Baires Para Todos

Tiene síndrome de Down, jugó en primera y lo llamaron a la Selección

Ubicada a 16 kilómetros de toda una metrópoli como Bahía BlancaGeneral Cerri casi no se ve en el mapa. Sin embargo, esta localidad de 10 mil habitantes está por hacer historia. El estadio Luis Molina es la casa de Sansinena, el equipo del pueblo. Juegan por la Liga del Sur los primeros equipos del local y de La Armonía. Faltan cinco minutos para el final del partido, que ya está resuelto: gana el visitante por 3 a 1. El árbitro para el encuentro por un cambio. En la platea todos se miran. Sale Santiago Álvarez, el arquero titular. Ingresa con el número 12 Giuliano Pambianco. Apenas pisa el césped, recibe la cinta de capitán. Y una catarata de aplausos. En las tribunas está su mamá Graciela. Su compinche Gonzalo Medrano, el hombre que lo llevó al club. Y su ahijada Martina, de apenas unos meses de vida. En el cielo, papá Hugo también se emociona. Pambianco cumple el sueño de su vida: es el único de los 22 jugadores con un cromosoma extra. Giuliano Pambianco tiene síndrome de Down.

El arquero de Sansinena no puede creer lo que ve. Uno de sus compañeros comete una falta dentro de su propia área y el árbitro cobra penal. Pambianco mira para un lado y para el otro. Tendrá que atajarlo para evitar una goleada aún más abultada. Justo el día de su debut. Y eso hace, para delirio de sus hinchas. Para que su mensaje a favor de la inclusión sea aún más potente. Pero falta algo. Un par de jugadas más tarde, y cuando el novel arquero ya era la estrella de la tarde, el mismo árbitro marca el punto del penal en el área rival. Sansinena puede descontar. Sus compañeros quieren que la fiesta sea completa. Le dejan el tiro a su arquero. A Giuliano; a “Giuly”, como le dicen todos. Toma carrera y junta fuerzas como hizo cuando le pidieron que volviera a trabajar en la Municipalidad. Cuando le dijeron que lo extrañaban. Que no podía estar tirado en la cama, por más que recordara todos los días a Hugo, su padre, su mejor amigo, al que un cáncer se había llevado de repente. Ahí va Pambianco, decidido a romper el arco de La Armonía. Y convierte el gol, claro.

Giuliano Pambianco tiene 29 años. Fanático de River y de las baladas, recién se acercó al fútbol hace un par de años. Lo rescató de la depresión un exfutbolista de Sansinena, Gonzalo Medrano, quien todavía trabaja como electricista en la municipalidad de Cerri. Medrano y Hugo Pambianco, el padre de Giuliano, eran amigos. “Hugo llevaba a Giuliano a jugar al básquetbol y a una peña de folclore”, recuerda Medrano. Y agrega: “La muerte del padre lo tumbó. Estaba depresivo, así que hablé con los delegados de la municipalidad y les expliqué la situación”. Era 2014 y Giuliano ya trabajaba en el departamento de capacidades especiales del edificio comunal. Una de sus tareas era juntar hojas en la plaza. Medrano entendió que había que darle un nuevo sentido a la vida del joven.

El debut de Giuliano Pambianco en la primera de Sansinena

“Quedamos en que no volvería a la plaza. De ahí en adelante sería acompañante de los electricistas”, evoca Medrano. A las 7 de la mañana del día siguiente, Pambianco estuvo, puntual, en su nuevo puesto. “Me veía que yo iba con un bolso de un lado para el otro, porque del trabajo me iba a entrenar. Así que le pregunté si quería acompañarme. Yo ya sabía que le gustaba atajar”, cuenta Medrano, que se convertiría en protagonista fundamental de esta historia. Con la venia de Mauro Laspada, el DT de Sansinena, Pambianco empezó a ir a las prácticas. A cambiarse con sus nuevos compañeros, que serían sus nuevos amigos. Empezó a entrenarse con el mismo rigor que sus colegas de vestuario. Terminó siendo uno más del equipo. “Viajó, sufrió, festejó, lloró. Era uno más. Comía, dormía, y se entrenaba con nosotros”, precisa Dámaso Larraburu, responsable del fútbol de Sansinena y expresidente de la Liga del Sur. Larraburu y Fabián Diana, presidente del club, fueron indispensables para que Pambianco cumpliera su sueño en el partido con La Armonía.

Esa semana, previa al Día de la Madre, eran pocos los que sabían que el pueblo haría historia. Medrano fue uno de los privilegiados. “Necesitaba que jugaran el sábado, porque el domingo no podía estar. Además, Giuliano había visto hacía unos meses que mi mujer estaba embarazada. Y me había dicho que quería ser el padrino de la nena. Quería, además, que les sacara una foto juntos en la cancha. Fue una doble emoción: él cumplió su sueño con su ahijada”. Tres días antes del partido, Pambianco llamó a su mamá. “¡Estoy en la Liga del Sur!”. Lo habían fichado, paso previo a poder jugar. Y había tenido que dejar sus huellas digitales. “¡Voy a poder jugar los partidos!”, insistió. Mamá Graciela lo volvió a la Tierra: “Está bien, hijo, pero no te hagas ilusiones”. Graciela, claro, todavía no sabía que su hijo debutaría ese sábado.

Al día siguiente, Giuliano supo que el sábado iría al banco de suplentes contra La Armonía. No entraba en su cuerpo. Lo dice mamá Graciela: “El día del partido estaba nervioso. A las 14.30 estaba listo. Y todavía era muy temprano”. Pambianco le preguntó a su madre si iba a la cancha. Respondió que sí, pero que saldría más tarde. En la casa de los Pambianco se hizo silencio. Giuliano, el hijo, preguntó: “¿Papi va a estar en la cancha?”. Graciela lo calmó: “Sí, siempre va a estar a tu lado. Aunque no lo veas, siempre va a estar”. Giuliano, el futbolista, se fue llorando a cumplir su sueño.

La invitación de Claudio Tapia a conocer el predio de la AFA

Lo que siguió fue una repercusión que la familia no esperaba. El presidente de la AFA, Claudio Tapia, lo invitó a conocer el predio de Ezeiza. Y hace unos días recibió un llamado del seleccionado argentino de síndrome de Down. “Quieren integrarlo al equipo con miras a un torneo de la categoría que se va a desarrollar en…¡Turquía! ¡Se va a Turquía y me muero!”, confiesa Graciela. “Tenía que formar parte de un grupo para recuperarse”, asegura la madre, con un orgullo que trasciende la línea de teléfono. Nadie sabe si Giuliano volverá a jugar en la primera de su club. Sí se sabe, en cambio, que el fútbol lo rescató de la tristeza y hoy disfruta de una experiencia renovadora y estimulante.