Baires Para Todos

Cambiemos pasó a la clandestinidad

Anuncios imposibles y “piantavotismo”.

Esta semana nos trajo una propuesta sorprendente viniendo de quien viene. En el agónico formato de “anuncios de campaña”, Mauricio Macri dijo que, de ser reelecto, pensaba reducir a cero las contribuciones patronales por cada nuevo asalariado que empleen las pymes. ¿Nos está tomando por giles? ¿Cree Macri que esa promesa logrará que las pymes olviden los obstáculos interpuestos al crédito por los insensatos intereses que les exigen los bancos? ¿Nos propone una amnesia o una amnistía sobre las políticas que favorecieron a los capitales financieros en perjuicio de los capitales productivos?

Se sabe que en campaña se anuncia cualquier cosa, pero esto es demasiado. Después de acogotar a las pymes con las tasas de interés, la “propuesta de campaña” consiste en prometer hoy lo que el gobierno de Macri no hizo durante tres años y nueve meses: ofrecer un trato preferente a cambio de la creación de puestos de trabajo. Tarde. Muy tarde para que suene verosímil.

Autopista. Sucede que a Macri le está yendo mal en las elecciones distritales. El caso de Mendoza lo prueba y vale la pena detenerse en lo que allí sucedió el domingo pasado, cuando se disputaba la gobernación.

Un gran diario tituló que, en Mendoza, había ganado Cambiemos. Otro gran diario tituló que había ganado el candidato radical. Las dos versiones, de Clarín la primera y de La Nación la segunda, prueban una vez más que de las noticias se leen los títulos y, muy probablemente, solo los títulos. En consecuencia, los aportes de las notas más largas y reflexivas desaparecen en la autopista rápida de los celulares. Cualquiera que observe durante diez minutos el uso del feed del celular en un transporte público comprueba que la velocidad con que se deslizan los dedos por la pantalla implica que solo se alcanza a leer un título y, quizá, el comienzo de un copete. No más de doce o quince palabras hacen una noticia.

Si Cambiemos ganó en Mendoza lo hizo clandestinamente, porque le sugirieron a Macri que no visitara la provincia. Alfredo Cornejo, el gobernador saliente, dio el tono de la previa, en sintonía con sus conocidas críticas al ninguneo del que fue objeto la UCR en la coalición amarilla. En el festejo de la noche electoral, la televisión no mostró ni rastros del cotillón que supo inundar pantallas en mejores momentos, cuando legisladores, asesores, ministros y consejeros saltaban sobre los escenarios pateando globos en el entusiasmo del baile. A juzgar por lo que se vio, el gobernador saliente Cornejo y el electo Rodolfo Suárez no se habían contagiado de los gestos adolescentes del macrismo. Ninguno de los dos mencionó al gobierno nacional ni a Cambiemos, alianza de la que todavía la UCR forma parte, aunque manteniéndola ahora convenientemente escondida.

Piantavotos. En las elecciones de Mendoza, Anabel Fernández Sagasti, la candidata del Frente de Todos, perdió por quince puntos de diferencia, cinco puntos menos que los obtenidos allí por Alberto Fernández en las PASO presidenciales. Su capital es ser ultracristinista, pero le toca una plaza donde el cristinismo es débil, y la abierta adhesión de Fernández Sagasti a la ex presidenta vale menos. Sinceramente, no se pueden hacer milagros.

Nadie quiere una foto con Macri, en su camino a la decadencia. Ya es piantavotos

Mendoza no es la provincia de Buenos Aires. Cornejo, el gobernador saliente, es un radical de tendencias independientes y crítico de la conducción nacional, que defendió la autonomía del distrito para que el hoy ganador no perdiera posiciones. Fue decisivo para que la provincia se mantuviera lo más alejada posible de Macri y de sus embajadores. Y hubo quien, en la noche del festejo, habría solicitado que dejaran a los radicales celebrar tranquilos, sin los primos amarillos con los que, hoy por hoy, pocos quieren tener relaciones que comprometan su futuro. Si la cosa continúa de este modo, no los van a invitar ni a los cumpleaños.

Alberto Fernández también cometió errores que los forjadores de la victoria radical no dejaron de mencionar. Durante la campaña, visitó Mendoza con un destemplado noneto de gobernadores justicialistas para apoyar a Fernández Sagasti. Se equivocó de provincia. Nadie sensatamente hace campaña de este modo en Mendoza, donde hubo, desde 1983, la misma cantidad de gobernadores radicales que peronistas, si se cuenta al recién electo. ¿No tomaron en cuenta ese dato elemental?

A Macri no había que mostrarlo por razones que no exigían gran sabiduría política: en 2019, la pobreza en Mendoza alcanzó el 37,6 por ciento, con un aumento de siete puntos respecto del año anterior. La gente, con razón, tiende a responsabilizar al gobierno central. Pero, como es Mendoza, no desplazó automáticamente su voto a la candidata cristinista, sino que pesaron consideraciones locales.

Nadie quiere una foto con Macri, en su camino hacia la decadencia. El PRO confundió sus pretéritas victorias electorales con popularidad y carisma. A la popularidad la desvaneció la pobreza. Y el carisma debe ser reconocido por muchos, porque no existe carisma secreto ni en miniatura. El éxito, que ahora se muestra esquivo, es necesario para conservar el aura del carisma. Y, si el éxito tarda en llegar, que sea aceptable la promesa de alcanzarlo en el futuro o se mantenga el recuerdo de haberlo obtenido antes.

Macri es piantavotos. Un cambio de signo en menos de cuatro años. Como el personaje de Divito en la revista Rico Tipo de mediados del siglo XX, Macri es el señor Fúlmine.

Alianzas sacrificadas. En la convención de Gualeguaychú, timoneada por el también mendocino Ernesto Sanz, la UCR decidió su integración a un frente macrista, en el cual fue tratada sin generosidad ni prudencia después de tamaño sacrificio. Nada valió entregar la todavía considerable fuerza territorial del viejo partido. Ahora, los radicales que quieren ganar las elecciones en sus distritos no mencionan lo que resultó de aquella inmolación. A Cambiemos y a Macri es preferible tenerlos guardados.

Fue un sacrificio ejecutado por hombres que han vuelto a ser realistas y conservan la memoria del pasado en la corte de Macri. El sectarismo de Marcos Peña impuso las reglas y el PRO fue mezquino en los agradecimientos y más mezquino todavía en el reparto de cargos. No consultó a la dirigencia radical cuando debía tomarse alguna decisión; no hizo balance ni discutió alternativas con esos “aliados”.

Mario Negri, con una firmeza que no le permitió dudar de sus decisiones tácticas, pero nos permite dudar de su capacidad para pensar las consecuencias, aprobó el ofensivo trato que recibió la UCR, que, todavía en 2014, conservaba su poder territorial. Negri apoyó sin condiciones a un jefe que poco tenía que ver con los ideales de ese partido en su larga historia. En el transcurso de esa historia, el radicalismo había sido renuente a las alianzas contra natura, excepto cuando se sumó a la tropa civil que apoyó el golpe de 1955 contra Perón. Y así le fue.

Cuando la UCR hizo su alianza con Macri, no le importaron las diferencias de principios.

Para hundirse en Cambiemos desconfió de sus ideas, como si finalmente creyera el discurso qualunquista de que a “la gente” se la convencía con invocaciones a los sueños y la felicidad. Esas palabras no están prohibidas, pero tienen que ser portadoras de contenidos ideológicos y culturales más densos que los aconsejados por la publicidad de mercado.

Coaliciones. Es posible armar coaliciones con partidos cuyos programas sean diferentes. Pero en todos los países donde gobiernan coaliciones, previamente se discuten esos programas, se explican y se subrayan los puntos esenciales, se eligen prioridades; después se firma y se negocian las listas. No al revés. En general, lo acordado se respeta, costumbre que los argentinos consideramos poco afín a nuestra idiosincrasia. Duhalde está convencido de las virtudes de un gobierno de coalición. Sin duda, algo sabe de entendimientos, porque fueron él y Alfonsín quienes trabajaron juntos para salir de la crisis de 2001. No fue el caso desdichado de Cambiemos, que no supo construir ni puentes ni cimientos, pese a todas las inauguraciones a las que asistió Mauricio Macri.

Por Beatriz Sarlo – Perfil