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Conclusiones de las elecciones en USA: ¿Trump 2020? Por Fernando León

supermartes, de manera imprevisible para algunos y comprensible para otros, trajo calma a la Casa Blanca, y sepultó las esperanzas de un tsunami azul. Es cierto que los demócratas han ganado la Cámara Baja, pero a un streetfighter como Trump sólo se lo puede vencer por nockaut, de ser posible en el primer round. Y estas elecciones de medio término, primera prueba relevante para el gobierno republicano, son otra prueba de que en el actual momento de la política norteamericana, con una sociedad profundamente dividida en lo ideológico y enfrentada en lo discursivo, los puntos que no son a favor se cuentan automáticamente como un triunfo del adversario.

Los demócratas lo sabían: por eso tamaña promoción de un hipotético “tsunami azul”. Eran conscientes de que con una ventaja leve (222 escaños nuevos en la Cámara de Representantes, contra 199 de los respublicanos, sobre un total de 435 integrantes) sólo podrán ponerle palos en la rueda –a lo sumo paralizarlo-, y apostaban a una diferencia histórica que finalmente no se dio. Lo mismo puede decirse de las gobernaciones, donde si bien hubo 16 triunfos azules sobre las 36 que se pusieron en juego, los republicanos siguen por encima en el total, con 26 de las 50. La sorpresa, sin embargo, fue la performance oficialista en el Senado. En esta reñida elección hubo lucha cuerpo a cuerpo en estados como Ohio y Florida –donde las derrotas para los azules fueron, por esa razón, mucho más dolorosas-. Hechas las sumas y las restas, los demócratas finalmente retrocedieron tres casilleros, volcando la suerte para los republicanos de manera sorpresiva: aquí la relación es de 54 a 46. Trump se puede apoyar merecidamente en este triunfo, declararse victorioso y soñar con un triunfo sin obstáculos a la vista para las presidenciales de 2020.

Pero los números no dicen nada: el problema más grande para los demócratas está en la realidad. Porque esta vez no sólo es la economía, que los demócratas no han sido nada estúpidos en ignorar durante la campaña, sino especialmente la política, donde ni siquiera una derrota de Trump, ya sea a mediano o largo plazo, les daría a los liberales la certeza de que el Trumpismo ha sido vencido. Las razones son múltiples, pero intentaremos dejar planteado el problema para futuros análisis un poco más pormenorizados. Veamos entonces los frentes de batalla: ellos nos ayudarán a entender por qué las filas del GOP (Grand Old Party) empiezan, por fin, a considerar la irrupción de su excéntrico líder como una verdadera bendición.

1. LA ECONOMÍA LOCAL

Si la reducción de impuestos masiva ha sido el único progreso legislativo para los republicanos, con eso basta: la economía tiene todos los indicadores en verde. Hablamos del producto bruto, de la tasa de desempleo, de las exportaciones, del mercado interno, etc. La única verdad es la realidad y la realidad –lo deberán admitir los liberales en primer lugar- es, hoy más que nunca, la economía mundial. Y el más crítico de los expertos reconoce que los números no pueden ser mejores. Por eso el optimismo en el Dow Jones, por eso las buenas señales en los mercados, por eso las ganancias sin límite para las grandes corporaciones. Podrán no gustar las palabras, el peinado, la incorrección política o los tweets de Trump, pero no hay ningún motivo de peso para considerarlo un enemigo para la economía local. Y ¿qué mayor estímulo para las finanzas internacionales que unos Estados Unidos prósperos?

2. LA REALIDAD POLÍTICA MUNDIAL

El empate con sabor a triunfo en estas elecciones, tras dos años de mala prensa, vaticinios apocalípticos sobre guerras comerciales, neofacismos y un regreso al proteccionismo nacionalista, reafirma la figura de Trump como la única alternativa posible al orden neoliberal que fue reconocido como la principal causa de la crisis económica mundial, la llamada “Gran Recesión” que comienza en 2008. Fenómenos como el de Bolsonaro en Brasil, Matteo Salvini en Italia y la presencia de “tough guys” en las grandes economías (China y Rusia), así como el declive de Merkel en Alemania y el ascenso de los nacionalismos de derecha en todo el viejo continente, no requieren en absoluto una explicación catastrofista, ni es aconsejable alojar temores desmedidos sobre amenazas a las libertades individuales. El sentido común nos indica que los estados-nación no han dejado de ser las herramientas fundamentales de la era tecnológica. Mal que les pese a los libertarios, a los amantes del estado mínimo y a quienes postulan la existencia de grandes bloques multinacionales, son los estados nacionales quienes sostienen la puja entre las grandes economías, quienes absorben las dificultades creadas por el sistema financiero y quienes dinamizan, como es visible en Rusia, en China o en Israel. El sueño del estado mínimo, por lo menos durante la era Trump, deberá ser descartado de plano.

El empate con sabor a triunfo en estas elecciones, tras dos años de mala prensa, vaticinios apocalípticos sobre guerras comerciales, neofacismos y un regreso al proteccionismo nacionalista, reafirma la figura de Trump como la única alternativa posible al orden neoliberal que fue reconocido como la principal causa de la crisis económica mundial, la llamada “Gran Recesión” que comienza en 2008.

3. LA “BATALLA CULTURAL” DENTRO DE ESTADOS UNIDOS

Hemos dicho que las razones por las que Trump se ha transformado en una alternativa al viejo orden son varias, y que nuestro análisis sólo puede ser limitado a la simple mención de algunas. La tercera razón, sin lugar a dudas, es la profunda división entre los norteamericanos, y las últimas midterm elections son un mapa detallado de la misma. Hemos dicho que los demócratas fueron buenos estrategas al evitar que la discusión preelectoral se basara –como ha ocurrido otras veces- en la economía. Ocurre que Trump despliega su mejor poder discursivo precisamente allí donde los demócratas pretenden acorralarlo. Porque pese a que las mujeres, de las minorías y la juventud se han volcado abiertamente del lado de los azules, nos encontramos con un grueso importantísimo de la población, esa clase trabajadora estadounidense que otrora fue la base de sustentación de los votos demócratas (el “sentido común”) para la cual Trump es hoy la única alternativa posible. Es aquí donde los demócratas están más perdidos: su discurso políticamente correcto no hace más que herir la sensibilidad al grueso de sus viejos votantes, quienes se sienten rehenes de las discusiones puntuales sobre derechos individuales o el trato que merecen –o no- los inmigrantes, y prefieren la claridad de alguien que dice las cosas como son, que aboga con total claridad por sus derechos y se anima a decirlo sin pelos en la lengua. Es aquí donde los liberales están perdidos, donde no encuentran un líder y donde todo intento de profundizar “la grieta” no hace otra cosa que correrlos más hacia las posiciones y los argumentos afines al socialismo, un discurso absolutamente ajeno al corazón del ciudadano estadounidense medio. La discusión multicultural es, pues, un callejón sin salida si es que los liberales buscan un candidato para el 2020: es muy difícil que en los próximos dos años vaya a cambiar ese sentido común que, si lo ponen contra la cuerda, preferirá la incorrección política y mostrará los dientes a lo Bolsonaro, pero que, con más buena fe de la que dan cuenta los medios de comunicación, ha decidido castigar a los responsables de la crisis de representatividad y darles un voto de confianza a estos outsider que encarnan hoy ese giro al sentido común. Ala cabeza de ellos, sin ninguna duda y pese a todos sus defectos, está un señor llamado Donald John Trump.

Porque pese a que las mujeres, de las minorías y la juventud se han volcado abiertamente del lado de los azules, nos encontramos con un grueso importantísimo de la población, esa clase trabajadora estadounidense que otrora fue la base de sustentación de los votos demócratas (el “sentido común”) para la cual Trump es hoy la única alternativa posible.

Ladies and gentlemen, la carrera hacia el 2020 ya tiene su favorito.

*Fernando León es Abogado por la Universidad de Buenos Aires. Especialista en Asuntos Públicos y Analista de Política Internacional.