Baires Para Todos

Cambiemos no cambia

Conducción. Los líderes cambian de ideología, pero no cambian su personalidad. El presidente Macri cree que su visión de la realidad es la única certera para gobernar la Argentina. Es verticalista y se siente cómodo al impartir órdenes.

“Los líderes políticos pueden cambiar de ideología. Lo que no cambian seguro es su personalidad”. El que afirma esto es uno de los pioneros del psicoanálisis argentino, Fernando Ulloa, describiendo el peso que tiene el “quién es” por sobre el “qué es” de una mujer o un hombre que manda. “Es una personalidad la que soporta cierta ideología y no al revés”, explicó alguna vez el especialista admirado por muchos. Mauricio Macri gobierna como es. Luego, piensa y se define en una ideología determinada.

El presidente, como la mayoría de los que lo antecedieron, cree que su modo de pensar es el único certero para la realidad argentina. Está convencido que él y unos pocos cercanos lo interpretan. A los que crean que el hombre de Cambiemos piensa el poder de manera horizontal, es naturalmente un personaje de escucha permanente, se equivocan. Es verticalista y se siente cómodo en el impartir la orden. Ejemplo: Marcos Peña es su “sine qua non”, aunque sus críticos (e incluso sus amigos) le explique que el formidable jefe de campaña no es el mejor jefe de Gabinete. Por eso, las decisiones de las últimas horas hábiles del año: fortalecer en el manejo del poder a su jefe de staff de ministros y persistir en el rumbo económico que reclama aumentos de tributos, baja de subsidios y aprietes a los sectores productivos en general.

La salida de Javier Iguacel de la Secretaría de Energía de la Nación no es más que un detalle característico de lo que se afirma. Hace apenas 3 meses el gobierno mostraba preocupación (si no susto) ante la corrida cambiaria, la inestabilidad de la confianza ciudadana, recurría al Fondo Monetario para gestionar el mayor endeudamiento de la historia con un organismo multilateral, también récord en el planeta para el FMI, y parecía darse cuenta que la concentración del poder en el elenco gubernamental duro no funcionaba. “Le recortaron poderes a Marcos Peña y Macri se desprendió de sus fieles”, titulaban los periódicos de esa hora. En menos de 100 días, el presidente relevó a su secretario de Energía, empoderó a Lopetegui, uno que ficha en el equipo de “los fieles”, y amplió aún más las facultades de Peña en materia de obras y servicios públicos. Macri es Macri.

Cambiemos tiene toda una teoría sobre las malas noticias. No hay que sobreactuarlas. Si se puede, hay que evitarlas y, si no hay más remedio, hay que contarlas todas juntas y sin aviso. Mauricio Macri tuvo el balance de la “pesada herencia” ni bien asumió. Fueron “los ojos y los oídos” del presidente, junto con el equipo de comunicaciones que suele propiciar los talleres de la felicidad para funcionarios (no hay metáfora) los que le aconsejaron evitarle el relato de cómo estaba el país al asumir a la Nación. Salvo una disparatada edición de un libraco denominado “El estado del Estado” que ni los correctores de la imprenta deben haber leído completo, el PRO perdió la oportunidad de decir desde qué situación económica partía su gobierno. Ya pasaron tres años. Ahora, nadie puede alegar su propia torpeza.

Diciembre suele ser un mes para la toma de decisiones de “malas noticias”. En ese mes, por mencionar un par de ejemplos,, echaron al ministro Prat Gay que un rato antes había festejado la salida del corralito, impulsaron una ley de movilidad jubilatoria que, solo este año, propició la pérdida de 16 puntos porcentuales de poder adquisitivo de los abuelos y, en dos oportunidades, fue escenario de anuncios de aumentos de tarifas. Brutales.

El viernes, el ministro de Transporte y reparticiones adheridas luego del cambio de gabinete, aseguró que “entendía” que con el aumento de casi el 50 por ciento en la luz y del casi 40 del gas se había llegado al equilibrio de costo por producción de los servicios. “Entiendo que sí”, le dijo a este cronista Guillermo Dietrich. ¿Esto significa que de ahora en más sólo van a aumentar acompañando a la inflación?, se repreguntó. “Entiendo que sí”, se repitió en la respuesta. Aquí se representa el nudo del modo de gestionar. Que el precio que se pagaba por la energía (especialmente en la Capital Federal) era un disparate, resulta incuestionable. La pregunta es: ¿cuándo se llega al precio de equilibrio para que lo que paga un ciudadano compense lo que le cuesta al generador de esa energía? ¿Ya está? Entiendo que sí, es de una pobreza inadmisible.

Y aquí no se menciona el costado invisible para el gobierno que es saber qué posibilidad cierta tiene un ciudadano de a pie de afrontar una ecuación irreprochable en el Excel pero saqueadora en un contexto de 50 por ciento de inflación anual, aumentos de precios generalizados y caída de toda la actividad productiva. Si la inflación pronosticada por el gobierno (y ojo: es el mismo gobierno que hace un año dijo que el aumento de precios iba a ser del 10 o 15 por ciento y le pifió en 4 veces) para el 2019 es del 25 por ciento. ¿Por qué incrementa la luz en el doble? Por la pesada herencia, responden desde el poder. ¿Y cuándo se salda esa deuda recibida sin beneficio de inventario? Nadie lo responde. Es como una exigencia de sacrificio sin norte de fin del dolor.

Mauricio Macri cree que sigue teniendo espacio para subir el registro de este sacrificio sin demasiado costo político. Y cuando se dice político, no sólo se piensa en lo electoral, numen existencial de la clase dirigente argentina que, como el don Juan que hace todo por conquistar mujeres, actúa sólo para conquistar elecciones. Se habla del costo que es azuzar la intranquilidad social. Lo simbólico suele ser útil para entender lo que se dice. El presidente manda anunciar un recorte en el bolsillo ciudadano estando de vacaciones. Su ministro del área lo hace minutos antes de embarcar a Punta del Este para pasar el fin de año con su familia.

Hasta ahora, Macri tiene razón. Viene encabezando las intenciones de voto para el 2019 luego de 3 años en los que nadie se atrevería con un calificativo bondadoso para su gestión. La propia vara del hombre de Cambiemos para ser juzgado justifican lo que se dice: no bajó la pobreza (creció), la inflación no fue una asignatura fácil de aprobar (crece a niveles de los 90) y la unión de los argentinos está herida casi de muerte. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por el miedo al espanto de Cristina? ¿Por el rechazo al coqueteo infructuoso de los otros líderes (?) que apenas pueden con una foto poco nítida de opción?

Si los líderes no cambian personalidad pero sí ideología, quizá sería hora de ver si los electorados no padecen de lo mismo y se sostienen en modos de elegir parecidos a los que lo representa. Es una posibilidad.

Por Luis Novaresio – La Capital