuestiones, que no tengo el tiempo para poder comprenderlas. Hay ciertas cuestiones en las que, debo decirte, estoy mareado, como si me hubieran golpeado con un palo en la cabeza.

—¿Cuestiones en lo profesional, en lo personal o en lo que estamos viviendo como sociedad?

—En lo personal. Sobre todo en lo que estamos viviendo como sociedad. Y también en lo que le compete al trabajo del actor o de la actriz. Hablo de nuestro hermoso oficio y de cómo preservarlo, cuidarlo, enaltecerlo y mantenerlo en una zona de autonomía, de pensamiento. Y no permitir que se nos maltrate.

—Me sorprendió verte en el video en el que participan muchos colegas tuyos hablando de SAGAI, de dos artículos en particular de la Ley Ómnibus. No acostumbrás a ponerle el cuerpo a cuestiones que tienen que ver con la política, y esta vez sí lo hiciste.

—Sí, porque si vos estás beneficiado por el trabajo de una institución, yo no puedo no responder a eso. Cuando se me pidió (participar del video), dije: “Yo no tengo cuerpo para no ponerlo acá”, si voy y recibo de SAGAI una liquidación de gente que está protegiendo lo que tiene que ver con lo que entiende que son mis derechos como ejecutante, como intérprete. Si vos formás parte de los beneficios de ser ciudadano, en el momento en el cual hay que poner el cuerpo, ¿cómo te vas a resistir a ciertas cuestiones?

—En la trama de Lo sagrado, interactuás con el hijo de una expareja, que convivió con vos, y que ahora viene a plantearte una promesa que le habías hecho.

—Exactamente. Es un timbrazo del que todos zafamos mucho de tener, pero que podríamos tener: alguna persona que te toque el timbre y te diga “¿Qué hiciste conmigo?”, o “¿Qué hiciste con el compromiso que tenías? Vos me prometiste tal cuestión”. Cuando yo era chico, hace mucho tiempo pero todavía está muy presente en mí, si vos hablabas mal de alguien o difamabas, te tenías que preparar para que te toquen el timbre.

—A lo largo de tu vida, ¿te encontraste incumpliendo muchas promesas?

—Estoy seguro de que sí. Pero no podría decir muchas. Es muy posible que me puedan tocar el timbre y decir: “Conmigo no cumpliste”. Pero te diría que no tanto, que en ese sentido tengo un compromiso conmigo y no me siento tan deudor. Me siento limitado, sí. He decidido ciertas cuestiones que han construido un camino determinado, no perfecto. No creo que me haga el tonto conmigo.

—Se ha planteado una dicotomía: pareciera que es el cine o los chicos que no tienen para comer. Y de repente hay una pelea con la cultura, como si fuera la responsable de muchos de los males que está atravesando nuestro país. ¿Qué te pasa con eso?

—No se me ocurriría confrontar esas dos situaciones. Ante todo la necesidad. Ante todo. Pero no la necesidad versus (otro aspecto). Hablemos de comer, hablemos de salud: que el mundo sea un lugar donde vivir, no donde morir, no donde no poder sobrevivir. Ahora, poner cultura versus los chicos… Yo diría, pero por supuesto, que primero la vida de una criatura, de un anciano, de una anciana, ante todo. Pero eso no hace que yo piense: “Entonces, la cultura no”. Sería un error. Son dos cuestiones diferentes. Además, si los ponemos así y empezamos, vos decís: “¿Qué inteligencia artificial ni inteligencia artificial? Hay gente en África que se está muriendo..”. Acá hay un avance brutal de un sistema en el que todos nosotros estamos involucrados, que ha arrasado, y que sigue adelante y que es muy difícil frenar, detener, y que va a requerir de una revolución, sin lugar a dudas. De algo. O del aniquilamiento. Es un sistema brutal, y además, con una obligación de tener que preocuparnos por la humanidad. Una obligación que puede ser profunda y certera de muchos seres humanos, y careteada de otros. Lo decimos mucho, pero no sé cuánto nos preocupa la humanidad.

—¿Creés que hay algo forzado, impostado en algunos casos?

—Sin lugar a dudas. Parte de lo perverso del sistema es tener una cuota de preocupación. Hay seres humanos que realmente están metidos en un trabajo de resistencia, con mucha dificultad. Pero esto es como los museos: aparece algo revolucionario y al tiempo el museo lo toma y lo expone, y deja de ser revolucionario. Es tan poderoso el sistema que te va a tomar y va a hacer algo con vos.

—¿Hay algo del sálvese quien pueda?

—Sí, sí. Seguramente. Pero lo que más me preocupa es cuál es el sentido de salvarse. ¿Salvarnos para qué? ¿Para vivir cómo? ¿Qué entendés que es ser un ser humano? ¿De qué te salvaste? Es importante volver a rescatar nuestra particularidad como seres humanos. En Lo sagrado planteamos que cada cual haga un ejercicio de preguntarse qué es sagrado. ¿Qué es para mí sagrado? Eso también conlleva un problema: lo que para mí es sagrado, de golpe para vos no lo es.

—Pero si vamos a lo social, hay cosas en las que debiéramos estar de acuerdo. El hambre de los chicos debería ser algo sagrado.

—Sí. Pero no lo es. No para todos, ¿no? Yo empiezo a preguntarme: ¿somos tan buenos? ¿Somos tan humanos? ¿Las cosas son tan obvias? ¿Es tan obvio que el otro es importante? ¿Es tan obvio que importa la humanidad? No lo sé. Me lo pregunto porque veo a alguien en la calle, que se ve mucho.

—Salís del teatro y encontrás familias en la calle.

Y sigo de largo. Hay ahí una situación que me está haciendo una pregunta. Y puedo decir: “¡Qué horror! ¡Qué espanto! Pobre…”. Puedo decir muchas cosas. Pero yo no hago nada. Y es un problema. Además, escuchás que todo el mundo habla mucho. Se habla mucho, se dice mucho, y no sé cuánto se hace.

—No lo estás diciendo solo sobre la política: lo estás diciendo sobre toda la sociedad.

—Lo estoy diciendo sobre todos. Y sobre esta decisión que hemos tenido de resolver el problema siendo esclavos. El aparente “no se puede hacer nada”. El: “Y bueno, ¿qué le vamos a hacer?”. Entiendo que hay lugares en los cuales vos podés decidir: “Yo acá no puedo hacer nada”.

—¿Sentís que somos todos un poco esclavos?

—Sin lugar a dudas.

—Explicame.

—Formamos parte de un sistema en el que es muy difícil poder pensarse fuera de él y hacer ejercicios de pensamiento autónomo.

—¿Te referís a un sistema sistema de producción y consumo constante?

—Bueno… El celular.

—¿Lo podés dejar?

—Intento, pero me doy cuenta del poder enorme que le estoy dando. Y eso es esclavitud. Si yo digo que el celular tiene un poder enorme, ya está. ¿Pero qué requiere eso? Hacer un ejercicio. Y ese ejercicio cuesta mucho.

—Estamos en un momento de mucho revisionismo de la historia y de lo que vivió la Argentina en su época más oscura. ¿Cómo fueron tus años 70, Julio?

—Muy tristes. Porque además yo empezaba a salir al mundo, tenía 15 años. Vivir acá era zafar: zafar del coche Falcon; zafar de esto, zafar de aquello; zafar de las listas (negras). Algo que he sentido mucho: no sé por qué soy un criminal. A veces ahora, ante cómo nos hablan los medios y algunos políticos, yo digo: “¿Con qué derecho me estás hablando con ese tono? ¿Quién te creés que sos?”. Es muy fuerte ver que una población está siendo maltratada, de muchos lados y de muchas maneras. Decís: “Escuchame una cosa, atorrante o atorranta, ¿encima me retás? ¿Con qué derecho ese tono?”. Un tono de reto: “Y ahora vas a tener que pagar. Y ahora vas a tener que esto”. ¿Pero qué es eso? Para colmo, después hay que opinar y ponerse de un lado o del otro. Terminás siendo soldado de gente que te está maltratando.

—Y el enojo con el que opina.

—Ahí te voy a decir una cosa: para mí un ser humano es sagrado. Y meterme con un ser humano… Hay que tener cuidado. Y meterme públicamente: doble cuidado. Me gusta mantener algo: ojo con lo que hacés con el que está enfrente, con los atributos, con lo que le estás exigiendo, con lo que estás diciendo. Cuando hice El puntero, le pedí a Adrián (Suar): “Dejame terminar cantando el Himno Nacional”. Y con mucha conciencia, quise terminar mirando a cámara en el momento que dice: “…y al gran pueblo argentino”. Esa mirada era una interrogación: “Al gran pueblo argentino, ¿qué?”. En ese momento decidí tomar partido por la pregunta, no por la respuesta. Mi punto de vista era que este hombre, un puntero de villa con muchas cosas corruptas, no se levantaba a la mañana pensando: “Quiero ser un corrupto”, pero a la noche se acostaba diciendo: “Fui un corrupto”. Muchos nos despertamos a la mañana queriendo hacer bien las cosas, y nos acostamos y no las hicimos. En El puntero quise construir una pregunta. Y esa pregunta sigue estando: “Al gran pueblo argentino…”, y quedarte mirando. Porque para mí, es una incógnita.

—A ese Julio que trataba de zafar del Falcon o de estar en una lista, ¿qué le pasa cuando se está cuestionando todo lo que pasó?

—El problema es que se cuestiona. Yo estoy de acuerdo si se piensa. Y hay pensadores que pueden llegar a decir cosas muy fuertes. Por ejemplo, te dicen: “No hay que olvidar”. ¿Pero olvidar qué? ¿Eso que pasó, que no se puede ni pensar? No está mal que una tribu repiense su historia, que realmente diga: “Vamos a volver a pensar por qué, cómo somos, qué somos, cómo vivimos, por qué nos pasa lo que nos pasa”. Y si hoy hay muchos seres humanos que están padeciendo de que le están quitando su espacio de trabajo, es porque hay una población también que dice que no les importa eso. Eso no es tan fácil de ser pensado.

—¿Vamos a jugar?

—Sí. A lo que quieras.

—Acá hay cartas que armó la producción, cada una con una pregunta diferente. Vas a sacar cuatro, y te voy a dar un comodín para evitar responder una vez, cuando quieras.

—Está muy bien.

—A ver, elija una para empezar.

—”¿A quién le debes un pedido de disculpas?”. A mi padre, porque para poder construirme a mí, lo destruí de muy chiquito. Me hubiera gustado ser un poco más piadoso con él.

—¿Lo destruiste en tu cabeza?

—Sí, en mi cabeza. Pero fui poco piadoso.

—¿Pudieron recomponer el vínculo en algún momento?

—Sí, absolutamente. Tuve un final hermoso con mi padre. Y además, se fue de una manera muy hermosa como se fue, y yo me sentí muy orgulloso y muy amante de mi padre. Pero hubo años en los cuales… fui muy bravo (risas). He sentido desde muy chico la pulsión de sobrevivir, y a veces hay que sobrevivir, aunque a tus padres, digamos.

—¿Otra carta?

—Sí. “¿A quién le dijiste por ‘te amo’ primera vez?”. A mí.

—¿A vos?

—A mí. Debo decirte que ejercité el amor ante todo conmigo (risas). No es lo más lindo que se puede decir, pero es la verdad. Si hay alguien a quien nunca voy a traicionar, es a mí.

Julio Chávez con Tatiana Schapiro en Infobae (Maximiliano Luna)Julio Chávez con Tatiana Schapiro en Infobae (Maximiliano Luna)

—¿Decís fácil “te amo”? ¿Sos cariñoso?

—Digo fácil te amo porque es fácil decirlo. A veces está en sincro con el sentimiento en ese momento, y a veces es algo que digo porque sé que si me viene el cheque, tengo en el banco con qué pagar. Nunca voy a decir eso si advierto que en el banco no tengo cash… No lo diré si no tengo un respaldo.

—Hoy estás en pareja.

—Sí.

—¿Cuánto tiempo?

—Tres años.

—¿Y andás enamorado?

—Estoy haciendo un lindo ejercicio, sí. Y tengo claro algo que antes no tenía: una mirada con un tierno humor acerca de la situación. No minimizo lo que me pasa, tampoco lo hago más grande creo. Y me observo en la relación como puede observar un abuelo al nieto, viviendo.

—A tu nieto enamorado.

—A mi nieto enamorado (risas).

—¿Conviven?

—Yo no quiero convivir. Así está todo muy bien, está todo perfecto. Son dos heladeras: siempre hay algo para comer.

—Y hay cash en el banco.

—Y hay cash en el banco. Mi vida privada, mi arte, mi espacio de pensamiento: por suerte hay materia. No me siento vacío.

—¿Vamos con otra carta?

—Sí. “¿La cara de quién te pondrías para salir de levante?” Salir de levante, ya caradura, digamos. ¡Me pondría la cara dura! (risas).

—Con tu cara, te ha ido bien.

—No me ha ido mal…

—Saque otra.

—”¿Cuándo y por qué fue la última vez que lloraste?”. Hace unos días, en un ensayo. Me emocionó ver a mi compañero, Rafael Federman, que es muy chiquito, un actor muy joven, muy bueno. Y le dije una frase de la obra: “Andá, viví tu vida”. Y hoy por hoy, yo, decirle a una persona joven: “Viví tu vida”. Me emocionó la cercanía de la despedida. Es emocionante la confrontación con la gente joven.

—Última carta para el señor Julio Chávez, que ya usó el comodín…

—”¿Cómo calificarías tus capacidades amatorias?”. Para mí el amor y el ejercicio del amor también se hacen a través de escenas.

—¿El sexo también?

—Sí. Lo cual no significa que sean mentiras. El amar y el ejercicio del amor es sumamente privado, personal, y hay que decirle a la persona con la que lo hacés: “Muchísimas gracias por haberme permitido este viaje”. No entiendo el amor como algo natural: los seres humanos no amamos como aman los animales. No nos relacionamos físicamente como lo hacen los animales. Tenemos otro viaje. Y ese viaje no lo llamaría natural. Es una construcción, que en todo caso te puede o no satisfacer.

—Alguna vez un profesor de teatro te dijo: “Hasta que no acomodes los patitos, acá no te quiero ver”. ¿Julio Chávez profesor de teatro, ha echado a alguien?

—No, por suerte no he tenido que echar a alguien. He invitado una o dos veces a personitas a que repiensen si ese es el espacio. A veces tenés que recordarle a un ser humano: “Mirá, acá la ley es esta. Lo cual no implica que la tenés que acatar. Si estás acá lo vas a tener que respetar, pero te podés ir. En cuanto te vayas se terminó la ley”. Cuando vos decidís ir a un lugar a formarte, es importante que hagas caso.

Por Tatiana Schapiro-Infobae