Baires Para Todos

El tango de Malena

Suena como ninguna figura del massismo para ir a las listas 2021, pero no quiere. Siembra tropa y deja herencia verde. Mates con Máximo K. para cerrar heridas.

Su nombre suena cada vez más seguido en despachos oficiales y cuando se entera lo sufre. Tal vez la única exponente de una sangre compuesta en iguales proporciones de peronismo y massismo, Malena Galmarini asoma como una síntesis interesante para convertirse en una jugadora central del Frente de Todos en la provincia de Buenos Aires en las elecciones de 2021, aunque la idea de ser candidata la estimula a niveles cero. No le gustan las campañas, aún hoy les escapa a los discursos y, sobre todo, entiende que el contexto electoral empuja a hablar de personas más que de ideas. A ella, en particular, siempre le preguntan por la misma persona.

Formada en una casa rebosante de política, Malena, hija de Fernando “Pato” Galmarini y Marcela Durrieu, militantes montoneros y peronistas desde la épica setentista, mamó el sentido del verticalismo desde la cuna. Ahí aprendió una de las máximas que hoy la rigen: las estructuras tienen una conducción. En su caso, su conductor es Sergio Massa. Esa misma formación es la que le permite ser el motor de la familia que comparte con quien la conduce, poder decirle todo lo que tiene para decirle y, a la vez, saber que en las decisiones estratégicas del massismo la última palabra es la de él. Así terminó aceptando el acuerdo que en 2019 llevó al Frente Renovador de vuelta a la órbita del Partido Justicialista, en una alianza que incluyó, lógicamente, al kirchnerismo.

Ese acuerdo, que a la hoy titular de AySA le llevó largos meses aceptar, busca candidatas y candidatos para extender la voz del Gobierno en territorio bonaerense. Su nombre gira en el bolillero con chances de salir sorteada. Si fuera por ella, se quedaría en la empresa estatal de agua, que le permite trazar relaciones políticas a varios niveles, entre ministerios e intendencias, administrar un presupuesto cercano a los 130.000 millones de pesos para 2021 y evitar el trajín de la campaña. Entiende que, en el sistema político en general y en el escenario político en particular, es muy difícil no terminar hablando de apellidos más que de propuestas, proyectos o modelos de país. Hace días dio una entrevista a La Nación en la que, entre otras, atajó preguntas sobre Amado Boudou Luis D´Elía, sobre el empresario Daniel Vila –íntimo de Massa- y, lógicamente, Cristina Fernández de Kirchner. Su vínculo con la vicepresidenta es la consulta más frecuente. Responde siempre lo mismo: no tiene relación, no habla, la cruzo alguna vez, se tomó alguna foto en contexto de campaña y poco más.

Durante esa misma entrevista dio una respuesta que hizo tronar algunos humores en la Casa Rosada. “Creo que nos merecemos un presidente con la capacidad, el talento, el estudio, la perseverancia y el compromiso que tiene Sergio”, afirmó sobre su marido. Ponerle tan enfáticamente el traje presidencial al dirigente que se sacó ese mismo traje para sumarse a un pacto político que desbancara al macrismo del poder no cayó nada bien en varios despachos del Gobierno, en un momento en el que el presidente Alberto Fernández no atraviesa ni su pico de popularidad ni su momento de mayor empoderamiento.

Lo que haya que hacer

No tuvo que contarle nada. Galmarini rápidamente empezó a ver señales de que la convivencia dentro del Congreso de Massa, Máximo Kirchner y Eduardo de Pedro empezaba a mover algo más que proyectos de ley. Aún cargada de furia por el espía de Prefectura Naval que ingresó armado a su casa en plena campaña de 2013 –cuenta que todavía le anota al hoy ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni-, cuando su marido rompió con el kirchnerismo, prefirió mantenerse al margen. “Hacé lo que haya que hacer para que se vaya (MauricioMacri, pero no me cuentes”, fue el pedido que elevó a su conductor y compañero de vida. A tal punto se mantuvo al margen que, cuando el trío se reunía en su casa, se encargaba de no estar.

Hábil, Massa les llevó a Kirchner y De Pedro un proyecto que militaba su esposa: la paridad de género en las listas legislativas. Fue la primera iniciativa impulsada en paralelo por el massismo y el kirchnerismo y Sergio se lo llevó a Malena como un trofeo de guerra. Fue una gran victoria para la unidad: la resistencia intrahogareña a un acuerdo con Cristina empezaba a flaquear.

Aún hubo un último evento. El día que fueron al Instituto Patria a sacarse las fotos para las boletas de las elecciones 2019 se encontró con Máximo. El líder de La Cámpora la apartó, le pidió a hablar a solas e intercambiar unos mates, algo que todavía se podía hacer. “Cristina no tuvo nada que ver”, dijo el diputado llamando a su madre por el nombre de pila, desligándola del muy sospechoso intento de robo en la casa que la familia Massa-Galmarini tiene en Rincón de Milberg. También le aclaró que desde el kirchnerismo había un respeto político honesto hacia el Frente Renovador, porque se fueron cuando todavía eran gobierno, armaron un partido y les ganaron la elección. “No nos patearon en el piso, como otros”, agregó. Malena aceptó la explicación y la conversación concluyó con un ida y vuelta final.

-Te aviso que voy a seguir con la causa. Pedime cualquier cosa, menos que deje la causa-, avisó Galmarini.

-No voy a pedirte nada-, la tranquilizó Kirchner.

Así cerró lo que, al final, terminó entendiendo en su propio lenguaje: lo que en realidad estaba pasando era que estaban volviendo al PJ.

Trasvasamiento triple

La vida de Malena Galmarini está plagada de tips de romanticismo peronista. Nació el 5 de mayo de 1975 y, cuatro días antes, su madre iba ya en fecha de parto en un camión rebalsado de personas de Boulogne a Plaza de Mayo para el acto por el Día del Trabajador. En su día a día vio de todo, vio a todos. Repite siempre que aprendió más de las cosas que repudió que de las que podría imitar. Luego conoció a su hoy marido también militando, en su caso por el “orteguismo”. Su mamá, siempre actriz clave en su vida, ofició de celestina.

Cuando asumió como funcionaria en la Municipalidad de Tigre, Galmarini empezó a recibir pedidos, propuestas y proyectos de chicos y chicas muy jóvenes de su ciudad. Abrazando su propia formación, detectó que les faltaba conducción y decidió hacerse cargo. Montó una casita en Pacheco que funciona casi como una unidad básica a la vieja usanza. De allí surgen ideas y propuestas. Malena se encarga de conseguir recursos para financiarlas. Repite los pasos de su madre: históricamente, Marcela Durrieu se encargó de coordinar y conducir jóvenes militantes peronistas, en San Isidro.

Esos chicos y esas chicas conocen el costado más visceral y enérgico de Galmarini pero, también, empezaron a despegar de su mano. El caso más reciente es el de Felipe Baldonado, quien a los 20 acaba de asumir como consejero escolar en Tigre. En las filas que se referencian con Malena hay concejales y concejalas de Tigre y varias de las mujeres que ocupan los departamentos de género que se crearon en cada estamento del Ministerio de Transporte, la única cartera massista del gabinete nacional.

En la casita empezó a militar también su hija Milagros, hoy de 18 años, quien se acercó al calor de la política montada a la ola verde feminista que tuvo a Galmarini como una referente. Se cumple así un triple trasvasamiento generacional, que muestra también los contextos históricos: Durrieu en la lucha armada y la resistencia, Galmarini con el feminismo y Milagros, ahora, se entusiasma con la agenda ambientalista: se acercó a Jóvenes por el Clima y a Amnistía Internacional.

Por Nicolás Fiorentino – Letra P