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Macri, los gobernadores y el marxismo de Groucho

La necesidad tiene cara de hereje: a Mauricio Macri le disgustan ideológicamente  los acuerdos de precios, los subsidios y, en general, cualquier mecanismo político que perturbe a la (a menudo hierática) mano invisible del mercado, pero el próximo miércoles, veinticuatro horas después de que el INDEC revele la inflación del mes de marzo (en torno al 4 por ciento), él anunciará una batería de disposiciones, convenios y acciones políticas tendientes al menos a exhibir que su gobierno hace algo para ordenar la desbocada economía doméstica que sufren los argentinos.  El Presidente seguirá repiténdoles su mantra sobre el  “único camino posible, sin atajos”  (que el sarcástico Jorge Asís define como: “Tienen que morirse patrióticamente de hambre. O mejor: No tenían ningún derecho al esparcimiento, ni al aire acondicionado, ni a los churrascos”), pero, por  si la elocuencia de las encuestas no bastara, los propios gobernadores de su coalición le han recordado a Macri que este es un año electoral, que dentro de seis meses se juega el poder en las urnas y que toda regla merece su excepción. Así, el Presidente se ve forzado a practicar el marxismo (de Groucho): aquellos son mis principios; si no les gustan, aplicamos otros.

La debilidad del duopolio polarizador

Quizás no se ha reflexionado suficientemente sobre los resultados de los procesos electorales provinciales que ya se han concretado en el país. Si se los estudia con atención y sin preconceptos, esos pronunciamientos democráticos ofrecen indicios más ricos que muchas encuestas para palpitar la pulseada política nacional de octubre y noviembre.

Hasta el momento se ha detectado algo cierto (y obvio): tanto en los  casos en que se ha elegido gobernador (Neuquén, Río Negro) como en las primarias que preparan esa definición triunfaron los oficialismos: el sapagismo neuquino y  el  “rionegrismo” que conduce el gobernador Alberto Weretilneck (a quien un fallo de la Corte Suprema le cerró la puerta de la reelección, pero transfirió su influencia a una candidata de su misma línea) ya aseguraron su continuidad. Por su parte, el gobernador Sergio Uñac triunfó abrumadoramente en las PASO sanjuaninas y se proyecta a la reelección en la elección del 2 de junio, mientras en las PASO chubutenses se impuso el gobernador Mariano Arcioni,  que sucedió al fallecido mandatario peronista (no K) Mario Das Neves y aspira ahora a sucederse a sí mismo.

El factor federal

El rasgo más significativo de todos estos procesos no reside sólo en que triunfaron los oficialismos, sino que en todos los casos la victoria correspondió a fuerzas locales, independientes no de la política nacional, sino del duopolio polarizador que encarnan el macrismo y el kirchnerismo.

En todos los casos, esas líneas polarizadoras fueron desplazadas a los márgenes del espectro político. Cambiemos salió tercero en Neuquén (con menos del 14 por ciento de los votos) y en Río Negro arañó el 6 por ciento. En ambos casos el gobierno se resignó a celebrar no su propia performance, sinoel premio consuelo de que el otro polo (el kirchnerismo) no pudiera acreditarse un triunfo.

En rigor, ni en Neuquén ni en Río Negro  compitieron fuerzas estrictamente kirchneristas: ni Ramón Rioseco ni Martín Soria son feligreses de la señora de Kirchner. En el caso de Soria, él mismo tomó distancia de la expresidente, Si bien se mira, esa diferenciación es otra señal de que el electorado no quiere acompañar a los polarizadores, busca navegar lejos de la llamada grieta.

Aunque los procesos ya ocurridos tuvieron como escenarios distritos de menor influencia relativa, los triunfos localistas están apuntando a un factor que inevitablemente ganará protagonismo en los próximas etapas político-institucionales: el factor federal.

A los procesos ya mencionados hay que sumar la evidente influencia que  despliegan los gobernadores, tanto en el peronismo alternativo (peronismo federal), como en la propia coalición oficialista, donde  los gobernadores radicales y en no menor medida los del Pro son los que  están impulsando modificaciones en el rumbo del gobierno.

Los gobernadores justicialistas conforman el eje del proceso de reorganización partidaria y de superación de la etapa kirchnerista.

La liga de gobernadores oficialistas

Los gobernadores oficialistas necesitan pensar más desde la función que desde sus lógicas partidarias, aunque tengan que hacerse cargo de éstas.

Los de origen radical quizás sienten, como sus correligionarios sin poderes territoriales, que el Pro es una competencia que invade su público tradicional. Y que su núcleo duro alienta el propósito de reemplazar a la UCR como partido de la clase media. Sin embargo,  no por eso  tienen vocación de pelear ahora con el gobierno de Macri, sino más bien de corregirlo y ayudarlo a ganar en octubre. Y allí convergen con sus colegas del Pro.

Por ejemplo, Horacio Rodríguez Larreta, uno de los gobernadores del Pro y miembro nato de la mesa chica de Cambiemos, hace rato que considera que el gobierno debe afinar el rumbo y encarar variantes  realistas. El -como María Eugenia Vidal- ve que la combinación de intransigencia y tropiezos del Ejecutivo nacional erosiona el capital político común y afecta sus posibilidades en el propio distrito. María Eugenia Vidal consiguió que el Presidente dictara un controvertido decreto que modifica normas electorales para obstruir la tentación opositora de coincidir en un candidato único a la gobernación bonaerense.

Rodríguez Larreta, por su parte, admite como posible y hasta virtuosa  una fórmula presidencial Macri-Martín Lousteau, que contribuiría a tranquilizar a los radicales, le agregaría energía electoral a la coalición (Lousteau es un político que “mide bien”) y, en su caso, eliminaría el riesgo de que  el ex embajador en Estados Unidos vuelva a desafiarlo a él en la Ciudad Autónoma, donde estuvo a punto de dar el batacazo en el ballotage de 2015.

Lousteau -como los radicales, en general- mañerea y usa la irrupción de  Roberto Lavagna como instrumento que mejora sus capacidades negociadoras: alterna sus almuerzos en Olivos con extensos meriendas con  el “protocandidato”.

Más allá de lo que condicionan las necesidades electorales, lo relevante es que el cerrado entorno que ha ido rodeando al Presidente (y muchas veces ha aislado al gobierno) se ve forzado a abrirse por presión de sus gobernadores. Los de la Unión Cívica Radical hicieron punta en el reclamo de medidas económicas  más amigables con los votantes. El Ejecutivo predica contra esas concesiones pero ahora se resigna a admitirlas.

En principio, los acuerdos sobre precios (¿y tarifas?) que ahora prepara el gobierno implican una corrección hacia el centro. Habrá que ver con qué decisión se encara ese giro.

En la oposición, Lavagna, de su lado,  no condena las tratativas con el Fondo Monetario Internacional pero anticipa (lo hizo en conversaciones con los propios técnicos del FMI) que habrá que renogociar los acuerdos para poder cumplirlos. Y que, para ello, es necesario poner la prioridad en el crecimiento. Una estrategia que apunte al crecimiento hará posible -con participación sindical, como ya ocurrió en Vaca Muerta- la reforma laboral que el gobierno no pudo encaminar por priorizar el ajuste.

La silenciosa pero terca resistencia a la polarización de la mayoría estadística que muestran las encuestas vuelve plausible la búsqueda de un consenso de centro y de un programa que se abra con realismo a dar respuesta a necesidades que, aunque desde los extremos suelen pintarse como radicalmente contradictorias o recíprocamente incompatibles, deben ser abordadas complementariamente.

Los “ni-ni” buscan su canal

La conducta de los electorados de provincia que ya se pronunciaron parece anticipar la tendencia a evitar la polarización de un muy amplio sector de la ciudadanía. Un estudio demoscópico reciente de alcance nacional producido por la consultora Synopsis parece confirmar esa línea de fuerza al revelar que algo más del 50 por ciento de los votantes estaría dispuesto a cambiar su voto para evitar que alguno de  los dos extremos de la polarización (Mauricio Macri- Cristina Kirchner) triunfe en los próximos comicios.

Esa opción teórica antipolarizadora (“ni-ni”), que las estadísticas radiografían y las pasadas elecciones provinciales registraron, tiene una dificultad en la práctica: a seis meses de la primera vuelta electoral y a cuatro del último plazo de oficialización de candidaturas, todavía  no está encarnada con claridad en alianzas distinguibles y nombres propios.

Por cierto, Roberto Lavagna empieza a recortarse como figura posible, pero la ingeniería de acuerdos y procedimientos jurídicos que requiere un consenso tan amplio como el que pretende construir el ex ministro demanda tiempo y afronta muchas dificultades, algunas emanadas de su propia fuerza original, el peronismo, desde donde hay sectores que le reclamen que participe en una elección interna partidaria.

Lavagna ha insistido, desde que aceptó su actual condición de “protocandidato”, en que se necesita un acuerdo que incorpore más miradas que la del peronismo y que esos otros sectores no pueden ser conminados a integrarse a una lucha interna justicialista. Por otra parte, agrega, esa idea en la actualidad fragmenta y divide: ¿por qué insistir en que, en lugar de una estrategia de consenso y acuerdo, prevalezca una de división a la que no se someterán (ni se les exige) los candidatos polarizadores, Macri y la señora de Kirchner? Son argumentos muy razonables, pero no alcanzan los argumentos para remover obstáculos. Y el tiempo corre.

Consenso y federalismo

No hay a la vista ni personalidades ni estructuras que puedan sostener hoy un dispositivo centralista para recuperar la autoridad legítima y eficaz que el país necesita como condición para ordenarse y desarrollarse. Es obvio que de la situación crítica sólo se puede salir con acuerdos  de Estado que van más allá de los pactos entre partidos. Y el factor federal es un ingrediente insoslayable en la mesa de los consensos.

El gobierno de Mauricio Macri se ve hoy  presionado a escuchar a sus propios gobernadores. El próximo gobierno tendrá que escucharlos a todos.

Por Jorge Raventos