Baires Para Todos

Él es católico, ella judía y su familia los separó: 60 años después revivieron su historia de amor en un geriátrico

Flora y Vito se conocieron en un Carnaval de Barracas a los 16 años y se enamoraron perdidamente. Él no fue aceptado por la familia de ella, que era conservadora y lucharon mucho para estar juntos, pero eran demasiado jóvenes para lograr ese objetivo. Cómo el destino volvió a reunirlos para hacer justicia a ese amor

“Siempre hay una oportunidad para volver a ser feliz… nada está perdido”, dice Flora con una sonrisa eterna, y Vito se cuela, “Y yo volví a vivir con ella”, subraya, “volví a vivir”, y redobla la apuesta, “me salvó la vida”.

Hace 62 años, en los carnavales de Barracas, un grupo de amigas convenció a Flora para que se sumara al baile, “Fui porque iba la mamá de una de las chicas”, aclara recordando que en esa época “había que pedir permiso a los padres”. El tema es que esa noche, al Club Sportivo Pereyra, iría un candidato “suelto”: Vito. “Las amigas le dijeron que fuera porque estaba yo solo”, explica él, “era una barra de muchachos y una barra de chicas”. A Flora su familia la tenía “cortita”, pero su mamá conocía a una de las madres de las chicas, “entonces confió”.

Típico de esos bailes era que sonaban los temas movidos, como los de El club del clan o Twist de Luisito Aguilé, y al final, llegaba el momento más esperado: sonaban los lentos, “Entonces todos nos íbamos al centro de la pista para que las ‘viejas’ no vieran que uno chapaba a las chicas”, dice él abrazando el aire. Es noche de verano, mientras Paul Anka recitaba Put Your Head On My Shoulder, la chispa se encendió: “Nos gustó bailar lento. Eso fue el primer día. El segundo día vino otra vez, dos días seguidos vino a bailar”, se entusiasma Vito, y Flora se apura, “¡yo ni me acuerdo, eh!”. Entonces el adolescente, luego de la segunda vuelta, se animó a preguntar, “¿por qué no nos vemos mañana?”

La chica de 16 años dijo que sí, “era feocha”, dice Flora hablando de sí misma, “flaca, desgarbada”, puntea achinando los ojos como si la propuesta del joven hubiera sido un golpe de suerte, y estalla de risa, hasta que Vito la corta, “no, era linda, ¡mentira!”. Así, el 8 de marzo de 1962, se concretó la primera salida solos en el corazón de Barracas, “No le había dado ni un beso, nada, vos ubicate en esa época todo era muy puritano”, cuenta él agarrándose la cabeza. Y ahí, en el banco de la plaza Herrera, con el monumento de Juan Larrea de testigo, sucedió la magia, “le dí un beso”, dice Vito con la misma emoción del pibe que era, “para mí fue el primer beso de mi vida”, y sostiene, “ojo, eh, yo tenía 14 años, ella no”, se ríe dando a entender que los labios de Flora ya habían conocido otras bocas, y anuncia, “bueno, me quedé loco, ya desde ese momento me quedé loco con ella”.

Eso que comenzó con gran ingenuidad al poco tiempo se volvió amor puro, “al principio estábamos saliendo así nomás… después nos enamoramos totalmente”, afirma Vito remarcando cada sílaba de la última palabra, “totalmente”. Lo curioso es que los ahora novios habían vivido toda su vida a una cuadra de distancia sin saberlo, jamás se habían visto. Nada podía ser mejor que ser adolescente, estar enamorado, ser correspondido y vivir cerca de tu amor. O sí: que tus padres estén de acuerdo.

Ella, hija de judíos conservadores sefaradíes. Él, hijo de inmigrantes italianos católicos. La familia de Vito enseguida adoró a la novia de su hijo. Pero el padre de Flora sólo tenía un sueño, o mejor dicho un requisito: su hija debía casarse con un hombre judío. “Entonces éramos novios a escondidas”, aporta ella casi gritando la palabra que denota un secreto, y más calmada agrega, “porque mi mamá y mi papá no estaban de acuerdo con que salga con gente de otra religión”. No sólo tenía prohibido el corazón a un “goy”, sino que muchas actividades en las cuales pudiera “mezclarse” con gente de otra religión que no fuera la suya, le estaban vedadas. “No me dejaron ir a la facultad, ni estudiar nada, sólo cosas que tenían que aprender las mujeres en ese momento, como corte y confección, pero a mí me hubiera gustado hacer psicología; y no me dejaban porque era juntarme con los ‘goy’”.

A pesar de que vivían a la vuelta, “los Montesco y los Capuleto de Barracas” jamás habían tenido contacto. Pero si hay un lugar donde se descubren los mejores chismes y las mujeres se hermanan, es en la peluquería del barrio. Las madres de ambos se conocieron porque iban al mismo coiffeur. Una que trabajaba en Roel -la sedería más importante de la época-, consiguió entradas para un desfile de moda en el Plaza Hotel. “Así que fuimos: mi vieja, mi tía, su mamá, ella y yo”, recuerda Vito, y Flora suma, “y nos vino a buscar mi papá, todos dentro del coche, fuimos como amigos, no sabían nada que yo estaba con él”.

El tema es que Don José cada tanto los pescaba, “No sabíamos cómo mi papá nos descubría pero cada vez que lo hacía, me metía adentro, eso sí me acuerdo”, comenta ella con angustia, y repite con sus ojos orientales bien abiertos, “me metía adentro y no salía para nada sola, ni siquiera a comprar nada”, las palabras “sola” y “nada” las pronuncia con una vehemencia que duelen. “Era como una cárcel”, murmura Vito con un tono triste. “Me ponía él en el coche, me llevaba a trabajar y me traía de vuelta”, indica ella gesticulando con la mano en pinza, como las máquinas que agarran peluches en los juegos electrónicos. El castigo podía durar entre dos y tres semanas, “pero yo mientras mandándole cartitas”, finalmente se alegra Flora, “mi hermana, la más chica, que hoy es mi mejor amiga, ella me llevaba las cartas”.

Los adolescentes salían a escondidas - (Imagen Ilustrativa Infobae)Los adolescentes salían a escondidas – (Imagen Ilustrativa Infobae)

A los dos años de salir, “ella no daba más, pobre. Ahora me doy cuenta porque en esa época no me daba cuenta porque yo no sufría. Estaba en casa y le decía a mi mamá, ‘me voy a ver a Flora’, pero ella tenía que inventar una red de mentiras”. Entonces, Flora citó a su amado en la plaza y le dijo que tenían que separarse, que ella no podía más. “Yo era un chico, tenía 16 años, ¡y me puse a llorar!”, recuerda él quebrado, “pero me puse a llorar como un bebé. Estábamos sentados en el mismo banco donde nos besamos por primera vez, y ella me agarraba”, dice él como acunando a su niño interior. “Eran llantos y llantos cada vez que le tenía que decir, ‘no va más’”, devela Flora.

Entonces volvían. Y con ellos la fábula. Inclusive, el ingenio juvenil los llevó a armar planes dignos de una comedia, “Yo tenía un amigo que también era ‘cotur’”, dice Vito con cariño hablando de Elías, un vecino también judío sefaradí, “entonces le dije, ‘Mirá, andá a buscarla vos, y hacete pasar como novio de ella’, y él aceptó”. La idea fue tan buena y los padres de Flora estaban tan contentos que enseguida lo invitaron a una cena de Shabat, el día más importante para la tradición, en el cual cada viernes la familia se reúne cumpliendo algunos ritos de la religión, y comparte una cálida velada. “Mi familia no era religiosa pero era muy tradicionalista y conservadora”, cuenta ella como negando levemente con la cabeza, “y como todo padre judío quería que la ‘nena’ estuviese con alguien de la cole”, mira hacia el infinito en dirección al cielo, tal vez buscando a su padre ya fallecido, “y bueno, lo hicimos pasar por mi novio… y le preguntaron de todo”, enfatiza dando a entender la minuciosidad del interrogatorio, “estaban contentos mis viejos”. El plan surtió efecto, “esa misma noche me dejaron salir porque tenía novio…”, hace una pausa para agregar, pícara, mientras señala a su lado, “…y me encontré con él”. Así, Vito y Flora, luego de tres años a escondidas y “con el corazón en la boca”, pudieron vivir siete meses, también en secreto, pero en paz gracias a la ayuda de Elías.

La familia de Vito la quería mucho a Flora, “En Navidad, cuando ella se podía escapar, la llevaba a mi casa. Mi ‘vieja’ y mi hermanito la querían mucho”. Vito hace una pausa para preguntarle a su novia si puede “deschavar” una travesura, y cuando el permiso le es dado dispara como un niño, “En Iom Kipur -día del perdón para la religión judía donde se realiza un ayuno total- ella se venía a comer a casa”, se ríen juntos recordando el escalope que hacía la ‘tana’ Carmina, madre de Vito. “Mi familia ayunaba”, asienta ella seria y, señalándose la boca explica, “le tenía que mostrar la lengua a mi papá”.

Hasta que un día de otoño del 66, nada fue igual. Ese domingo Vito pasó a buscar a su novia y fueron a ver al cine Los Ángeles, la película Los héroes de Telemark, “nunca me pude olvidar de ella”, de repente apunta Vito en el medio del relato, mención que muestra el detalle con que recuerda todo, y sigue emocionado, “fuimos a comer a El ciervo, un boliche que estaba en Corrientes y Callao, y después la llevé a la casa”. Cuando bajaron del colectivo, como buen caballero, acompañó a su novia hasta la puerta del edificio. Aunque también era una excusa para aprovechar verla hasta último momento, “nosotros mirábamos la luz del ascensor: si se prendía quería decir que bajaba alguien, entonces yo rajaba porque podía ser alguien de la familia”. Pero esta vez la luz no se prendió: Don José, que tenía sus sospechas, bajó por la escalera. “Y ahí nos encontró”, recuerda Vito tapándose la cara, “cuando nos vimos cara a cara… ¿vos sabés lo que es verlo a dos metros? Yo pensé que me iba a fajar. No me pegó, nada, pero me dijo de todo, no malas palabras… pero que me tenía que mandar a mudar…”. Y Flora se pone seria, “Yo pensé que le había pegado”. Así Don José descubrió que “el cotur” Elías no era el novio de su hija, sino que Flora salía con Vito, “el goy”.

Fueron cuatro años de amor secreto en varias etapas, “porque tuvimos separaciones”, cuenta Vito, y aclara con amargura, “pero no por nosotros”. Pero llegó un momento que Flora estaba “asfixiada, era tanto mentir, que estaba agotada”. Hasta que se metió un tío de parte de la mamá de Flora, “Vivían en Remedios de Escalada y me fui a dormir a la casa de ellos”. El tío “piola” llamó al novio de su sobrina, “y de sorpresa me dijo: ‘Va a venir Vito, y les voy a hablar’”. Los hizo entrar en razón, “Nos dijo, ‘Váyanse a vivir y empiecen una vida juntos, pero a dónde van, a ver…’”, cuenta ella, y Vito se mete, “Ahí recapacité, yo tenía 18 años, no tenía nada para darle”, y ella se acopla, “yo también recapacité”. Entonces esta vez realmente se despidieron, “no sabés lo que fue”, dice ella y prepara su brazo para enmarcar una ola gigante, “fue un mar de lágrimas”, y agrega remarcando cada una de las palabras de la frase que viene, “no me podía despegar de él”. Vito retrata su tristeza contando que se fue caminando solito, entre lágrimas, durante 2 horas desde Lanús a Barracas, “llorando”. Y ese fue el fin…

A partir de ahí Vito se dedicó a tener muchas novias, “era como una venganza”, y Flora a cumplir el mandato familiar. Recién dos años después de separarse se cruzaron por primera vez de casualidad en la calle Montes de Oca: “Me caso”, le anunció Flora a su ex. “Cuando me dijo ‘me caso’ fue una puñalada, yo ya tenía novia pero siguió siendo una puñalada”, se sincera él, que le respondió, “Bueno, que seas feliz”.

Flora se casó a los 23 años, con el candidato soñado para sus padres: un muchacho judío. Y Vito, luego de largos años de desquite en la noche porteña, también se casó. Ambos formaron sus hogares con hijos, como Dios manda. “Pero yo siempre pensando en él, eh”, se arriesga Flora, “sí, a mí me venían flashes y siempre pensando en él”. Aunque se perdieron el rastro. La vida pasó, vinieron los hijos, luego los nietos, un segundo matrimonio en el caso de ella -también de la colectividad judía-, y ocurrió lo que sucede con el paso natural del tiempo: la vejez.

La vida les pasó: llegaron los hijos y después los nietos (Imagen Ilustrativa Infobae) - (Imagen Ilustrativa Infobae)La vida les pasó: llegaron los hijos y después los nietos (Imagen Ilustrativa Infobae) – (Imagen Ilustrativa Infobae)

En 2021 la segunda pareja de Flora se enfermó de un “primo” del Alzheimer, y lo internaron en un geriátrico de la zona de Chacarita, que brinda cuidados preferentemente a personas de la comunidad judía. A lo largo de las décadas, los novios de la adolescencia perdieron contacto, pero había una informante oculta que, cada tanto, mantenía al día a Vito: la hermana de Flora, que cuando volvía al barrio a visitar a su madre se cruzaba al taller del italiano y le contaba las novedades. “Entonces se encontró con él”, dice Flora señalando a su novio, “y le contó todo: que yo estaba sola, y lo de mi marido”. Los chismes volaron y la mamá de Flora, llamó a su hija para contarle lo que se enteró: “la mujer de Vito está internada en el mismo geriátrico que el tuyo”, le dijo, “por qué no vas a tomar un café con él”. Flora no podía creer lo que escuchaba, “mamá, por favor, qué estás hablando, después de todo lo que me hicieron sufrir y ahora me estás diciendo que…”, recuerda, y afirma desafiante, “no, de ninguna manera”. Flora se quedó pensando, sobre todo le extrañó la coincidencia del lugar, “qué raro, la mujer debe ser de la colectividad”, pensó. Pero aunque su madre insistió, ella se negó. “Yo estaba enojada conmigo, no tenía ganas de estar con nadie, estaba muy triste”.

La mujer de Vito tuvo un ACV muy grave en 2020 y, desde aquel momento, está internada, casualidad o destino, en la institución de Chacarita por elección de sus hijas. Fue muy duro porque a su vez a él le dio cáncer de colon, del que ya se recuperó, pero “pasarlo en soledad fue muy complicado”. Enterarse que su primer amor podría estar cerca, le devolvió ánimo. “Era pandemia todavía, entonces yo iba a ver a mi mujer al geriátrico con el barbijo, y decía, ‘alguna vez la tengo que encontrar a Flora’”, cuenta él, indicando con la cabeza que miraba hacia todos lados. Sucedía que todavía no estaban en sincronía con el universo, “yo iba los sábados y domingos a ver a mi mujer, y ella iba en la semana a ver a su marido”.

Después de 60 años la vida los guió hacia el mismo rumbo (imagen ilustrativa infobae)Después de 60 años la vida los guió hacia el mismo rumbo (imagen ilustrativa infobae)

Pero después de 60 largos y plenos años, el mundo de Flora y Vito volvió a guiarlos hacia el mismo rumbo. El domingo 2 de octubre de 2022, el amor invadió el aire del barrio de Chacarita: “Yo estaba en el jardín, sentada con mi marido, todos con barbijo -dice Flora cubriéndose la boca- cuando se asoma un hombre y digo, ‘¡Ay, qué ojos! Yo lo conozco’”, y continúa con un diálogo interno lleno de mariposas en la panza, y de repente salta de la silla, “…y se metió para adentro, ¡se fue!”, cuenta con la desesperación del momento. Al rato Flora condujo a su marido en la silla de ruedas al segundo piso, donde servían el almuerzo. Vito, que ni se percató de quien lo miraba, salió atropellado por el pasillo y esta vez ella no dudo, “¡¿Vito?!”, enseguida él la reconoció y la emoción se encendió como una llamarada inmediata. “Me quedé toda turuleca yo”, bromea ella haciendo un extraño juego con sus manos, “y bueno, eso fue el principio de esto”. Luego de tanto padecimiento Flora aprendió la lección, “dije, ‘qué hago, si lo llamo el fin de semana se va a poner tan ansioso’, y dije, ‘para qué esperar, para qué sufrir así, ni yo ni él’, y lo llamé lunes a la tardecita…”

Entonces al otro día hablaron, arreglaron para verse ese mismo sábado 8 de octubre de 2022 y de ahí en más, “cuando él me volvió a besar… yo ahí morí”, confiesa Flora, y refuerza, “¡Morí! …porque me hizo acordar de los 16, cuando lo conocí, el primer beso de él. Fue amor puro”. Nunca más se separaron.

Por Cynthia Serebrinsky-Infobae