Baires Para Todos

El gabinete y la cuestión del mando

Esta tarde, apenas cuatro días antes de asumir la presidencia, Alberto Fernández anunciará la composición completa de su gabinete. Aunque el lunes 18, después de su visita a Cristina Kirchner, el presidente electo anticipó que su equipo estaba virtualmente definido, los hechos fueron dibujando otro escenario: tanto él como la señora de Kirchner se han visto forzados a hacer ajustes para mantener (o modificar) los equilibrios sobre los que se asienta una coalición tan matizada como la que se dispone a gobernar.

Si Fernández hubiera podido realmente cumplir con su íntimo deseo de mantener bajo siete llaves su equipo y sus planes hasta las vísperas mismas de su asunción, no habría habido tantas conjeturas e interpretaciones sobre cambios (y probablemente, se habrían producido menos modificaciones reales), pero muchos nombres se fueron filtrando; algunos resistieron bien, otros (incluso de candidatos imaginarios) sufrieron operaciones de desgaste.

Un gabinete con nombres caídos

Las interpretaciones convencionales explican los ajustes desde una simplificadora lógica binaria y confrontativa (Cristina le impone o le veta figuras al presidente electo: ¿manda ella o manda él?); más que a comprender los hechos, esa visión tiende a confirmar una conjetura (manda ella; él obedece).

Esa lectura subraya algunos gestos (que Fernández acudiera al domicilio la señora de Kirchner aquel 18 de noviembre, por ejemplo), y da cuenta parcial de la energía con la que la vice electa está ejerciendo su rol de accionista principal de la coalición que triunfó en las elecciones, pero omite (a veces adrede) detalles sustanciales. Por caso, que ella misma ha debido retroceder en algunas intenciones suyas que habían trascendido: la de convertir a su servicial ladero, el senador Oscar Parrilli, en presidente provisional de la Cámara Alta y a la camporista mendocina Anabel Fernández Sagasti en presidenta del bloque peronista de senadores. Había que tender puentes a los gobernadores de la coalición y así, Parrilli fue desplazado en beneficio de la santiagueña Claudia Ledesma Abdala, ex gobernadora de su provincia y esposa del mandatario y jefe político del distrito, Gerardo Zamora. Y a encabezar el bloque fue convocado el formoseño José Mayans, hombre de confianza del gobernador Gildo Insfran, con lo que Fernández Sagasti quedó postergada. Se trata de compensaciones razonables: Formosa y Santiago del Estero fueron provincias en las que el Frente de Todos se impuso con las proporciones más contundentes. Sus gobernadores, por otra parte, son cordiales interlocutores de la señora de Kirchner.

Se asignó a influencia de ella haber corrido al diputado tucumano Pablo Yedlin de la candidatura a ministro de Salud, un lugar que ocupará un ex titular de esa misma cartera, el sanitarista Ginés González García. Conviene mirar el tema más de cerca. En primer lugar el nombre de Yedlin no había llegado a los medios desde el círculo próximo a Alberto Fernández, sino más bien desde la Cámara de Diputados. La precipitada difusión de esa candidatura al gabinete seguramente dañó a Yedlin. No sólo porque el presidente electo advirtió a tiempo que esos temas debían manejarse con discreción (“El que suena…suena”), sino porque esa exposición lo ubicó a tiro de importantes objeciones. Se le adjudicó al diputado una proximidad importante con el influyente dirigente sindical Héctor Daer, del gremio de la Sanidad y principal representante del grupo de “Los Gordos” en la conducción de CGT. Desde el resto del arco gremial se le hizo saber a Fernández que no querían un ministro tan parcializado en una cartera que, por tener incidencia sobre las obras sociales sindicales, es de interés común.

Fue entonces que Fernández comprendió que Ginés González García, bien vinculado con el conjunto de los sectores sindicales, respetado y tan conectado con la industria de los medicamentos (otra pata interesada) como podía estar Yedlin, era “el que más sabe”, como explicó el martes 3 el presidente electo.

Otro campo en el que la arquitectura del gabinete fue intervenida ha sido la cartera de Transporte. Los rumores aseguran que la señora de Kirchner le habría puesto oportunamente bolilla negra a Florencio Randazzo, un candidato obvio (pero en rigor nunca mencionado desde la usina de Alberto). El presidente electo le ofreció el puesto públicamente al senador Carlos Caserio. Lo hizo en buena medida para facilitar la unificación de los bloques de senadores peronistas, un paso que al que Caserio, hasta entonces líder del bloque “de los gobernadores”, se mostraba renuente y que se concretó con la coronación de Mayans. Pero desde el gremio de Camioneros y desde la poderosa Confederación de Trabajadores del Transporte (que agrupa desde colectiveros a trabajadores del transporte fluvial, portuarios y ferroviarios y conduce Juan Carlos Schmid) hicieron saber que querían participar en la elección del ministro adecuado. Fue entonces que Fernández conversó con la señora de Kirchner para poder compensar una marcha atrás que devolviera con cierta elegancia a Caserio al Senado. A través de un tweet, el presidente electo informó que la señora de Kirchner quería ofrecerle al cordobés la presidencia de la estratégica Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara Alta. Fue una manera de mantener abierta la cartera de Transporte a las conversaciones con el sector sindical. Paradójicamente, Fernández esperó a conversar cara con Moyano y un distinguido grupo de dirigentes que lo acompaña para elegir acto seguido a un político proveniente de las filas del Frente Renovador, el exintendente de Junín, Mario Meoni.

Sergio Massa, a quien analistas insidiosos pintaban devaluado en la distribución de responsabilidades en el gobierno por influencia de la vicepresidente electa (a ella se adjudicó el desplazamiento del massista Diego Gorgal, mencionado unos días antes para la cartera de Seguridad) pasaba a aportar varios actores importantes del área Ejecutiva, entre ellos el número 2 de ministerio de Interior y la presidente de AySA (su propia esposa, Malena Galmarini).

Otro cambio practicado sobre la marcha se produjo en Agricultura. Allí se venía consolidando la candidatura de Gabriel Delgado, un respetado técnico que fue secretario de esa cartera durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner, pero el miércoles 4 Fernández se decidió por Luis Basterra, diputado formoseño, vinculado al gobernador Insfran y especialista en agricultura familiar. Santiago Cafiero, el próximo jefe de gabinete, le ofreció a Delgado ocupar la secretaría de agricultura, debajo de Basterra; Delgado estudiaba ayer esa ´posibilidad.

Puede parecer curiosa la elección de un especialista en agricultura familiar en un país cuyo principal recurso de exportación (y fuente de divisas) se encuentra en la producción agraria y ganadera, ubicada principalmente en provincias como Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba. Aparentemente el presidente electo quiso ilustrar con esa decisión su voluntad de estimular a los sectores más vulnerables de la cadena rural, las economías regionales. Una manera de completar un círculo de prioridades que pasa por el Plan contra el Hambre que Fernández lanzó personalmente un mes atrás (y está bajo la órbita del próximo ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo).

Como se ve, Alberto Fernández tiene planes y muchas certezas sobre la grilla de sus colaboradores, y ha ido cincelando un gabinete plural en la representación (tomando en cuenta distintos orígenes, criterios de género y también generacionales), procurando amalgamar los denominadores comunes y los que permitieron soldar la unidad política que permitió la victoria electoral.

La deuda con los gobernadores

Entre los sectores que no parecen tener adecuada compensación todavía están los gobernadores de las zonas económicamente más relevantes del país:

Hace más de cuatro décadas, en un ensayo de interpretación del peronismo que hizo escuela, Manuel Mora y Araujo distinguió en ese movimiento lo que llamaba “potencíal laborista” (que ubicaba sobre todo en las grandes urbes industrializadas), de! “potencial populista”, propio de las zonas más periféricas, rurales y de menor desarrollo industrial. Con las compensaciones políticas ofrecidas hasta aquí a Insfran y Zamora el próximo gobierno ha tomado en cuenta a provincias del, digamos, “potencial populista”, pero todavía no se observa con transparencia el cumplimiento del compromiso de Fernández (“un gobierno del Presidente y 24 gobernadores”), con el conjunto de las provincias y, particularmente, con las que tienen mayor potencialidad exportadora, empezando por la decisiva Región Centro.

Hay allí una asignatura pendiente que no necesariamente se completará en la composición del gabinete de Fernández (aunque también allí se notaría alguna señal) pero deberá tener expresión manifiesta en las políticas que ofrezca el nuevo gobierno y en los instrumentos de participación (¿un Consejo Federal conectado al planeado Consejo Económico-Social que quizás finalmente acepte coordinar Roberto Lavagna?).

Por motivos muy razonables el presidente electo ha demorado algunas decisiones y definiciones hasta el momento en que su poder esté más próximo a formalizarse (y, por ese mismo motivo, a acrecentarse). Los nombres que a esta altura restan por confirmar tienen que ver con áreas muy sensibles: en el área económica y en la de inteligencia.

El paso de la señora de Kirchner por el escenario judicial de Comodoro Py y su extensa e intensa intervención en ese marco se combinaron con las interpretaciones sobre los sube y baja en la composición del gabinete para dibujar sesgadamente un cuadro de “retorno pleno del cristinismo” al poder y de subordinación del presidente electo a su vicepresidente. Son argumentos parecidos a los que se esgrimieron la noche de la victoria electoral, cuando Fernández (y Sergio Massa) fueron descriptos como virtuales rehenes de un acto controlado por el crisitinismo puro y duro, un paisaje que quedó compensado al día siguiente por el acto realizado en Tucumán con el presidente electo rodeado por gobernadores y sindicalistas. Para algunos comentaristas el único argumento que podría probar que el Presidente electo no es un títere de la señora de Kirchner sería que tome distancia y confronte públicamente con ella y con sus simpatizantes más fervorosos. Es decir, que rompa candorosamente la coalición que los llevó a la victoria (y que se amplía, inclusive, en el Congreso?.

Reclamar eso es absurdo o ingenuo. Debería admitirse que, aunque se trate de una tarea compleja o peliaguda, el presidente electo tiene la posibilidad de -simultáneamente- desplegar su autoridad y contener la unidad de su estructura.

Hay muchas expectativas y muchos sectores que necesitan respuestas. Fernández es conciente de que en esa amplitud sus adversarios tantean puntos vulnerables: “Quieren dividirnos y hacernos pelear porque saben que nuestro éxito es nuestra unión- declaró esta semana-. Pero nosotros tenemos en claro eso y aunque nos duelan las cosas que dicen, sabemos que es parte del juego”. Se supone que el “nosotros” incluye a la señora de Kirchner, que todos los actores involucrados estarán dispuestos a controlar eventuales impulsos de su naturaleza y que ninguno está dispuesto a encarnar al escorpión de la fábula.
En cualquier caso, ya falta muy poco para que las definiciones estén a la vista. Hoy se completa la difusión del gabinete. El martes jura Fernández y ocupa su despacho en la Rosada. Los primeros decretos ya están confeccionados y listos para su firma. La función está por comenzar.

Por Jorge Raventos