Baires Para Todos

El almacén de Alberto

Roles, rutinas, métodos, obsesiones y riesgos de la nueva era. Quién es quién en un gobierno atendido 24 horas por un presidente omnipresente que recrea el mito de la libreta de Kirchner.

En la Casa Rosada, el esquema queda claro. Todo depende de Alberto Fernández. O de su supervisión. En su primer mes de gestión, el Presidente puso en práctica un estilo centralista al que se adaptaron sus ministros y funcionarios. Concentra todas las decisiones, está encima de casi todos los temas y no descansa. Es más: si algo avanza sin su consentimiento, es probable que deba frenar y volver hacia atrás. Eso, que puede frustrar rápido la iniciativa de sus colaboradores, es justificado en Balcarce 50: dicen que el sucesor de Mauricio Macri no quiere piezas incoherentes dentro de su diseño de gobierno.

Herencia de aquel Néstor Kirchner que se jactaba de su lógica de almacenero, Fernández pide modos austeros, tiene gestos nestoristas y, sobre todo, exige no desordenar el gasto en medio de la crisis. “Dice que, si no, no salimos”, asegura uno de sus ministros.

El hambre y el reperfilamiento son sus dos grandes obsesiones; después viene la inflación. Mientras intenta conjurar la urgencia, se juega la sobrevida en la pulseada con los bonistas y se encomienda al sendero de austeridad para afrontar las restricciones que diseñó Martín Guzmán. Fernández encontró en su ministro de Economía la solución de última hora para el tema más importante que debe afrontar en el arranque: la deuda monumental que Macri incubó en tiempo récord, con una avalancha de vencimientos de cortísimo plazo. El paquete de emergencia que acaba de recibir los elogios del Fondo es la carta de presentación para agradar a los mercados y demostrar fe de disciplina fiscal sin desatender a los más vulnerables, un diccionario que hasta los burócratas de Washington aprendieron a conjugar.

NUEVO EQUILIBRIO. Fernández encumbró a Santiago Cafiero como su principal brazo ejecutivo. En el día a día, el jefe de Gabinete es el encargado de hablar con los ministros y transmitir las directivas de la Casa Rosada. Las reuniones de gabinete fueron desechadas por no tener más utilidad que la de aportar frases y filtraciones a la prensa.

¿No concentra mucho el Presidente? “No mucho, todo”, dice un ministro.

¿No concentra mucho el Presidente? “No mucho, todo”, dice uno de sus colaboradores cotidianos. Fernández no tiene en el gabinete lo que Kirchner tenía con él, un contrapeso a la hora de tomar las decisiones. Esa mesa imaginaria, que cimentó la lógica del primer kirchnerismo, ahora mutó hacia otra cosa. Lo reconocen en el Ejecutivo. El equilibrio surge de la relación del Presidente con Cristina Fernández de Kirchner, su partera electoral y accionista distinguida de la sociedad de gobierno. En ese dialogo secreto, cara a cara o vía Telegram, se juegan las líneas directrices del cristinismo de la conciliación que puso a Fernández en lo más alto. La administración de la crisis pasa por los hombres y las mujeres que trabajan con el profesor de Derecho Penal de la UBA.

Bilateral. La relación del Presidente y la vice es mano a mano, personalmente o por Telegram.

ADENTRO Y AFUERA. En el primer piso de la Casa Rosada, los empleados de planta todavía no terminan de acomodarse. Reseteados por la lógica de Marcos Peña, no son pocos los que preguntan por las políticas para cada área y sufren el jet lag del viaje de cuatro años en el que Gustavo Lopetegui Mario Quintana decidían todo abajo de Peña, por encima de los ministerios. Ahora, las políticas las diseñan los ministros en diálogo con Fernández. Cuando le hace falta, Alberto habla con ellos por temas específicos o políticas importantes. De lo contrario, Cafiero asume el rol de coordinador de políticas y mensajes. Con el Presupuesto 2019 prorrogado, el papel de la vicejefa Cecilia Todesca resulta clave para autorizar gastos y reasignar partidas. La hija del ex titular del INDEC también opina sobre temas de fondo de la economía en una mesa intermitente a la que se sientan Guzmán, Matías KulfasMiguel Pesce Mercedes Marcó del Pont.

Las reuniones de gabinete fueron desechadas por no tener más utilidad que la de aportar frases y filtraciones a la prensa.

Con un protagonismo importante hacia afuera, Kulfas, el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, y el ministro de Desarrollo, Daniel Arroyo, son tres ministros claves con la consigna de poner en marcha la economía, dibujar los contornos del Pacto Social y trabajar en la reducción de la pobreza. Si la reestructuración de la deuda sale bien, el ministro de Desarrollo Productivo tendrá mayores márgenes de acción para delinear un programa que reconcilie a la Argentina con el crecimiento después de una década de estancamiento y caída libre.

La relación con los gobernadores tiene dos caras. La politica está a cargo del ministro del Interior, Eduardo De Pedro, que ataja a los mandatarios provinciales y los deriva después a la financiera, que depende de Guzmán. Uno escucha reclamos y diseña puentes, el otro pone límites al envío de fondos. La semana pasada, por ejemplo, le pasó al inviable Mariano Arcioni, de Chubut, que vino a pedir auxilio: pretendía 1.500 millones de pesos y se llevó mil millones, pero en concepto de adelanto de coparticipación y con la exigencia de que ponga en marcha su propio plan de austeridad.

En todas. Fernández, con su equipo de relaciones internacionales: el delicado equilibrio de la tercera posición modelo XXI.

La política exterior es la pata que complementa el ajuste a la manera del peronismo. Fernández está atento a cada paso del canciller Felipe Solá y juntos trabajan en busca de exhumar los restos de una tercera posición que hoy asoma más preocupada por caerle bien a Donald Trump que por elevarse equidistante.

El Presidente estuvo encima de cada una de las palabras que se usó en los dos comunicados de la semana última, el que alertó sobre el Estado de Derecho en Venezuela y el que ignoró el acto de guerra y la ejecución extrajudicial que ordenó el presidente norteamericano con el asesinato del general iraní Soleimani.

Aún en equilibrio que resulta favorable a Estados Unidos y recibe palmadas en la espalda de los funcionarios de Trump, todo es parte del mismo diagrama. El fernandismo busca evitar, por todos los medios, que el gobierno norteamericano y el Fondo jueguen en contra de Argentina en la negociación con los fondos de inversión. Son meses de un doble condicionamiento que en el oficialismo esperan superar cuando la reestructuración de la deuda haya terminado.

ALINEADOS. Fernández llega a Casa Rosada, todos los días, partir de las 9 de la mañana. Su agenda es un misterio que sólo conocen Cafiero y el secretario de Prensa y Comunicación, Juan Pablo Biondi. Suele quedarse hasta tarde en su despacho y definir temas a último momento del día. Le gusta aparecerse de imprevisto en oficinas o lugares de la Casa de Gobierno para visitar funcionarios o recorrer obras. Entre los empleados de Balcarce 50, circula la mitología de que, de repente, sale con su propio auto a conocer de primera mano situaciones que le interesa ver. Todo remeda aquellos modos nestoristas que a Fernández le calzan con naturalidad y Cristina jamás pudo ni quiso imitar.

Entre los empleados de Balcarce 50, circula la mitología de que, de repente, Fernández sale con su propio auto a conocer de primera mano situaciones que le interesa ver. Nestorismo puro.

La secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra, atiende en la planta baja y es la funcionaria de las jornadas más largas. La encargada de cuidarle la firma a Fernández suele irse última, muchas veces cerca de las 11 de la noche: lleva el ritmo de la gestión. Por fuera de coyuntura, a cargo de operaciones especiales, está el jefe de asesores Juan Manuel Olmos, con despacho en el primer piso de la Rosada. Algo similar ocurre con Fernando “Chino” Navarro, el secretario de Relaciones Políticas y Parlamentarias que se entrena a la espera de que diputados y senadores regresen del receso estival, aunque su fortaleza está en la relación con los movimientos sociales, con la provincia de Buenos Aires y con un vínculo de los más delicados, el de Fernández con el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti.

El equipo de Fernández se jacta de responder a su jefe. Sus integrantes afirman que van todos para el mismo lado, dicen que no hay vedettes en el gabinete y sostienen que hay plena conciencia de la crisis. El objetivo es pararse en el extremo opuesto al del macrismo. Recuerdan aquellos inicios en los que Peña, Quintana y Lopetegui administraban con el manual de los CEOs, Alfonso Prat Gay difundía ideas contradictorias con las de Federico SturzeneggerJuan José Aranguren ejecutaba desde el Estado la biblia del sector privado y Carlos Melconian detonaba las ilusiones del gradualismo sin contraindicaciones. En relación a esa vara alta, se sienten más que aprobados.

Por Diego Genoud – LetraP