Baires Para Todos

Macri y sus prioridades Por Jorge Raventos

El realismo indica que la prioridad no puede ser ya la reelección, sino la gobernabilidad presente y futura.

El lunes 12 de agosto (el famoso “día después”), el dólar superó los 60 pesos de cotización para aterrizar más tarde a alrededor de 55, la tasa de interés trepó a 74 por ciento pese a lo que  el Banco Central sólo rescató la mitad de las letras que vencían ayer. La Bolsa se derrumbó.

Los números de la elección habían sido ciertamente sorprendentes, inclusive para la fuerza victoriosa. Ni la Big Data de que se ufanaba el gobierno ni los estudios demoscópicos de las consultoras se acercaron en sus hipótesis y vaticinios a lo que ocurrió.

Sorpresa y media

Quizás la sorpresa pública ante la rotunda victoria de la fórmula Fernández-Fernández haya que achacarla a las  encuestas (interesada o desinteresadamente) erróneas, a las operaciones de campaña urdidas desde los talleres oficialistas y, hay que admitirlo, a un número considerable de análisis periodísticos desorientados o sesgados por depender de una fuente muy preferencial.

Los mercados se mostraban nerviosos todavía ayer, a las 16.30, cuando el presidente ofreció una conferencia de prensa junto a Miguel Pichetto. Varios periodistas le preguntaron qué medidas tomaría el gobierno frente a esos hechos y el Presidente respondió que no podía especificarlo, ya que  el ministro de Economía y el presidente del Central estaban estudiando qué hacer. Como si los pensadores de la Casa Rosada no hubieran tomado en cuenta oportunamente la perspectiva de perder la elección del domingo 11. O las consecuencias que de ello podían derivarse (pese a que el discurso oficial amenazaba con esas consecuencias).

Presidente o candidato

Esa conferencia de Macri mostró, más que a un presidente, a un candidato. No es que abandonara su rol institucional (“me hago cargo”,dijo varias veces; “El Presidente está en control”, refirmaba Pichetto), sino que parecía limitarlo a una negativa a pensar en una transición (“La verdadera elección recién es en octubre”), mientras dedicaba la mayor parte de su discurso y sus respuestas a la prensa a proyectar el enfrentamiento de la primera vuelta, a mantener viva la pelea con el Frente de Todos (al que prefiere llamar “kirchnerismo”) responzabilizándolo por el comportamiento de los mercados (“el mundo no les tienen confianza”) e intentando una especie de extorsión a los votantes para que no vuelvan a votar a Fernández (“Lo de hoy es solo una muestra. Si ganan en octubre es tremendo lo que puede pasar”).

Es obvio que la del 11 fue una elección primaria, no una elección por los cargos. Pero los números de este comicio y la relación de fuerzas que reveló fueron tan abrumadores que instalaron un hecho político nuevo. Hay  una fuerza virtualmente insuperable, que aparece como fuente de un nuevo poder, aunque sin legitimidad legal aún. Y un gobierno que tiene legitimidad pero con un poder muy limitado y que hasta ahora no parece decidido a tomar medidas para revelar disposición de fortalecerse. El “círculo rojo”, inquieto (tanto por el resultado de la elección como por la reacción oficial) espera cambios en el gabinete y hasta la posibilidad de un adelantamiento de la elección de primera vuelta para abreviar el período de pato rengo y fortalecer la gobernabilidad.

La gobernabilidad es una preocupación generalizada. El gobierno parece subordinarla a su competitividad electoral y encara sus próximas semanas con la idea (o la ilusión) de recomponer en octubre lo que se descompuso en agosto.

Talante frente a la adversidad

Cerca de las 22.30 del domingo, mientras la sociedad aguardaba aún la difusión de los primeros cómputos del comicio (un procedimiento que llevaba una hora y medio de retraso), el Presidente se presentó ante sus partidarios en el bunker de Cambiemos, intentó un discurso que osciló entre la pesadumbre, el entusiasmo forzado y la autoindulgencia y finalmente admitió que el oficialismo había sido derrotado: no precisó la magnitud de la caída, aunque dió evidencias de conocer las cifras que el país todavía ignoraba. Ni en esa presentación ni en otra que ocurrió un rato después (siempre antes de que empezara la comunicación oficial de los resultados), el titular del Poder Ejecutivo saludó al ganador de la elección, ni lo felicitó por su victoria ni informó que fuera a ponerse en contacto con él en privado.

Si en diciembre de 2015 Cristina Kirchner incurrió en una inconducta cívica al negarse a entregar los símbolos del mando a su sucesor, legítimamente electo, Mauricio Macri se precipitó en una falla de la misma categoría al expropiar temporariamente a la ciudadanía y a sus adversarios de una información vital y monopolizarla para adelantarse unos minutos en la transmisión de las, para él, infaustas nuevas. Esa transgresión del fair play representó, en una noche desgraciada para él oficialismo,  otro punto en contra: una fuerza que supo revestirse de argumentos éticos arrebataba una mezquina ventajita ante los ojos de todo el mundo y el presidente exhibía un déficit de templanza ante la adversidad.

Gobierno, oposición y responsabilidad

Con las cifras electorales a la vista y la reacción de los mercados en pleno despliegue aquellos detalles pueden parecer anécdotas insignificantes. No lo son. El gobierno no debería sumar errores a los daños que ya le han infligido la realidad y sus propias falencias, pues -como es legal-  tiene la responsabilidad de conducir el país hasta diciembre y garantizar una transición ordenada.

Los vencedores del comicio (unas falsas primarias que terminaron convertidas en  un acontecimiento político concluyente) tienen sus propias obligaciones: si Macri necesita terminar bien su período, Alberto Fernández debe contribuir a que lo haga para poder iniciar bien el suyo. En rigor, su discurso en la noche de la victoria fue una señal positiva, que el gobierno debería interpretar como un puente tendido.

Por cierto, la iniciativa debe asumirla el gobierno, que está en funciones hasta diciembre. El realismo indica que la prioridad no puede ser ya la reelección de Macri, sino la gobernabilidad presente y futura.