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Schiaretti, El Aleph del peronismo Por Jorge Asís

Los entusiasmados toman este triunfo como una escala.

Sólo en el manejo profesionalmente político del silencio, el gobernador Juan Schiaretti se parece a La Doctora.
Casi sin declarar, sin debatir, sin siquiera responder ninguno de los agravios desesperados, se asegura, por otros cuatro años, el control de la personalísima provincia de Córdoba.
Apenas despejó una duda molesta. Aludía a los rumores sobre su salud.
“Estoy mil puntos más IVA”, dijo.
Emerge Schiaretti como el estadista de reserva, intelectualmente robusto, con la seguridad del gestor experimentado.
Ya no es solo un referente para tener en cuenta.
En algún momento, se lo definió desde aquí como “el Aleph del peronismo”.
En el cuento de Borges, el Aleph es aquel punto donde se concentran y se funden todos los puntos.
En Córdoba, Schiaretti representa el proyecto que concentra todos los proyectos políticos del peronismo (y complementos).
Quien quiera conquistar legitimidad y aprobación tiene que pasar, invariablemente, por Córdoba.
Ser recibido por El Gringo, fotografiarse con una sonrisa y divulgarla.

Cordobesismo cultural

El gran enigma consiste en saber si Schiaretti, después del triunfo humillante sobre los fragmentos piadosos de Cambiemos, va “a ir por más”.
Una manera de decir: si va a conformarse con permanecer en Córdoba (que es, de por sí, un mérito valorable).
O si va a intentar la proyección en el plano nacional.
(Otro parecido con La Doctora: ¿va a lanzarse o no?).
Tiene un mes para decidirlo. Para torcer la influencia categórica del cordobesismo cultural.
Para que la sociedad cordobesa admita la posibilidad de compartirlo.
Aquí Rocamora escribió: «Córdoba nunca perdona que el elegido para gobernarla, por cuatro años, se proponga, en simultáneo, gobernar el país».
“Te voté, gobername los cuatro años”.

Para explicar la idiosincrasia, José Manuel De la Sota, Giorgio Armani, el líder extinto, sostenía que al cordobés le disgustaba que el gobernador se ausentara por dos o tres días.
Así estuviera en trámites por Córdoba, pero en Buenos Aires.
“El cordobés quiere saber que el gobernador trabaja en la Casa de Gobierno. O está en inauguraciones, en la calle. No te banca de paseo por otros distritos. Y menos, que estés en campaña”.
En el bar del Hotel Orfeo se hablaba de las diferencias, por ejemplo, con San Juan. Por el caso equiparable del gobernador Sergio Uñac, que también electoralmente va a humillar a sus adversarios.
Es Uñac otro elemento de reserva del peronismo que no se extingue. Como Manzur. O Bordet.
“Para el sanjuanino sería un orgullo que su gobernador suene para presidente. Pero al cordobés le va a costar convencerlo”.
El silencio expresivo de Schiaretti contrasta con los deseos de encarar la epopeya nacional de los discretos schiarettistas, que hoy están fundidos con los “delasotistas”.
Sin ir más lejos se le consulta a la cronista:
“¿Te parece que Juan se va a largar?”. No va a poder quedarse aquí. Se lo van a querer llevar.
En realidad abundan los entusiasmados que toman este triunfo como una escala.
Un intervalo después de la campaña relajada, donde no pesaron ni cien gramos las figuras canónicas.
Ni Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, ni La Doctora.
“Aquí fueron de palo”, escribió Julián Cañas, el lúcido analista de La Voz del Interior.

La banda del Peronismo Perdonable

De mínima, Schiaretti emerge como el más poderoso de La Banda de los cuatro Peronistas Perdonables. Los que fueron fotografiados en la consultora de Guillermo Seita.
Es quien tiene la mejor relación con los otros tres. Le reconocen la legitimidad del que gobierna y la fortaleza estratégica. Profundidad de campo.
Juan Manuel Urtubey, El Bello Otero, deja en diciembre de ser el gobernador de Salta y pugna por encontrar su preferible perfil para alcanzar la presidencia.
Miguel Pichetto, El Lepenito, deja en diciembre de ser senador, el reloj se le acelera.
Y Sergio, Titular de la Franja de Massa, está vacío de equipaje, sin cargo y con una sed de poder que lo inspira las 24 horas.
Queda Roberto Lavagna, La Esfinge, Nuestro Adenauer, aunque no formó parte de la postal con los cuatro. La Esfinge también se trasladó hacia Córdoba para fotografiarse y buscar la bendición del Aleph.
Como Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol. Y hasta Marcelo Tinelli, Rey del Amague.

Cartonerismo

Faltan dos horas para que cierren las urnas y por piedad aquí no se divulgan las bocas.
En la derrota humillante de los radicales sacrifican el control de la capital de Córdoba.
La táctica de revolver entre la basura, aquí bautizada “cartonerismo político”, no resultó.
Pilas de facturas pendientes se van a pasar entre los radicales, tan heridos como divididos, pero que aún forman parte del Tercer Gobierno Radical.
Como Ramón Mestre, Ramoncito, y Mario Negri, El Zorro Gris. Ambos no se entendieron y pusieron en riesgo una de las tres C (Córdoba), que llevó al triunfo de Cambiemos.
La CCC, Corriente Clasista y Combativa. Córdoba, Carrió y Clarín (el único pilar que mantiene aún un poco de vigencia).
Se le atribuye a la señora Carrió la instalación del eje cartonero de campaña. Derivó en el agravamiento de los rencores sensibles que van a sentirse en la próxima Convención Radical.
La legitimidad de Macri transcurre entre “convenciones radicales”.
Se diplomó como candidato presidencial, gracias a Emilio Monzó, El Diseñador, en la Convención de Gualeguaychú.
Ahora le toca al pobre Ángel resistir la Convención de Parque Norte.
En Gualeguaychú se fortaleció. En Parque Norte puede escorarse.

Al cierre del despacho, mientras despuntan las horrorosas bocas de urna, trasciende la aluvional reserva de hoteles efectuadas por referentes ansiosos por fotografiarse. Abrazados con El Aleph.
Para compartir la algarabía de la victoria anunciada y entregarse a los brazos del vencedor.
Pero nos confirman que la consigna secreta es: «Que no venga nadie».
El festejo del Hotel Quorum está exclusivamente reservado para cordobeses.
El cordobesismo cultural es, felizmente, inmortal.