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La devaluación no industrializa

La corriente de pensamiento económico dominante en el país que dirigió las políticas de los últimos casi cuatro años, con resultados horrorosos en términos de crecimiento, empleo, estabilidad, endeudamiento externo y distribución del ingreso, vuelve a recargar las tintas contra la devastada industria nacional. Uno de los portavoces oficiales de esas ideas, el ahora vicepresidente del Banco Nación (hasta hace unos meses era el vice del Banco Central), Luchas Llach, tuiteó: “¿Qué esperamos para abaratar ropa, celulares y zapatillas? El que no puede competir con importaciones a este tipo de cambio es un ladrón de gallinas”.

Es notable cómo esa visión le atribuye un rol tan preponderante para ganar competitividad al valor de la moneda nacional que destruyeron. Desde ya que el tipo de cambio influye en el nivel de la estructura de costos de los emprendimientos fabriles, particularmente cuando los precios de diversos rubros de costos quedan rezagados en relación a la evolución de sus precios de venta. Como es habitual, los salarios fueron el rubro entre los costos fabriles que más se contrajo en términos reales durante las sucesivas devaluaciones recientes. Mientras que, por ejemplo, desde la asunción de la actual administración la cotización del dólar se multiplicó por seis, los salarios aumentaron menos de la mitad; según el último dato disponible del INDEC, hasta julio pasado se incrementaron apenas un 176% también desde diciembre de 2015.

Por otra parte, las tarifas de los diversos servicios públicos se incrementaron mucho más que los precios de venta e incluso que el dólar en el mismo lapso, llegando a superar el 2000%. También los combustibles tuvieron una suba muy por encima del nivel general de precios al consumidor. Desde diciembre de 2015, aumentaron un 270% y la inflación acumulada en la era Macri fue del 248%. En tanto, los precios de los bienes industriales a nivel mayorista (salida de fábrica), en promedio durante el mismo período, aumentaron un 262% y los rubros referidos por Llach subieron un 177% (ropa) y 164% (zapatillas), según el INDEC que no mide la evolución desagregada de celulares. O sea, la estructura de precios relativos, considerando la evolución de los precios de venta y la de los costos que además fueron recargados con las retenciones, no parece haber mejorado.

No obstante, el análisis de la competitividad industrial no es tan simple como la compra o venta de un activo financiero. Depende de más factores, además de los referidos precios y costos. Entre otras variables, el costo y el acceso al crédito es central en cualquier proceso productivo, con mayor incidencia en las pymes que tienen menos acceso al financiamiento bancario y aquellas ramas industriales que desarrollan una transformación productiva que requiere mayores plazos entre la compra de insumos y el cobro de los bienes producidos.

Aún más importante para el análisis de la competitividad son las economías de escala. Con políticas económicas que han comprimido el consumo, tanto por la caída del poder adquisitivo de los salarios como por el desempleo y la pérdida de participación de los empleos formales sobre el total de puestos de trabajo, y que modificaron sustancialmente la estructura de precios relativos, ganando participación en el presupuesto de los hogares los consumos insustituibles (servicios públicos, alimentos, remedios y combustibles), la demanda de los otros bienes industriales mermó brutalmente, en especial los elaborados por pymes que destinan mayoritariamente sus ventas en el mercado interno. Y, además, parte de la demanda fue absorbida por el incremento de la participación de las importaciones en el merado, también como resultado de políticas mucho más laxas en materia de regulación del comercio internacional. Estas menores escalas de producción repercuten al alza especialmente en los costos fijos que deben prorratearse por un menor volumen de ventas. Dichos costos no abarcan exclusivamente a la estructura sino también de las remuneraciones de los trabajadores que deben abonarse independientemente del nivel producido y/o vendido.

A la vez, ante funcionarios que, frente a la contracción del consumo, la aceleración de la inflación y el crecimiento de las importaciones responden que la salida es la reconversión sin dar más especificaciones, se generó un clima de incertidumbre que postergó inversiones en reconversión tecnológica. Es muy difícil pensar en inversiones productivas con niveles de utilización de capacidad productiva inferiores al 50%, una demanda en baja, cambios abruptos de reglas de juego, inestabilidad, falta de interés en contener la competencia internacional en condiciones desleales y un incentivo enorme a realizar inversiones financieras por las extravagantes tasas de interés de referencia del sector público.

Y, ahora, el broche de oro, son funcionarios que, lejos de interiorizarse por la realidad productiva del país, bromean públicamente en redes sociales porque las fábricas se funden y los trabajadores pierden sus empleos, a pesar de contar con un tipo de cambio alto. Y, aunque parezca mentira después de los desastres que provocaron, mantienen un público afín.

Por Mariano Kestelboim – BAE