Baires Para Todos

Dólares con dólares, pesos con pesos

Uno de los errores más graves en que incurre la ortodoxia económica, casi siempre sin darse cuenta, es el de no distinguir correctamente dólares y pesos cuando hace análisis de coyuntura, recomendaciones de política o incluso estudios estructurales.

Uno de los errores más graves en que incurre la ortodoxia económica, casi siempre sin darse cuenta, es el de no distinguir correctamente dólares y pesos cuando hace análisis de coyuntura, recomendaciones de política o incluso estudios estructurales. En su versión más simple, la ortodoxia asume como principal restricción económica a los recursos físicos. Aunque hablen de restricciones de presupuesto, en realidad en sus teorías los límites siempre son reales.

Para explicar el punto vamos a tomar como ejemplo el modelo de mercado de León Walras, un economista y matemático suizo del siglo XIX que instituyó el concepto de equilibrio general. Sus aportes son centrales en la fundamentación de la economía neoclásica y han sido especialmente reivindicados por Milton Friedman y los monetaristas desde mediados del siglo XX.

En su versión más simple, una economía de mercado según el modelo de Walras puede asemejarse a una feria en la que todos los productores de bienes arman sus puestos al inicio del día y ofrecen sus mercancías. No hay clientes puros, sino que todos los participantes tienen un puesto de venta. Durante el día, recorren los puestos de los demás viendo los productos disponibles y arman una lista de lo que desean adquirir. El organizador del mercado, llamado rematador, junta las listas de todos los participantes y revisa que las cantidades demandadas de cada bien sean iguales a las cantidades de ese bien que cada vendedor puso a disposición. Si hay algún bien cuya demanda es mayor a la oferta, el rematador sugerirá un aumento de su precio. Si hay algún bien cuya demanda es inferior a la oferta, se sugerirá su reducción. Así, después de varias rondas se llegará a que todos los bienes encuentren un equilibrio entre la demanda de los compradores y las cantidades ofrecidas, determinadas por la escasez. En ese momento, al final del día, se hacen las transacciones y se cierra el mercado hasta el día siguiente, no permitiéndose que quede mercadería sin vender.

En este modelo no hay dinero, o en todo caso hay una mercancía que toma ese rol y a la que se le asigna un precio igual a 1. Así, el dinero es principalmente unidad de cuenta. Su rol como medio de pago queda relativizado por tratarse de una mercancía cualquiera que asume esa función. Si al día siguiente el proveedor de la mercancía que se usa como dinero llega al mercado con el doble de billetes que el día anterior y no cambian las preferencias de consumo ni las cantidades ofrecidas de los demás bienes, es razonable que esa mercancía pierda valor en relación a las demás, lo que se traduce en inflación. Medidos en pesos, los valores de todos los demás bienes se habrán duplicado. Si en lugar de ser pesos fueran dólares, oro o caracoles sería exactamente igual. Si todos los bienes son fungibles, pueden cambiarse unos por otros, y todas las mercancías son esencialmente equivalentes -incluyendo el dinero- no habría diferencias entre pesos y dólares. Esta es la raíz del razonamiento de la ortodoxia.

Aplicado a la vida real, por fuera del ejemplo de la feria, este razonamiento tiene muchos problemas, pero en este caso vale mencionar dos: el primero, que el supuesto de que los mercados se vacían no necesariamente se cumple; el segundo, que el dinero no es una mercancía como cualquier otra. En cuanto al primero, este esquema básico asume que los bienes no se producen, sino que su oferta está dada por la escasez al inicio; en realidad -y Walras mismo lo plantea en un segundo modelo- los bienes son producidos con factores de producción y tecnología, los cuales también se intercambian entre oferentes y demandantes en un mercado. Asumir que se vacían los mercados de factores -es decir, que se usan todo el trabajo, el capital y los recursos naturales disponibles para producir bienes de consumo- implica asumir no solo que sus precios son flexibles, al igual que los de los bienes, sino también que para producir cualquier bien pueden utilizarse combinaciones diferentes de los distintos factores (la teoría neoclásica entiende esto como el “principio de sustitución factorial”), el cual es completamente falaz. En un ejemplo burdo, si quiero producir un litro de nafta y hay menos petróleo disponible no puedo reducir la cantidad de petróleo y reemplazarla por más horas de trabajo humano, no importa cuán bajo sea el salario. Entonces, el vaciamiento de los mercados de factores -y también de los mercados de bienes-, es decir, la imposibilidad de una insuficiencia de demanda ante una oferta abundante, no necesariamente se cumple. (Prometo en una columna próxima dedicarle más espacio a este asunto).

Respecto al segundo problema, en los últimos doscientos años el mundo ha dejado de usar mercancías físicas como dinero  y prácticamente no hay lugar en el planeta en el que el dinero sea una representación directa de una mercancía física. Hoy en día el dinero es creación de los Estados y de los bancos sin un respaldo real detrás. En ese sentido, la analogía con una mercancía cualquiera pierde sentido. El dinero no es solamente unidad de cuenta, también es medio de pago y reserva de valor. El dinero actual es emitido por alguien para quien este no es escaso y nunca lo será.

Si incorporamos estas dos reflexiones, las conclusiones del esquema de mercado que presentamos hace unas líneas se caen. Si la insuficiencia de demanda es posible más allá de una flexibilidad total de precios, si los mercados no se vacían, la incorporación de más dinero no necesariamente va a generar un aumento de los precios. Lo más probable es que primero genere un aumento de la demanda de los bienes, y con ello un aumento de la producción. En el caso de que algún bien escasee o de que la producción de algún bien no pueda crecer por la escasez de algún factor sí puede haber inflación, pero solo en ese caso. Asimismo, si el dinero no solo es medio de pago sino también reserva de valor un aumento en la cantidad de dinero puede llevar a que parte de él salga de la circulación y se reserve para el futuro, por precaución o especulación. Es decir, los postulados del monetarismo se caen rápidamente cuando salimos de un esquema simple y pasamos a uno un poco más complejo y realista.

Para un país como Argentina, que no puede pagar sus importaciones ni su deuda externa en moneda doméstica, los pesos no son escasos sino abundantes. Los dólares, en cambio, sí son escasos y sí son asemejables a una mercancía más en el esquema walrasiano, la cual, en este caso, puede servir tanto como medio de cambio como como reserva de valor, y en su primera función abre las puertas a un mercado más amplio, el mercado mundial, en el que los pesos no son aceptados. Independientemente del emisor, en el mercado argentino no van a faltar pesos. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los dólares, que suelen escasear. Si además entendemos que el dólar es una mercancía que opera como reserva de valor, y por ende tiene la posibilidad de salir de circulación y volcarse al atesoramiento, su escasez se vuelve más factible. Entonces, más allá de que el dinero sea fungible, más allá de que con pesos se puedan comprar dólares y de que con dólares se puedan comprar pesos, firmar un contrato en dólares no es lo mismo que firmarlo en pesos, y mucho menos para el Estado, que es quien tiene la potestad de emitir pesos.

En el caso de las deudas, para el Estado endeudarse en pesos y endeudarse en dólares no tiene las mismas consecuencias. Si se endeuda en pesos, siempre tiene la opción de emitir más pesos para pagar sus deudas -en todo caso, ateniéndose a las consecuencias de aumentar la emisión, que son varias y no necesariamente directas-. Si se endeuda en dólares, un bien escaso que el Estado argentino no produce, tendrá que esforzarse por conseguir los dólares necesarios para pagar sus deudas. Si nos lo consigue, tendrá que declarar el default.

Comparando con un hogar -por ejemplo, el mío-, yo soy docente de economía. Para mi vida personal, los pesos y los dólares son ambos escasos, yo no los fabrico. Supongamos que quiero comprar un auto y que necesito endeudarme para hacerlo. Puedo tomar deudas en pesos y en dólares, y en mi caso la preferencia por uno u otro refiere únicamente al tipo de cambio que espero en el futuro. Si las tasas de interés son iguales, y supongo que el dólar se va a encarecer en relación al peso, preferiré endeudarme en pesos; si supongo que el dólar se va a abaratar, preferiré endeudarme en dólares. Si las tasas no son las mismas, haré la cuenta correspondiente para ver qué préstamo me conviene más. Y en los dos casos sabré que si no junto el dinero a fin de mes dando clases de economía no podré pagar la cuota y se ejecutará la garantía. Sin embargo, si el vendedor de autos me ofrece pagarle el auto en clases de economía, la perspectiva es otra. Independientemente de cuántas clases de economía necesite el vendedor de autos, del precio de una clase en pesos o en dólares o de la tasa de interés implícita en la operación, yo sé que siempre podré pagar la cuota, porque las clases de economía solo necesitan de mi voluntad y de mi tiempo. Más allá del precio relativo, yo no estoy seguro de conseguir gente que me pague un sueldo en pesos por dar clases de economía, con lo que no tengo la certeza de poder pagar una deuda en pesos, porque puede que me quede sin trabajo y no tenga pesos para pagar la cuota del auto, pero sí estoy seguro de que puedo disponer de tiempo para dar una clase de economía.

En el esquema walrasiano que expusimos al inicio, si yo voy al mercado a ofrecer mis clases sé que al final del día las habré vendido y que a cambio me puedo llevar otros bienes que yo no produzco, como por ejemplo un auto, o los pesos que me pide el vendedor del auto para pagar la cuota. Sin embargo, si pensamos en un esquema más realista yo no estoy seguro de poder vender mis clases, no necesariamente habrá quien quiera comprarlas, ni siquiera a un precio muy bajo, con lo que no podré estar seguro de poder pagar la cuota del auto, precisamente, a menos que fije la deuda en clases de economía y no en pesos.

Ahora bien, también es posible que yo piense que en el futuro las clases de economía se van a encarecer, o que me van a aumentar el sueldo, y que entonces me convenga endeudarme en pesos y no en clases, más allá del riesgo que ello implica, porque sé que en el futuro deberé dar menos clases que hoy para pagar una deuda en pesos. También es posible, claro está, que no consiga a nadie dispuesto a aceptar mis clases como parte de pago de un auto. Eso es obvio, pues mis clases de economía, aun siendo transferibles -el vendedor del auto podría pagar sus propios gastos con mis clases, que yo eventualmente debería darle a un tercero- no son el medio de cambio habitual. Incluso si el vendedor del auto asumiera que mis clases en el futuro se van a encarecer, y que entonces económicamente le conviene aceptar el pago de las cuotas en clases para luego revenderlas, lo más razonable es que no lo haga. ¿Por qué? Porque aunque el dinero sea fungible -en este caso, en clases- el medio de cambio habitual y legal son los pesos.

Volviendo al ejemplo de la Argentina y las deudas en pesos y en dólares, queda clarísima la diferencia entre endeudarse en pesos y endeudarse en dólares. Eventualmente lo segundo puede ser más conveniente o más barato, o incluso puede que para ciertas erogaciones sea la única opción posible, pero siempre será más riesgoso endeudarse en una moneda escasa y fuera del control del Estado que en una que el Estado puede emitir. Los dólares son necesarios y hay muchas cosas que solo se pueden pagar con dólares, como por ejemplo las importaciones. Es más, para producir bienes que se exportan se necesitan insumos importados, con lo que endeudarse en dólares para comprar materias primas del extranjero que serán utilizadas en la producción de bienes que luego serán exportados generando más dólares que los que hay que devolver es una decisión económica absolutamente razonable. Lo mismo vale para obras de infraestructura, incorporar bienes de capital o para pagar obligaciones en dólares anteriores.

Endeudarse en dólares para pagar gastos en pesos no existe. En todo caso, hay una serie de tres operaciones separadas que llevan a ello: 1. El Estado emite pesos para gastar, que llegan a manos del público, con o sin una contraprestación a cambio. 2. El Estado toma un crédito en dólares, que promete devolver en el futuro. 3. Con esos dólares, el Estado le compra al público los pesos que emitió para gastar. Al final, los pesos en circulación no se modificaron y es como si el Estado hubiera pagado los gastos con dólares. Es decir, el Estado decide gastar en una moneda escasa que no controla algo que puede gastar en una moneda que controla. No tiene ningún sentido, excepto que se busque limitar la circulación de pesos. Sin embargo, si el principal riesgo del exceso de pesos en circulación es la demanda de dólares para atesoramiento, que siempre refiere a una parte del total de nuevos pesos, endeudarse por el total para evitar un exceso de demanda parcial tampoco tiene mucho sentido, o por lo menos no lo tiene desde una perspectiva responsable.

En síntesis, una vez que levantamos el supuesto del pleno empleo de los factores también se caen la neutralidad del dinero y las premisas que suelen acompañar a la fungibilidad. Aunque se puedan cambiar pesos por dólares, dólares por pesos o clases de economía por pesos, dólares o cualquier cosa, las unidades de cuenta son esencialmente distintas para los distintos actores que intervienen. Un análisis acertado de la realidad económica necesariamente implica analizar pesos con pesos y dólares con dólares. Convertir uno a otro a un tipo de cambio puede tener sentido para ciertas cosas, pero, por ejemplo, calcular una deuda total en dólares sumando los dólares que se deben en dólares con los dólares equivalentes de los pesos que se deben en pesos no sirve de mucho. Una devaluación puede licuar la deuda total, hacer que de un día para el otro se deban menos dólares, pero al mismo instante multiplicar el peso de esa deuda sobre el PBI. Si no separamos la deuda en pesos de la deuda en dólares, esa conclusión nos parecerá insensata, y en todo caso elegiremos cuál de las dos magnitudes nos sirve más para marcar nuestro punto. Aunque la Convertibilidad sea un anhelo de muchos, aunque algunos quieran hablar en dólares para sentirse ciudadanos del mundo, aunque haya libre cambio de divisas o incluso algunas transacciones domésticas se hagan en dólares, pesos son pesos y dólares son dólares, y si no comprendemos la diferencia sustancial entre ambos no podremos salir de las encerronas argumentales a las que nos suele someter la ortodoxia.

Por Nicolás Dvoskin – EPD