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La guerra discursiva del Banco Central con los profetas de la megadevaluación

Reservas brutas, netas o líquidas, esa es la cuestión. Conceptos y números: ¿hay dólares para hacer el aguante? Los depósitos y el venenito de la desconfianza.

Es sabido que las reservas del Banco Central (BCRA), de las que depende su capacidad de abastecer de dólares a la economía para diversos usos imprescindibles, es muy limitada. Entre esos usos se destacan las importaciones de bienes de consumo, insumos ineludibles para la producción, pago de deudas del Estado y las empresas, giro de utilidades de compañías privadas, turismo emisor, atesoramiento y hasta intervenciones oficiales en el mercado cambiario, entre otros. Si exportar más –mucho más– es la salida de largo plazo de este laberinto, el corto está hecho de otra urgencia: frenar las presiones devaluatorias, en buena medida exacerbadas por las expectativas que generan los pronósticos sobre el margen de acción de la autoridad monetaria para mantener un tipo de cambio oficial que cotiza a la mitad que los paralelos.

La escasez no es nueva: por citar solo el pasado reciente, Mauricio Macri se la reprochó a Cristina Kirchner en 2015, Alberto Fernández a Macri en 2019 y quien venga en 2023 probablemente haga lo propio con el actual presidente. A la Argentina le faltan dólares de manera crónica y el cepo ya es, antes que una anomalía, un rasgo de época que lastra las posibilidades de crecimiento del país.

El martes 23, el nivel de reservas brutas –totales– en poder del BCRA fue de 42.150 millones de dólares, parte de una tendencia bajista que se explica por la confluencia de la permanente necesidad de divisas de la economía y la temporada baja del comercio exterior. Esto último, se espera, tendrá alivio el mes que viene, con la llegada de las exportaciones de trigo y, mucho más, desde fines de marzo, con las de soja.

La guerra por las expectativas se desata cuando los economistas privados hurgan en el monto realmente disponible para que la autoridad monetaria haga frente a sus obligaciones.

En ese sentido, hablan de “reservas netas” o “de libre disponibilidad”, esto es, las que quedan tras restar de las brutas los pasivos que vencen en menos de un año. Son las que el Central podría usar hoy mismo para cumplir con sus compromisos y sostener la cotización oficial del dólar. Si a las netas, a su vez, se les restan las que están colocadas en activos que no están inmediatamente disponibles –oro, los derechos especiales de giro o DEG del Fondo Monetario Internacional– se llega al concepto de “reservas líquidas”.

Para el Grupo de Estudios de la Realidad Económica y Social (Geres), las reservas netas ya se redujeron a 6.540 millones de dólares, mientras que las líquidas son inferiores a 800 millones.

En tanto, en un informe del 9 de noviembre, la consultora Analytica calculó que “hoy las reservas netas serían de 9.497 millones de dólares”, número al que llega por ponderar la posibilidad de usar lo que queda por activar del swap –intercambio de monedas– con el banco central chino.

Por su parte, Gabriel Rubinstein dijo en declaraciones radiales que lo que llaman “reservas netas disponibles líquidas, que es el concepto que sirve para medirlas día a día en el mercado, están alrededor de mil millones de dólares negativas”. “Eso significa que usan reservas que no son propias, por ejemplo, los encajes de los depósitos bancarios”, añadió.

Para el economista Gustavo Reija, al viernes 19, la posición del Central en “reservas netas” era de 6.557 millones de dólares, las “netas disponibles” –sin considerar el oro– de 2.957 millones y las “netas disponibles líquidas” –sin los DEG del FMI– de solo 507 millones.

“El escenario del que partimos es crítico”, le dijo a Letra P. “Las reservas líquidas solo llegan a 507 millones de dólares. Este escaso nivel base justifica la interrupción de las intervenciones del Central para controlar los dólares financieros y, tal vez, sea el inicio de un probable desdoblamiento del mercado en el corto plazo”, anticipó.

El “detalle” es que la conducción del Banco Central, a cargo de Miguel Ángel Pesce, desestima esos conceptos. Para ella, mucho de lo que se dice responde a presiones devaluatorias y a un intento de generar corridas.

En la entidad aseguran que, salvo por los depósitos de los ahorristas, todas las reservas están disponibles. Los encajes de esas colocaciones bancarias forman parte de las reservas brutas, pero son lo único que no es considerado líquido por el Banco Central, afirman, dando garantías de que ese dinero no está siendo usado ni lo será. Ese punto, claro, es ultrasensible y determina la solidez en el sistema bancario.

La idea que prima entonces en la autoridad monetaria es que, más allá de las estrecheces, hay dólares suficientes para asegurar la actividad. El hecho de que las existencias estén cash o colocadas en bonos del Tesoro de Estados Unidos, en euros, en yuanes, en oro, en el swap chino o en los DEG del FMI no significa que no puedan hacerse líquidas y usarse.

Reija concede que “es verdad que la noción de ‘reservas líquidas’ no existe como categoría programática del Central. Los economistas la calculamos porque es el poder de fuego para usar instantáneamente. El Central podría vender el oro, pero eso no se podría hacer de modo inmediato y sería una señal pésima. También podría ejecutar el swap, pero eso llevaría tiempo y activaría presiones extras del mercado. En definitiva, las reservas líquidas son clave para entender donde estamos parados”.

Otro analista, que habló con Letra P con la condición de no ser mencionado, indicó que “hay una discusión” y que “lo que existe es el concepto de ‘liquidez en moneda extranjera’, que se calcula en base a parámetros fijados por el FMI, y el de ‘reservas netas’, que se definió en el entendimiento de 2018 con el organismo. La idea de ‘reservas líquidas’ surge del mercado, lo que en verdad no tiene sentido porque los DEG, por ejemplo, se pueden usar. Además, hablar de reservas negativas, como hacen algunos, tampoco tiene sentido porque el Central podría, dada la existencia del cepo, pisar las importaciones y no llegar a semejante situación”.

La guerra por el discurso es una marca de época. Lo indudable es que la vieja “restricción eterna” está más vigente que nunca y sigue atenazando las posibilidades de expansión de la economía. Salir de esa trampa urge. No solo está en juego el largo plazo, sino las posibilidades inmediatas del Gobierno de alejar fantasmas devaluatorios que, de corporizarse, solo servirían para darle otro golpe seco a las condiciones de vida de los argentinos y las argentinas.

Por Marcelo Falak- Letra P