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Lucas Matthysse, el noqueador que busca escribir su propio mito en el boxeo nacional

Se ganó ser considerado como uno de los máximos exponentes del boxeo nacional de la última década pero desperdició sus chances en combates importantes. Pacquiao apareció en su destino como un boleto a la historia.

Podría haberse dedicado a cualquier otra profesión o aprender un oficio. Aunque para eso tendría que haber cumplido un requisito ineludible para torcer su vida: nacer en otra casa. Bajo el techo de la familia Matthysse en Trelew no parecía haber demasiadas opciones: boxeador. No por presión sino por herencia. De sangre en sangre. De generación en generación. A grandes rasgos, un destino predeterminado.

Lucas arrancó a tirar piñas arriba de un ring a los 11 años y unos pocos meses más tarde abandonó la escuela. El mandato lo habían impuesto boxeadores como su padre Mario –peleó con “Locomotora” Castro–, su tío Miguel Ángel y hasta su madre Doris, que tuvo algunas presentaciones amateurs. Todo pasó rápido. La separación de sus padres y la decisión de viajar por el país para cumplir el sueño de ser púgil se unieron.

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“Siempre seguí mi ritmo de vida porque quería ser boxeador”. Detrás de esas sencillas diez palabras, esclarecedoras por cierto a pesar de su tono discreto, espera agazapada la crónica de una rareza. Un joven de clase media, hijo de una ama de casa y un empleado municipal –más allá de sus vidas deportivas, claro está–, sin las urgencias que impone la pobreza y que habitualmente forman la columna vertebral en las historias de los boxeadores. Un hogar austero, pero sin carencias.

Tenía sólo 14 años cuando tomó su bolso y se mudó solo a Santa Fe para darle rienda suelta a su pasión, vocación u obligación. Tal vez todas esas al mismo tiempo. Entre todos los pibes que se preparaban en la ciudad Vera conoció a un tal “Chino”, que no sería otro que Marcos René Maidana, su compinche y adversario durante toda la etapa formativa.

Maidana y Matthysse de chicos en el camión jaula por Santa Fe cuando se iniciaban en el boxeo  (Instagram Matthysse)

Maidana y Matthysse de chicos en el camión jaula por Santa Fe cuando se iniciaban en el boxeo  (Instagram Matthysse)

Vivíamos en una habitación chiquita, en tiempos en que peleábamos en pueblos cercanos. Viajábamos en camión jaula. Después no nos vimos más, salvo cuando peleé con Danny García, que nos encontramos en el avión. Ahí hablamos. “Mirá: antes viajábamos en un camión jaula y ahora en primer clase”. Nos vimos crecer y no lo podíamos creer”, recordó en una entrevista que le brindó a El Gráfico en 2015.

Una foto que el propio Lucas publicó en sus redes le pone imagen a la anécdota: ocho chiquitos a bordo de un camión jaula repleto de cajones de verdura. La construcción involuntaria de la escena no hace más que marcar la arrogancia del destino. Todos ríen en ese caja del vehículo menos los dos que se roban el protagonismo en el centro con sus gestos adustos. Todos ríen menos Maidana y Matthysse, como si el azar ya supiese que esos pibitos serán las máximas estrellas es de la próxima generación del boxeo.

Aquellas tres peleas hace más de 15 años en el ámbito amateur entre el “La Máquina” y el “Chino” –dos derrotas y un empate– no fueron más que el aperitivo de lo que nunca fue: el enfrentamiento entre ellos bajo la armadura profesional con el que los aficionados al boxeo nunca pudieron deleitarse.

Matthysse con su abuelo materno Miguel Ángel a los 15 años y en su segunda pelea (Instagram Matthysse)

Matthysse con su abuelo materno Miguel Ángel a los 15 años y en su segunda pelea (Instagram Matthysse)

El bautismo oficial llegó a mediados del 2004 en un pequeño gimnasio municipal de Trelew que lo vio ganador por nocaut. La semilla de su feroz estadística: 39 triunfos36 por enviar a su contrincante al vestuario antes del campanazo.

Dos años más tarde iniciaba una trayectoria meteórica con la conquista de su primer título. Al siguiente, ponía por primera vez un pie en Estados Unidos para derribar sobre la lona al dominicano Ramón Duran pero fundamentalmente para domar a las fieras de la meca del boxeo. Varios años más tarde, la bolsa más valiosa sería el grito de “Lucas, Lucas” que retumbaría en el StubHub Center de Nevada cuando protagonizaría una sangrienta pelea contra el ucraniano Viktor Postol que marcaría la última de sus cuatro derrotas y la única en su historia tras el conteo arbitral.

Para escalar hasta el pico más alto del pugilismo, su carrera osciló entre el ritmo de las promesas y el tango del desengaño. La primera cita con la historia se desarrolló en 2010 contra el problemático norteamericano Zab Judah. Lo robaron con unas tarjetas divididas. El público abucheó a los jurados que marcaron la ajustada victoria del local y defensor del título.

Se recuperó frente a DeMarcus Corley en el país, pero nuevamente las tarjetas plantaron el debate al darle la victoria al norteamericano Devon Alexander. Puso la piedra angular para un lento proceso de reconstrucción. Antes sacó de su camino a varios rivales para ganarse el pase a una cita histórica contra Danny García. La única derrota contundente que reza en su historial.

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Sí, ni siquiera el KO que le propinó Postol en el 10° round en 2015 –oportunidad que se ganó Matthysse tras dar cátedra en uno de los mejores combates de su trayectoria ante el ruso Ruslan Provodnikov– hubiese sido una derrota en las tarjetas. Aquel fue un golpe certero que no volteó su corazón, pero puso en peligro su salud. “Preferí quedarme en la lona y seguir teniendo mis dos ojos”, explicó tras el bombazo al ojo izquierdo 10 segundos antes de la campana.

“Postol me frustró”. Contundencia, simpleza y determinación. Otra vez sus palabras eran tan esclarecedoras como sus puños. Fue un momento de confusión para la escena del boxeo nacional con Maidana y “Maravilla” Martínez disfrutando del retiro, la “Máquina” convivía con un momento de introspección. Él también estaba fuera del juego y uno de los deportes fetiche del país parecía quedarse sin un tótem al que seguir.

Los vientos de vacilación que resoplaron con Alexander se habían transformado en un huracán.”Se me habían ido las ganas de seguir. Me había bajoneado, no quería peleara. Estaba separado de María (su esposa). Nos separamos dos años. Extrañaba a mi hija. Después empezamos a mejorar con mi mujer, entré a agarrar confianza, retomé los entrenamientos y acá estoy”, resumió en aquella entrevista sobre todo el proceso que vivió en el espacio temporal que anudaron las luchas con García y Provodnikov.

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La nueva era del ahora barbudo Matthysse se inició en un peso superior –wélter– y dos victorias a puro nocaut contra el estadounidense Taylor y el tailandés Kiram, pelea que le valió el título mundial AMB de la categoría.

Las fuerzas neurálgicas del destino demostraron ser benévolas. Un noqueador de su talla merece otro lugar en la historia y a los 35 años tendrá la chance de iniciar el proceso de mitificación que entrega el pugilismo en la velada del sábado a la medianoche de Argentina –domingo a la mañana en Kuala Lumpua, sede del combate–. Su rival será una leyenda como Manny Pacquiao, campeón de ocho categorías diferentes y una de las contrafiguras en el show bussines del rey Floyd Mayweather durante la última era. La “Máquina” tiene una cita con la historia, quizás la última, quizás la mejor.