Baires Para Todos

Listas y listos

Las viejas costumbres de los jefes distritales mostraron su eficacia frente a la nerviosidad de quienes están aprendiendo a imponerse en el rejunte.

Dos objetivos ocuparon a los políticos durante la última quincena: entrar en las listas y el orden de los lugares conquistados. Lo resuelto por ellos fue noticia hasta el miércoles de la semana que, por suerte, ha concluido. Las viejas costumbres de los jefes distritales mostraron su eficacia frente a la nerviosidad de quienes están aprendiendo a imponerse en el rejunte. La soberanía popular agoniza mientras el gremio político trabaja en estas tareas. Finalmente, se le concederá a las ciudadanos que elijan entre opciones cocinadas dentro de los aparatos.

Recortes. La mesa tiene la superficie de un tablero de dibujo y sobre ella hay recortes de las noticias más importantes. La rodean seis sillas. Del respaldo de cada una de ellas, cuelgan los diarios de cada día. Casi desaparecida bajo la pila de recortes, una PC, entre cuyos favoritos están todos los diarios argentinos, varios portales web, un diario español y uno brasileño, la página de la BBC, el NYT, Le Monde y, como respaldo quizás excesivo www.kiosco.net, con acceso más o menos abierto a periódicos europeos y americanos. Quien pasa horas en este dispositivo de noticias no es un investigador de política comparada. Es simplemente alguien que trata de entender la política argentina, sin el provincianismo de pensarla como original o igual a la de todas partes.

La persona rodeada de diarios y portales soy yo. En medio de esta proliferación que a muchos les gusta llamar elitista, con el mismo desprecio falsamente popular con el que hablarían de una tilinga que solo se compra zapatos italianos, lo único que quiero es averiguar si la política en todas partes es tan confusa e impenetrable como en la Argentina.

Tanto diario y portal web me sirvió para comprobar que la política en otras latitudes se entiende mucho mejor que acá y sin tanto trabajo. Por ejemplo, un argentino, si tiene ganas, puede estar bien al corriente de las discusiones sobre el Brexit. Sin ir más lejos, en Uruguay, no hay siete frentes electorales ni han sucumbido los partidos. A los ciudadanos no les reparten todas las mañanas un boletín con los complicados acuerdos de los políticos; pero las decisiones tienen una carga mayor de previsibilidad y pueden ser mejor traducidas para conocimiento de quienes están lejos del escenario. Al parecer, los ciudadanos de otros países tienen una información más organizada sobre sucesos que son también más organizables.

Decadencia democrática. Hay quienes piensan que uno de los fines de la política es que ella misma se vuelva más legible. Yo diría que no se trata de un objetivo, sino de un deber moral de quienes hacen política respecto de quienes permanecen al margen o están lejos de esa esfera de decisiones. Si la política no proporciona claves más detalladas y veraces, se convierte en una máquina bien preparada para el engaño de los ciudadanos o en un malicioso disfraz. Es arduo interesarse por aquello que esconde o disimula sus claves, y los ciudadanos pierden la paciencia cuando no pueden penetrar las motivaciones de lo que se les ofrece como espectáculo. La política secreta es típica de regímenes que difunden consignas, en lugar de proponer argumentos. La política incomprensible es propia de los momentos decadentes de las democracias.

Que Monzó se quedara prácticamente sin nada para sus amigos políticos fue un corte de manga del educado Marcos Peña y la dulce gobernadora bonaerense.

Se dice que los ciudadanos se han de-sinteresado de la política. Nadie puede interesarse por aquello que no entiende porque nadie se preocupa de que sea comprensible. Es como interesarse por el ajedrez sin saber jugarlo. Solo se ven movidas misteriosas o arbitrarias de piezas cuyo valor se desconoce.

Fuga de ideas. La política local se manifestó en la competencia para ocupar lugares: la borrachera de las listas. Se armó este carnaval para llegar a elecciones de trámite cada vez más complicado. Pero, a menos que acepte terminar en el total descrédito, necesita volver más respetable esta competencia. Lo que está en crisis es la representación. No parece estar en crisis el derecho a presentar 62 listas cortas o pelearse con los más próximos y armar una lista sobre la recta final.

Lo que a nadie parece importarle mucho es la respuesta a una pregunta clásica de la filosofía política: ¿cómo emerge la voluntad de los electores? ¿Están condenados a opciones que se establecieron a sus espaldas? Giuseppe Duso se pregunta cómo “convive la idea democrática de la soberanía popular con el principio representativo que es delegativo, elitista, una apropiación de la subjetividad política”.

El cierre de listas al que asistimos durante un lapso interminable y tuvo su desenlace después de mucho Liquid Paper, superó todas las anécdotas que militantes bien informados proporcionan sobre otros cierres de lista. Nunca he visto una competencia tan sin principios. Por eso era completamente oscura.

La política puede llegar a entenderse cuando las ideas tienen algún lugar junto a los cálculos. Pero cuando todo lo que importa es el orden de una lista de legisladores provinciales, o senadores nacionales (lo mismo da, el caos es idéntico), las ideas fugan por el resquicio de las maniobras, las avivadas, los protagonismos derrotados. Y, sobre todo, las ideas fugan porque a quién puede importarle las razones del deslizamiento de Massa al espacio kirchnerista, si queda evidente que todos sus cambios fueron para obtener mejores lugares. Que a Massa no le haya ido bien ni siquiera en Tigre, quiere decir que perdió. El oportunismo puede ser una carta de triunfo o la razón de una derrota del ambicioso.

Y, antes de ese drama criollo, ¿alguien pensó que Lavagna estaba mínimamente abierto a la posibilidad de una PASO en Alternativa Federal, aunque fuera para salvar ese espacio y, quizás, haber impedido la fuga de Pichetto que se había ofrecido como vicepresidente del economista? Prefirió que el espacio se pulverizara hasta la desaparición.

Otros datos fuertes, ya los conocíamos: Cristina, si decidía dar la pelea electoral iba a manejar la lapicera con la que se anotan los candidatos. ¿Cabía una duda? Si alguien aceptó la novedad que esparcía Alberto Fernández sobre que “Cristina cambió mucho”, cayó por error de credulidad. Los gobernadores, con quienes, desde el Senado, Pichetto estaba en buenos términos, se fueron con Cristina. El tucumano Manzur lo explicó con elocuencia doctrinaria: “Acá estamos poniendo todo nuestro esfuerzo para que Alberto Fernández y Cristina Kirchner conduzcan el destino de la Argentina”. Alberto Fernández estaba seguro de ese apoyo, cuando afirmó que los gobernadores acompañaban desde el primer momento. Algunas cosas, sin embargo, fueron relativamente sorpresivas.

Que a Frigerio, ministro del Interior, no le dieran ni un lugar para algún político de su confianza, es otro corte de manga del mismo tándem, que tampoco abrió las listas para que ingresara algún amigo de Pichetto. Y al diputado Lipovetzky (protegido de Angelici y distinguido defensor de la ley de aborto legal) tampoco le ofrecieron renovar. Que para Pichetto tampoco hubiera nada es la primera lección de su aprendizaje en el macrismo al que acaba de incorporarse: son verticalistas y mezquinos con quienes no tengan el mismo grupo sanguíneo.

Horizonte perdido. Uno de los objetivos de la política democrática ha sido traicionado (escribo la palabra y me doy cuenta de que, al candidato a vice de Macri, la palabra traición no le ha parecido adecuada para describir estas idas y vueltas). Pero insisto, si la democracia abandona el ideal de transparencia, o si no lo conserva como el horizonte hacia el cual acercarse lo más que sea posible, se convierte en un régimen de entendimientos difícilmente comprensibles salvo a la luz intempestiva de arrojar una frase que se escucha con frecuencia: “solo les interesa lo que a cada uno de ellos le toca en el reparto”.

Cuando las ideas están ausentes o se las reserva para el momento posterior a haber conseguido un lugar en las listas, la política alcanza su nivel más bajo, lo cual significa también su ínfima capacidad para un entendimiento colectivo que no se resuma en el arreglo por cargos y lugares.

Por Beatriz Sarlo – Perfil