Baires Para Todos

Rinocerontes

Reaparecieron Ricardo López Murphy, Domingo Cavallo y Roberto Lavagna.

Han reaparecido tres rinocerontes de la economía, ejemplares únicos por convicción y fortaleza, controversiales, irrepetibles, todos ex ministros con suerte variada y que enfurecían el ego de los políticos. Emergen quizá por la crisis del virus que incrementó el derrumbe económico y exhiben el valor de su palabra, equivocada o no, sustentable sin duda. Son Ricardo López Murphy, Domingo Cavallo y Roberto Lavagna, casi una extinción estos formidables animales que integran los Big Five africanos. Pertenecen además a los grupos de riesgo por edad y serios episodios de salud: López Murphy venció al cáncer unos tres años atrás, Cavallo atravesó un trance semejante hace menos tiempo y Lavagna en apariencia se sostiene con menos dificultades. Los tres hablan, se hacen cargo, no como algunos funcionarios que se ocultan u otros de la administración pasada que se fugan del presente, como si pudieran, albergándose en una comunidad reflexiva, casi hippie si se viviera en los 70.

El primero de los rinos ha recurrido al Zoom para levantar la carpa en todo el país de lo que fueron sus intentos políticos del pasado y se integra o aglutina a los deshilachados núcleos del macrismo sin pasar facturas ni punitorios, olvidando deudas pendientes: arma una agrupación. El otro empezó a extender su boletín mensual sobre las ocurrencias económicas de la Argentina, ya concede reportajes y por supuesto, fiel a su estilo sarmientino, ofrece soluciones a quienes alguna vez asistió o auxilió, sean Cristina o Alberto, sin incurrir en reproches. Menos olvidado, el último rinoceronte adquirió un cariz alternativo dentro del oficialismo a partir de un almuerzo que tuvo en la Casa Rosada hace 48 horas con el Presidente y el ministro Guzmán. La divulgación pública de ese acto gastronómico, sin embargo, no oculta otras reuniones previas, secretas, visitas y consultas, tampoco resuelve el interrogante central del menú: ¿Lavagna está detrás del ministro, lo instruye en los porcentajes a pagar con los fondos, participa de la estrategia o acaso solo dialoga con Alberto Fernández para corregir algunos movimientos en la negociación de la deuda externa?

Con las precauciones sanitarias, Lavagna pasa su cuarentena en su chacra. Bastante estricta, aunque hace tres o cuatro semanas el mandatario lo mandó a buscar para una larga conversación que no trascendió, tampoco otras que han realizado por celular. Para unos, conserva una buena sintonía con Guzmán desde que lo conoció antes de que este asumiera –en una entrevista de tres horas–, episodio promovido por los dos Fernández, en una coincidencia explícita del dúo. Del mínimo team que acompañaba a Lavagna pasaron al Gobierno su hijo Marco (al frente del Indec), dos directores del Banco Central (Biagosh y Urbey) –con quienes mantiene asiduo contacto telefónico–, y se incorporó otro amigo (Rodolfo Gil) como embajador en Portugal. Hay empatía en general y nadie sabe hoy si la designación de Adrián Constantino a cargo de la sinecura en París es el recuerdo por haber sido secretario del ministro –a quien conoció cuando tuvo que ir a esperarlo cuando llegó de Bruselas para el cargo convocado por Eduardo Duhalde– o producto de otras virtudes del diplomático.

Más detalles últimos: estuvo silencioso Lavagna en el aislamiento, hasta hace pocos días en que irrumpió con un par de tuits referidos al FMI. Luego, unas horas antes del almuerzo de anteayer, difundió una entrevista poco esparcida en la que manifiesta su optimismo por una rotunda recuperación económica del país, en forma de “V”, apenas se supere el nefasto flagelo del virus. Opinión que no comparten muchos de su profesión.

Consejero. En esta sucesión amistosa con el Gobierno hay que sumar otra pretensión: Fernández, ya con bastante atraso, impulsa la creación de un Consejo Económico y Social que siempre impulsó Lavagna como exigencia de concordia. Esa iniciativa, hoy en las manos cada vez más ocupadas de Gustavo Beliz, podría tener características de un ente casi superior a un ministerio, con figuras inamovibles. Pero esa responsabilidad no subyuga al economista para presidirla, poco tentado por obligaciones cotidianas y responsabilidades tan arduas. En todo caso, podría monitorear ese organismo. Aunque hoy tal vez resultara más conveniente pensar en un “hospital de empresas” que en un consejo, vista la llamarada de pérdidas laborales, la debilidad extrema de una multitud de pymes y la fragilidad de otras compañías grandes en retirada.

Más allá del rol eventual de Lavagna, interesa saber si acompañó o no los términos de la negociación de Guzmán con los bonistas, hoy definida vulgarmente como “no caer en default pagando lo menos que se pueda” (se supone que esa debió haber sido la intención primaria, aunque la palabra default antes parecía importar menos que ahora). Cercanos al ex ministro juran que el exiliado en su chacra bonaerense cuestionaba la lentitud de la negociación, consideraba ante infidentes virtuales que el Gobierno debía acelerar los convenios con los acreedores en lugar de demorarlos, superar el capítulo que hacía perder dinero al país y pensar rápidamente solo en la reconstrucción económica. Si hay un punto en el que puede coincidir Lavagna con López Murphy y Cavallo es en la utilización del verbo “producir”, que casi nunca aparecía durante la cuarentena en el vocabulario fernandista, sea cristinista o albertista.

Sí es cierto que, ante los empresarios, Alberto habló de que no duraran mucho las regulaciones y controles que afectan el sistema cambiario y exportador –al que siempre es tan afecto el peronismo en sus diferentes versiones–, que en todo caso está sometido el exagerado intervencionismo gubernamental a la conclusión de la deuda, a los que, en otros tiempos, se llamaba “buitres”. Se infiere de esa observación, por lo tanto, que para entonces podría aparecer un plan económico que fuera distintivo del “día a día” que hoy aplica la política sanitaria contra el virus. Se comprende el paso a paso con un mundo desconocido como el de la peste, idas y vueltas, interrupciones, no tanto con una disciplina que los tres rinocerontes, por citar un ejemplo, han estudiado y ejercido del derecho y del revés.

Por Roberto García – Perfil