Baires Para Todos

Groseras discrepancias

Se expusieron cortocircuitos graves dentro del oficialismo por el frenado aumento de YPF y el duelo Frederic-Berni.

Fue una afrenta intelectual a su propio ego la confesión de Alberto Fernández. Dijo que lo deleitaban “las novelas de Borges”, cuando una mínima internación en el escritor indica que nunca se atrevió a ese género, y miles de veces explicó la razón por la cual no se había tentado en esos emprendimientos literarios (aunque hay una leyenda de que en sus años mozos, de trasnochada tertulia en Madrid, publicó una breve novela a favor de la Revolución Rusa que, luego, desapareció. Infamias opositoras). Un penoso traspié para la ilustración presidencial, tan cara a la personalidad de AF, registro a compartir en la antología de los desatinos de Carlos Menem (leo mucho a Sócrates; desde Córdoba estaremos en una hora y media en Japón), o de la misma Cristina (la reencarnada arquitecta egipcia que consideraba afrodisíaco el cerdo o pensaba que la soja era un yuyo que crece en cualquier parte), por no citar a quienes ni siquiera disponían de una biblioteca (Néstor Kirchner) o, si la tenían, no la consultaban a menudo (Eduardo Duhalde). Aunque a los mandatarios no se los califica por estas irreverencias y el episodio demuestre que hay más rock que literatura en el jefe de Estado.

El fallido quizás genere una reparación impensada: como Borges había sido descartado  por no peronista o antiperonista en el Instituto Patria –tan afecto a estas simbologías discriminatorias– para figurar en los nuevos billetes que emitirá el Banco Central, ahora Fernández podría cambiar ese criterio, hacerlo más democrático y ubicar el rostro del notable cuentista en la serie a imprimir junto a otros famosos argentinos como Milstein o Favaloro. A veces, admitir los errores habilita otras grandezas.

Parece una discrepancia nimia entre el Patria y la Casa Rosada, al menos frente a otras más groseras rescatadas esta última semana. Una grieta doble en el doble comando que hace el solaz prematuro de quienes sueñan con una fractura entre lo que llaman el “poder formal” y el “poder real”. Y, también, una grieta inesperada en el mismo comando cristinista. Se verificó en el frustrado incremento tarifario de los combustibles, que dejó expuestos al propio mandatario, al titular de YPF (Guillermo Nielsen), al jefe de Gabinete (Santiago Cafiero) y a buena parte del equipo económico. Y en la divergencia conceptual sobre la seguridad interna, agravada por la dependencia de los dos protagonistas al dictado de la ex mandataria, ya que el responsable bonaerense, Sergio Berni, se ufana de su fidelidad como jefa política a CFK (a Fernández y a Kicillof ni los menciona) y la ministra nacional Sabina Frederic está instalada en su cargo por el colectivo de los derechos humanos y la venia explícita de Cristina.

Ahondemos en ambos casos.

YPF. Sin que mediaran otros personajes conspicuos, y bajo la advocación de que la comprometida suba de naftas podría mejorar el interés inversor de los petroleros –hoy en stand by o retirando equipos en Vaca Muerta y con producción decreciente–, Nielsen y Fernández conversaron sobre un alza del 5%. Se le transmitió esa decisión al ministro Guzmán a través de una conference call con Cafiero. No participó Kulfas ni le avisaron al titular de Energía (Lanziani). Voceros del área de medios allegados a La Cámpora avisaron al Patria, y desde esa usina se reprendió la medida bajo la excusa de que el aumento podía acelerar más el proceso inflacionario. Ni evaluaron que le imponían condiciones a una empresa, quizás promoviendo futuros juicios.

Se dio marcha atrás: Kulfas tuvo que actuar como verdugo por orden de AF, se transmitieron explicaciones vanas a la población. Ahora viene el dilema con el regreso de Nielsen, además urgido porque sube el precio internacional debido a la crisis entre Irán y EE.UU., mientras el gas entra en emergencia por baja rentabilidad y la Argentina puede volver al jaque perpetuo que enfrentó Kirchner cuando atrasó las tarifas y el petróleo no paraba de subir. El sureño disponía de reservas y excedentes, gracias a la herencia recibida tantas veces cuestionada. Hoy Fernández no puede presumir de lo mismo y las inversiones externas escasean, parece más promisorio y menos arriesgado aplicarse en EE.UU., Canadá o México.

Alberto está en una encrucijada, entre la plegaria de Juan Carlos Pugliese (“les hablé con el corazón, me contestaron con el bolsillo”) y los guantes de boxeo de Guillermo Moreno, su compañero más odiado: un día pide cristiana solidaridad, al otro les impone lo que deben ganar los supermercados o protesta contra las utilidades “extraordinarias” de las empresas como si fuera el dueño de un barómetro de las utilidades. Su voluntaria afinidad papal le permite estas digresiones peligrosas.

Seguridad. Para su alivio, la explosiva confrontación en el área de Seguridad involucra más a Cristina, a él lo tiene al margen. Berni, con despliegue propio en las intendencias bonaerenses, ya que alguna vez dispuso de planes sociales, también goza del privilegiado afecto de la anterior mandataria  por su rol clave en el caso Nisman, en el que fue su principal informante y consejero. Nadie ignora que esa muerte (incluir el memorándum por Irán) hoy es parte de la divulgación que ahora recupera un documental de Netflix, más la presión emanada en fuentes norteamericanas e israelíes para nada discretas sobre las relaciones de los Fernández con el gobierno persa, el vínculo de Cristina y, como secuela, observaciones a la empatía con la administración de Venezuela y el itinerario preelectoral de Evo Morales.

Para colmo, llueve sobre mojado con el trágico atentado contra el hombre fuerte iraní, el general Soleimani, en el cuerpo de la ministra Frederic, que había afirmado su voluntad de quitarle la calificación de terrorista a Hezbollah. No fue la única inspiración de la dama para irritar a ajenos y desprevenidos. Alberto apartó a su ministra de esa vocación y, entre tanto, quizás por tantos años de estudios, a ella se le ocurrió porfiar con Berni por el uso inconveniente de las pistolas Taser introducidas por el dúo Bullrich-Macri. Con otra experiencia en la materia y cierta sorna, el médico y militar que oficia de ministro de Kicillof la descalificó: “Entre sacar una letal 45 y una Taser en la 9 de Julio para perseguir a un delincuente, prefiero la Taser. No mata, evita tragedias”.

Hay más interrupciones entre ministros de un mismo origen. La discusión en seguridad la encabeza el hombre que llegó algo tarde al trágico departamento de Nisman porque justo se le empantanó la camioneta cuando salía de su quinta en la zona de Lima. Igual fue uno de los primeros en llegar en esa jornada luctuosa.

Como se advertirá, a menos de un mes en la cima, ambos Fernández padecen complicaciones: uno donde el poder lo tiene repartido, la otra donde el poder se imaginaba blindado.

Por Roberto García – Perfil