Baires Para Todos

Atrapados entre el odio de Cristina y el desprecio de Macri

Hace cinco años, mediados de 2015, la editorial Planeta estaba buscando algo así como “la novela de la grieta” y de casualidad -aunque no tanto- yo justo andaba garabateando la hoja de ruta de lo que, casi un año después, sería “Locos de amor, odio y fracaso” que, desde su salida a la venta, me dejó dando vueltas en la cabeza su segunda parte. Si hubiera sabido lo largo que iba a ser este encierro por el coronavirus, debería haberle dedicado tres horas diarias a ese libro y ahora lo tendría muy avanzado (al menos a la par del avance de esta… digamos neurosis con efectos colaterales desconocidos).

“Locos de amor, odio y fracaso” tiene dos personajes secundarios que, a la vez, son muy centrales para el contexto de la historia: La Jefa y El Ingeniero, en quienes muchos pretenden ver, sin demasiado esfuerzo, a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri. En una parte muy tensa del relato, se hace un remanso para decir:

“La Jefa odia. El Ingeniero, desprecia…”, comparación que marca la diferencia y, a la vez, la semejanza entre ambos personajes. Ese odio y ese desprecio de novela definen la relación de ambos con los demás. Y, si tuvieran razón quienes divisan a CFK y a Macri ahí, valdría la pena preguntarse qué somos los demás para nuestros gobernantes, empezando por los más intensos de estos tiempos, si fuese cierto que sobre todo los anima el odio o el desprecio.

Puede no ser una verdad absoluta que Cristina odia y Macri desprecia. Es más: puede ser una tremenda mentira. Sin embargo, casi medio país está convencido de que el odio de la vicepresidenta transita hoy su Capítulo Venganza, con la reforma judicial. Y la otra mitad, o casi, da por hecho que el viaje del ex presidente a Suiza con escala en París, es una constatación irrefutable de que -hablando mal y pronto y con perdón de la expresión- le chupa un huevo todo.

Hay demasiada gente convencida de una y otra cosa en los extremos de un lado y del otro de la grieta. La verdad, en la mayor de las situaciones, no puede ser más que una convención. La realidad colectivamente percibida está hecha de apreciaciones, de creencias y de pretendidas convicciones masivas que, para darles mayor certeza, vienen avaladas por el sello de reputados políticos y comunicadores y opinólogos de distintas especialidades.

La idea de que ella odia y él desprecia como verdades establecidas es el resultado de una especie de mediación simbólica entre las dos mitades de la inmensa mayoría. Los dos son malos. Piensan mal. Deciden mal. Hacen mal. Son el mal. Claro que, si dimensionar hechos es difícil, ni hablemos de comprobar intenciones. Habría que inventar el intesionómetro. Ni ellos serían capaces de hacerlo, dadas las fracturadas circunstancias. Sus credibilidades significan, al mismo tiempo, sus descréditos.

Mientras tanto, dale que va: una cosa no quita la otra. El odio de La Jefa y el desprecio del Ingeniero pueden coexistir tranquilamente en la misma dimensión, por más que desde ambos bandos decidan descartar la “verdad” que menos les conviene. O hacer la vista gorda.

Eso sí: con esa mecánica, la realidad pasa a ser un encierro sin salida. Es seguir sacando conclusiones de las sombras desde el fondo de la caverna de Platon. Encadenados a las sensaciones. Lejos, muy lejos, del maravilloso mundo de las ideas.


Por Edi Zunino