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El valor geopolítico de la pesca

Recurso esencial para el desarrollo de la Humanidad desde sus mismos inicios, ahora que la población mundial crece velozmente la pesca va camino a convertirse en un factor geopolíticamente tan relevante como el petróleo en el siglo pasado, por su papel clave en la seguridad alimentaria global, lo que a su vez la convierte en el centro de pujas y tensiones entre los Estados productores y consumidores.

La pesca refleja fielmente un desafío global central de este siglo: asegurarle un alimento básico a una población mundial en aumento sin poner en riesgo su sustentabilidad, ni atizar disputas de soberanía y comerciales entre los grandes actores de la explotación y el consumo de un recurso tan vital.

 

Durante las últimas décadas, los países en desarrollo han dado un salto notable en la producción pesquera, hasta tomar el protagonismo del sector, pero algunos de ellos también son ahora grandes consumidores, lo cual genera conflictos en aguas oceánicas de Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) y sus adyacencias.

La acuicultura ha ganado muchísimo terreno en el sector, hasta quintuplicar su producción desde 1990, principalmente en Asia, lo cual ha mejorado las expectativas de revertir la sobreexplotación de los recursos marinos.

Sin embargo, la conflictividad internacional en torno de la explotación de pesquerías persiste y se mantiene latente. La Organización Mundial del Comercio (OMC) ha fracasado por ahora en regular las políticas de subsidios que incentivan la sobrepesca (ilegal, no declarada y no reglamentada). Sólo la pesca legal movía antes del COVID-19 unos USD 1,5 billones al año, según el Banco Mundial.

Es improbable ya cumplir con el objetivo 14.4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (ODS), acabar con la sobrepesca en 2020, pero en términos más generales el ODS 14 (La Vida Submarina) y el ODS 2 (Hambre Cero) tienen, todavía, hasta 2030.

Estado general

La demanda de pescado y de productos pesqueros en general mantuvo en el inicio del siglo -hasta la actual crisis provocada por la pandemia de COVID-19- un ritmo acelerado de aumento que llevó la producción global estimada de pesca en 2018 a 179 millones de toneladas, de las cuales 156 millones fueron al consumo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

El sector de la pesca y la acuicultura se ha expandido tanto en las últimas décadas que la producción, el comercio y el consumo totales alcanzaron un récord sin precedentes en ese 2018. Del total, sin embargo, desde los 90 la mayor parte del crecimiento espectacular de la producción provino de la acuicultura (82,1 millones de toneladas, contra 94,1 millones de la pesca de captura marina y de agua dulce). Ello alivió las áreas de pesca marinas bajo estrés y agotamiento.

De 1990 a 2018, aumentó 14% la producción mundial de pesca de captura (un tercio destinado a preparados y aceite de pescado), 527% la de acuicultura y 122% el consumo total de pescado para alimentación.

Según la FAO, cuando se gestiona adecuadamente, las poblaciones de peces quedan por encima de los niveles previstos o en proceso de recuperación. “Sin embargo, los éxitos logrados en algunos países y regiones no han sido suficientes para invertir la tendencia mundial de las poblaciones de peces sobreexplotadas”.

Así del 90% de poblaciones de peces dentro de los niveles biológicamente sostenibles en 1990, se pasó al 65% en 2017. Y, para mayor estrés, en 2035 se espera que la población mundial aumente en 1.500 millones de habitantes.

En 2018, última estadística disponible, la producción mundial total de pesca de captura alcanzó el nivel más alto jamás registrado, con 96,4 millones de toneladas, 5,4% por encima con respecto a la media de los tres años anteriores, e impulsada otra vez por la pesca de captura marina (84,4 millones de toneladas).

Los principales productores de captura de 2018 fueron China, Indonesia, Perú, India, Rusia, Estados Unidos, Vietnam: sumados, representaron casi el 50% del total de la producción mundial (las especies más capturadas fueron la anchoveta, el atún y afines, 15 millones de toneladas en total).

Además de ser el mayor productor de pescado, China también ha sido desde 2002 el principal exportador de pescado y productos de pescado. Desde 2004, Noruega es el segundo mayor exportador, seguido ahora por Vietnam. Si bien los mercados desarrollados siguen dominando las importaciones de pescado (Unión Europea, Estados Unidos y Japón), la importancia de los países en desarrollo como consumidores y productores ha ido aumentando constantemente.

La acuicultura (cría de animales acuáticos, incluidos peces de aleta, crustáceos, moluscos en agua dulce, de mar, agua salobre y salina interior) alcanzó una producción récord equivalente al 52% del pescado para consumo humano, en China, India, Indonesia, Vietnam, Bangladesh, Egipto, Noruega y Chile.

En 2018 había al menos 59,5 millones de personas trabajando en el sector primario de la pesca y la acuicultura (20,5 millones de empleos) y 4,6 millones de buques formando parte de la flota mundial, en la que Asia concentra dos tercios (68%).

El pescado, crucial para una dieta nutritiva en muchas zonas del mundo donde además su producción tienen bajo impacto ambiental, proporcionó a unos 3.300 millones de personas casi el 20% de su ingesta media per cápita de proteínas animales. El consumo de pescado representa una sexta parte de la ingesta de proteínas animales de la población mundial, y más de la mitad en países como Bangladesh, Camboya, Gambia, Ghana, Indonesia, Sierra Leona y Sri Lanka.

EN DESARROLLO
Este contexto de aumento del consumo global de pescado y productos de la pesca (sólo entre 1973 y 1990 se duplicó, con un gran dominio de Asia) coincidió con un rápido crecimiento de la población mundial, acompañado por mejora en los ingresos y urbanización, que lo impulsaron especialmente en los países en desarrollo: ellos exportan más de la mitad (en dólares) y se encaminan a ser también los mayores importadores hacia 2035, según la FAO.

Para 2030, antes de la pandemia se esperaba que el consumo total de pescado aumentara, con un gran crecimiento proyectado en América Latina (+33%), África (+37%), Oceanía (+28%) y Asia (+ 20%). En términos per cápita, se preveía que el consumo mundial alcanzara los 21,5 kg en 2030, frente a los 20,3 kg en 2016.

China es un caso singular, por su doble capacidad total de producción y consumo. Sin embargo, se proyecta un déficit de hasta 27% para 2030 que obligará a Beijing a importar pescado, que desde hace poco ya se consume más que el cerdo.

En términos generales, la producción de pesca en todas sus variantes ha sido impulsada por los países en desarrollo, que casi triplican a los países desarrollados, una tendencia que se aceleró desde los 80, en parte por el establecimiento de las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) de 200 millas marinas de los Estados costeros.

Esa presión, a su vez, llevó a la mayoría de los recursos pesqueros más allá de sus límites de sustentabilidad y al mundo frente a un escenario de escasez por una mayor demanda. Todo ello tensa las relaciones políticas y comerciales entre los países con mayor protagonismo de producción y consumo, o bien porque defienden sus recursos, o bien porque los necesitan e impulsan la captura en otras aguas.

Ello, sin contar el impacto negativo del aumento de las temperaturas oceánicas por el cambio climático, que elevó la temperatura de las aguas marinas en 1,5° respecto de niveles pre industriales y somete vastas áreas a una acidificación letal para su biomasa, amén de migraciones de peces y rupturas de cadenas alimenticias.

SUBSIDIOS EN DISPUTA

En su informe “El estado mundial de la pesca y la acuicultura: la sostenibilidad en acción”, la FAO les marca cinco aspectos claves a los Estados:

1. Una tercera parte de las poblaciones de peces es objeto de sobrepesca, tres veces más que hace medio siglo (ilegal, no regulada o no declarada).

2. La clave para reducir la pobreza y acabar con el hambre de millones de personas está en una mejor gestión de las pesquerías.

3. Las especies sostenibles no existen, solo hay poblaciones sostenibles. Las capturas mundiales de todas las especies de atún han alcanzado niveles históricos.

4. La producción de pescado y marisco alcanza niveles históricos, pero el consumo crece más deprisa que nunca.

5. Un tercio de la pesca mundial se desperdicia, y más en los países más ricos y con infraestructura. En Norteamérica y en Oceanía se desperdicia hasta la mitad.

Mientras tanto, en el corto plazo, y pese a inédita crisis que provoca la pandemia, se plantean innumerables conflictos entre países costeros y flotas subsidiadas que pescan en áreas adyacentes a las ZEE pero a menudo violan el límite de las 200 millas persiguiendo especies que entran y salen naturalmente de la zona.

Pero así como la “Guerra del Bacalao” (1950-70) enfrentó a Islandia y el Reino Unido por los caladeros del Atlántico Norte, hasta dejarlos exhaustos, hoy se ven amenazados pescadores de África occidental, Sri Lanka o Marruecos.

La conflictividad por los recursos pesqueros irá en aumento, según un estudio de 2019 elaborado por el Centro de Resiliencia de Estocolmo (SRC) sistematizó los conflictos pesqueros de las últimas cinco décadas. Mientras que los altercados eran hasta doce por año en los años 70, hacia 2020 llegan a cuarenta por año.

A partir de este diagnóstico, los Estados se valen de regímenes internacionales para evitar las disputas sobre pesquerías en el futuro. En términos bilaterales, las naciones pueden concertar tratados entre sí que definan estrictamente dónde se puede pescar y cuánta captura está permitida, como en es caso del Tratado del Salmón del Pacífico entre los Estados Unidos y Canadá, instrumento que sin embargo no abarca todos los territorios pesqueros de América del Norte.

Por otro lado, también se avanzaron en la creación de espacios multilaterales de dudosa eficacia para contener la sobreexplotación, como ser las Organizaciones Regionales de Ordenación Pesquera (OROP), las cuales involucran a los Estados ribereños así como a aquellos Estados que pescan en la zona objeto de la Organización.

Pero según organizaciones ambientalistas, los Estados siguen invirtiendo hasta 35 mil millones de dólares anuales en subsidios a sus industrias pesqueras, lo que los alienta a explotar el recurso en cantidades y áreas indebidas. La OMC, que incorporó la cuestión de la pesca a su agenda en 2001 (Doha), estima que el 60% de esos subsidios terminan perjudicando a las poblaciones de peces.

En diciembre de 2019, vencieron todos los términos que la Conferencia Ministerial de la OMC había fijado dos años antes para mantener topes a los beneficios que los Estados conceden a la industria pesquera y que favorecen la pesca excesiva.

Algunos países -como el grupo informal “Amigos de los Peces” (Nueva Zelanda, Estados Unidos, Islandia y Pakistán)- impulsan un recorte de subsidios. Pero otros de Asia insisten en apoyar a sus flotas. China propuso reducirlos si se eximía a países en desarrollo y aguas en disputa. Estados Unidos contraofertó incluir a la acuicultura, un sector de hegemonía china. La UE propuso permitir los subsidios sólo a los países menos adelantados. Al final, la pandemia y la propia crisis interna de la OMC han congelado las negociaciones hasta hoy.

Unos pocos países eligieron el camino de las Cuotas Individuales Transferibles (CIT) o “cupos de captura”. En Nueva Zelanda e Islandia, expertos evalúan cada temporada la población de peces y así determinan los límites de captura. Las autoridades dividen el total en cuotas. Esta solución, sin embargo, puede dejar fuera a pescadores locales que necesitan del recurso y difícilmente sea aceptado por potencias pesqueras que prefieren competir con acceso abierto a los mares .

El desmantelamiento de las subvenciones a la pesca forma parte de la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 (2015), en varios ODS, para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos.

Con todo, los expertos en acuicultura advierten que se debe comenzar a tratar a la pesca mundial como lo que es: una arista más de los conflictos geopolíticos del siglo XXI.